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Los que siempre dan la cara, en la guerra de Ucrania o en la pandemia

La contienda y el coronavirus vuelven a poner de relieve el trabajo con los más desfavorecidos de un colectivo con cerca de 50.000 voluntarios de la Comunidad Valenciana

El fotógrafo y cooperante Benito Pajares, en la polaca Medyka, en la frontera con Ucrania, donde ha acudido como cooperante con la ONG Juntos por la Vida.
El fotógrafo y cooperante Benito Pajares, en la polaca Medyka, en la frontera con Ucrania, donde ha acudido como cooperante con la ONG Juntos por la Vida.

Siempre están. Sobre todo, cuando algo sale mal. Guerras, pandemias y desastres naturales obligan a desplegar operativos en los que el número de voluntarios se cuenta por miles. Pero prácticamente nunca se les pone nombre y cara a los cerca de 50.000 voluntarios que existen en la Comunidad Valenciana, según el presidente de la Plataforma de Voluntariado, Miguel Salvador. Ellos compatibilizan su vida, su trabajo y su tiempo con un trabajo anónimo sin el que el mundo sería peor. Son los hombres y mujeres que atienden a los refugiados de Ucrania, que se emplearon a fondo durante el confinamiento o han participado en campañas de acogida de migrantes llegados en patera o la atención a los indigentes.

Benito Pajares fue uno de los primeros españoles que llegó a la frontera de Ucrania para ayudar después de la invasión rusa. Volvió con dos autobuses llenos de refugiados a Valencia junto con otros voluntarios de la Fundación Juntos por la Vida. “Había un caos y un desastre muy grandes, gente que iba y venía. No había un campamento, como ahora que todo está más organizado. Los únicos españoles que había allí eran de la prensa. Entonces no teníamos apoyo de nadie. Fue muy duro, pero conseguimos sacar a la gente desde Leópolis”, explica el fotoperiodista jubilado de 67 años en un descanso en Valencia, antes de reprender la marcha.

La ONG en la que colabora tiene contactos en Ucrania desde hace años. Ha traído de vacaciones a España a niños de Chernóbil, tras el accidente nuclear de 1986, y se ha implicado de lleno en contribuir a ayudar al país, ahora con la aportación del empresario Juan Manuel Baixauli. “¿Que por qué me hice voluntario? Pues para poder ayudar a la gente que lo necesita y aportar mi granito de arena. No hay más. No es por una cuestión religiosa”, apunta el que fuera fotógrafo del periódico El Mundo.

La voluntaria Loli Gonzalez, en las cocheras de la Diputación de Castellón seleccionando material recogido de ayuda a Ucrania.
La voluntaria Loli Gonzalez, en las cocheras de la Diputación de Castellón seleccionando material recogido de ayuda a Ucrania.ANGEL SANCHEZ

Loli González, enfermera de 53 años, tiene claro qué es lo que le movió, hace 10 años, a implicarse. Una enfermedad le incapacitó para desarrollar su trabajo y, desde entonces, cobra una pensión: “Me planteé que estaba cobrando del Estado y decidí que esta era la manera de devolver a la sociedad lo que me estaba dando por el trabajo y esfuerzo de otros”. Así, hizo un máster en cooperación y entró en MedicosMundi Mediterrània. No tiene un trabajo remunerado que le exija horarios pero sí tres hijos, ahora ya mayores, con los que compaginar su dedicación al voluntariado. Explica su historia mientras clasifica un sinfín de medicamentos donados para el envío a Ucrania en las cocheras de la Diputación de Castellón. Y es en ese momento en el que incide en la importancia de que, quienes quieran cooperar, primero se informen de cómo pueden hacerlo. “La OMS prohíbe la donación de medicamentos”, explica. De todas formas, esos fármacos están siendo seleccionadas para enviarlos a los lugares a los que están llegando los ucranios en los que existe un control médico o de enfermería que pueden suministrarlos.

También Verónica Altamiro (45 años) hace lo imposible por compaginar su trabajo, el voluntariado y la atención a su hijo, de seis años. Ella es auxiliar de enfermería y voluntaria de Cruz Roja en Alicante. A veces también trabaja para la organización y empalma su horario laboral con el de voluntariado. Actualmente coordina el hospital de campaña que Cruz Roja ha montado en Alicante para recibir a los refugiados ucranios. “Tengo necesidad de ayudar a la gente”, dice para argumentar los laberínticos horarios con los que, a veces, tiene que vivir. Su llegada al voluntariado estuvo precedida de esa necesidad de ayuda. Llegó de Argentina y acudió a Cruz Roja: “Y nunca más salí de esta gran familia”, cuenta.

Pero no ha sido esta emergencia, ni mucho menos, su primer trabajo como voluntarios. La pandemia fue otro momento duro. Pajares repartió comida en Valencia a la gente con menos recursos. “Generalmente, atendíamos a quienes no tenían apenas poder adquisitivo ya antes de estallar la pandemia, pero luego también empezamos a ayudar a gente de nivel medio que se había quedado sin trabajo”, rememora. Fue una tarea que en Alicante desempeñó Altamiro, que se dedicó a recorrer las calles de la ciudad, con hasta 500 personas al día. A González le tocó contactar con asociaciones, otras oenegés e incluso parroquias para coordinar el reparto de millones de mascarillas que llegaron a la provincia de Castellón.

Verónica Altamiro en el hospital de campaña que Cruz Roja ha montado en Alicante para acoger a ucranios.
Verónica Altamiro en el hospital de campaña que Cruz Roja ha montado en Alicante para acoger a ucranios.

La intervención directa ocupa al 27% del voluntariado. Benito Pajares ha estado en campos de refugiados en Etiopía, en Somalia, en Grecia con sirios. Loli González no ha podido ejercerlo en terreno pero defiende la importancia de quienes se quedan “en tierra” y que entre la sensibilización, la formación, la dirección y gestión interna de las organizaciones no gubernamentales suman el 70% de las acciones de voluntariado, según la plataforma. “Somos los que formulamos los proyectos, buscamos fondos, los que los hacemos realidad”, argumenta. Tampoco Verónica Altamira ha viajado pero propugna que ella también trabaja en el terreno porque, cuando no hay crisis puntuales, se dedica a atender a los migrantes que llegan a las costas alicantinas. “Eso es trabajar en terreno, igual que lo fue la atención a los damnificados por la DANA en 2019″, cuando Cruz Roja atendió a 2.854 personas en la Comunidad Valenciana con un operativo humanitario formado por 700 voluntarios.

Pero, aunque ellos colaboran sean quienes sean las víctimas, no encuentran la misma respuesta en la sociedad. Altamiro es la única que asegura que los españoles son “supersolidarios”, pero tanto Pajares como González reconocen que hay una gran diferencia de trato. “Para mí no hay ninguna diferencia entre la gente que necesita ayuda, sea de la raza que sea, pero sí he visto cómo se margina a la gente africana en las fronteras, apartándola”, asegura Pajares. “Todas las guerras deberían tener el mismo apoyo, pero no es así”, afirma González que considera que es una cuestión, únicamente, de información y dignificación de las personas.

Perfil: Mujeres activas de entre 41 y 65 años

Mujeres de entre 41 y 65 años, activas laboralmente y con estudios universitarios. Ese es el perfil mayoritario del voluntario de la Comunidad Valenciana, un colectivo formado por hombres y mujeres que emplean en estas tareas entre dos y cinco horas semanales, según los datos de la Plataforma de Voluntariado de la Comunidad Valenciana. Durante la pandemia, el número de voluntarios ascendió hasta los 150.000. Los estudios secundarios son el nivel formativo predominante (42%), seguido muy de cerca por estudios universitarios (41%). La participación en las entidades se hace, de forma mayoritaria, desde el voluntariado, aunque en un 24% lo hace con donaciones. El 43% de los voluntarios permanecen de media más de dos años en la entidad y los motivos fundamentales por lo que acuden a ellas son el apoyar una causa o a un grupo de personas (28%) o ser de utilidad a la sociedad (26%). El ámbito de intervención mayoritario es el social (27%), seguido de socio-sanitario (16%) y el educativo (14%).

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