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Ucranios y rusos conviven en un centro de refugiados valenciano: “El problema es Putin”

En el albergue municipal del Ayuntamiento de Valencia viven desde una pareja de lesbianas que escapó de la homofobia del régimen ruso a familias ucranias que huyen de la invasión

El matrimonio ucranio de Vadim y Olga Volkor, con su hijo Viktor, en el albergue municipal de Rocafort (Valencia). La pareja salió de Odesa, donde vivían, huyendo de la invasión rusa.
El matrimonio ucranio de Vadim y Olga Volkor, con su hijo Viktor, en el albergue municipal de Rocafort (Valencia). La pareja salió de Odesa, donde vivían, huyendo de la invasión rusa.Mònica Torres
Cristina Vázquez

El timbre del albergue municipal de acogida de refugiados de Rocafort, en Valencia, no para de sonar desde que Rusia invadió Ucrania. Los vecinos traen bolsas con ropa de segunda mano, mantas e incluso juegos de mesa en solidaridad con el goteo de familias ucranias que llegan día tras día al recinto huyendo de la barbarie. En el patio, al sol, se mezclan ucranios, rusos o bielorrusos. “Se solidarizan y se entienden”, asegura su coordinadora, María Ángeles Ortí, de la asociación sin ánimo de lucro Obra Mercedaria. El régimen de Vladímir Putin no les representa: unas han escapado de la homofobia del régimen ruso y otros, de la invasión de su país.

“No es un problema entre rusos y ucranios, el problema es el Gobierno de Putin, él y sus mentiras y violencia”, opina el matrimonio de Vadim y Olga, que hace una semana dejaron todo atrás y junto a su hijo Víktor, de 17 años, salieron con pocos bultos de la región de Odesa, al suroeste de Ucrania, hasta llegar a Valencia. Habían veraneado un año en la ciudad española, les gustó y además tenían algún conocido aquí. Ella, de 44 años, era profesora de Matemáticas, él, de 49, propietario de un comercio de repuestos del automóvil. Su hijo no llegó a hacer los exámenes de bachillerato.

Son de la primera oleada de refugiados, salieron después de que conocidos les advirtieran de que los habituales buques comerciales que se veían en el puerto de Odesa, un punto estratégico para Ucrania junto al mar Negro, habían desaparecido. Se embarcaron en una travesía por carretera de seis días desde Odesa a Valencia. Salieron hacia Moldavia, país en el que fueron acogidos por la gente, que les dio de comer y les facilitaron toallas y mantas, y siguieron camino hacia Rumania. Llegaron a la capital valenciana el 1 de marzo por la noche y un compatriota ucranio los condujo a las puertas de la Oficina de Acogida de Inmigrantes del Ayuntamiento.

“Queríamos creer que la guerra acabaría pronto, pero no lo creemos posible”, reconoce Olga. El matrimonio se lleva bien con los rusos —”Somos hermanos”, dicen— “pero no con Putin”. Están angustiados por la suerte que puedan correr los familiares que se quedaron en la zona de conflicto, que han abandonado sus casas y refugiado en pueblos del interior. “Desde que tenemos wifi aquí he podido contactar con mi hermana que vive a 50 kilómetros de Odesa”, apunta la mujer con la voz rota. Su localidad se ha vaciado y en las calles solo quedan algunas barricadas para ponérselo difícil a las tropas rusas. Quieren que la guerra acabe para volver.

Vadim, estupefacto todavía por lo sucedido, explica que la república que preside Volodímir Zelenski había empezado a crecer y había más libertad: “No queremos volver a lo de antes [cuando existía la URSS]. Putin solo quiere que Ucrania sea una colonia de Rusia”, apostilla Olga.

Altn y Bairta, una pareja de jóvenes rusas, que llevan dos meses y medio acogidas en el albergue municipal de Rocafort. Tienen dos hijos y escaparon de Rusia por el acoso que sufrían a causa de su orientación sexual.
Altn y Bairta, una pareja de jóvenes rusas, que llevan dos meses y medio acogidas en el albergue municipal de Rocafort. Tienen dos hijos y escaparon de Rusia por el acoso que sufrían a causa de su orientación sexual.Mònica Torres
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En el mismo patio del albergue se sientan, también en busca de la calidez del sol de mediodía, Altn, peluquera de 32 años, y Bairta, enfermera de 22, una pareja rusa con dos hijos, que viven desde hace dos meses y medio en el centro de Rocafort. A ellas el régimen homófobo de Putin — que en 2020 dijo: ”Mientras yo esté aquí habrá papá y mamá”— tampoco las representa. Han solicitado protección internacional a España porque salieron de Kalmukia —una de las repúblicas de la federación rusa— por el acoso que sufrían por su condición sexual. “Se fueron a vivir juntas pero tenían que esconderse del resto porque no se toleraba su relación”, traduce Lyudmila, una ucrania que se encarga de las comidas en el centro de acogida y que actúa de improvisada intérprete porque las jóvenes solo hablan ruso. Altn explica que escaparon del país porque a sus hijos les hacían la vida imposible en el colegio. Muchos compatriotas se reían de ellas, las insultaban e incluso rompieron las ventanas de su casa y quemaron su buzón. Se trasladaron a Astracán pero la mayoría musulmana tampoco se lo puso fácil, así que cogieron las maletas y probaron en Moscú, pero los problemas no desaparecieron. Así que volaron a España, aconsejadas por los colectivos LGTBI.

Quieren quedarse en Valencia porque se sienten respetadas. No volverán a Rusia y su prioridad es conseguir documentación. “Estamos en contra de la guerra y las imágenes que ven por televisión nos preocupan”, asegura Altn, quien reconoce que no piensan mucho en política sino, sobre todo, en su familia.

Ángeles Ortí, educadora social y responsable de la gestión del albergue municipal de Rocafort, recuerda que acogen desde 2017 a familias recién llegadas de conflictos. “En este momento tenemos nueve familias ucranias pero la situación ahora mismo es muy inestable, porque somos la primera acogida, luego se buscan residencias más estables para ellos”, comenta Ortí.

En el centro conviven familias ucranias, rusas, bielorrusas, georgianas, además de otras nacionalidades “y la convivencia entre ellos es estupenda. Se solidarizan, se entienden, son cercanos. No es, como yo soy ruso, me quedo aparte, aquí todo el mundo está integrado. Y luego lo que más nos están agradeciendo es la calidez de la acogida, que se sientan acompañados y escuchados”, explica la educadora.

Las que llegaron antes del jueves 24 de febrero, cuando se produjo la invasión de Rusia, lo hicieron por avión. Pero desde entonces todos llegan en vehículo. Se les da alojamiento y manutención completa, servicio de ropa, de higiene, y asesoramiento legal para regularizar su situación y tienen clases de castellano todos los días.

“Llegan muy angustiados y avergonzados. Siempre hemos tenido refugiados de guerra, de El Salvador, de Yemen, de Siria... La diferencia con los ucranios es que ellos, además de asustados y sobrepasados, vienen como avergonzados: ‘Nosotros no queremos esto’ nos dicen, cuando ellos son las víctimas”, añade la coordinadora.

La concejala de Cooperación y Migración del Ayuntamiento de Valencia, Maite Ibáñez, lleva de un lado a otro desde hace días. “Estamos acogiendo familias de Ucrania desde hace meses. Ha sido un goteo constante, en parte porque había un vuelo directo entre Valencia y Kiev. Una semana después del comienzo de la invasión hay unas 140 personas de aquel país acogidas en los albergues y pisos del Ayuntamiento. “El lunes llegaron 10 y el martes casi 30″, explica la edil. “Estamos pendientes de un documento oficial de libre circulación para los ucranios y también de que dispongan de tarjeta sanitaria y un permiso de trabajo temporal. Esto solo ha hecho que comenzar y nos estamos preparando para todos los escenarios”, apunta.

Sobre la firma

Cristina Vázquez
Periodista del diario EL PAÍS en la Comunitat Valenciana. Se ha ocupado a lo largo de su carrera profesional de la cobertura de información económica, política y local y el grueso de su trayectoria está ligada a EL PAÍS. Antes trabajó en la Agencia Efe y ha colaborado con otros medios de comunicación como RNE o la televisión valenciana À Punt.

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