Cazadores de palabras
La recolección de términos y expresiones está en la base de los diccionarios
La lexicografía tiene un primer, entretenido, paso: la recolección de vocablos. El estudioso o sus colaboradores recorren un determinado territorio lingüístico, bucean en los archivos locales y hablan con los nativos para documentar términos, locuciones, fonéticas… Son los cazadores de palabras.
Joan Coromines estuvo en Maçanet de Cabrenys (a partir de ahora, Maçanet) durante su tarea de recogida de léxico y dedicación a la onomástica. Lo cita en su Diccionari Etimològic cuando habla de la “cresteria desfregada i trencadíssima” de la cima del Roc de Fraussa y su larga cadena de portillos y escombros entre Costoja y el ya citado Maçanet, población de frontera del Alt Empordà. Coromines clama contra la barbaridad de que algunos lo llamen Roc de Fransa, algo totalmente impensable porque los franceses, explica, no llegaron a aquellas tierras hasta 1656. Y prosigue: parece evidente que aquí entra la palabra “frau”, pero si fuese una formación latina sería imposible. Y entonces busca una explicación en la hipótesis de que se t”ratara de un término sorotáptico y su sentido sería “la sierra que se rompe” -en catalán “la serra de les afraus”, donde “afrau” significa “hoz, desfiladero”. El idioma sorotáptico, término acuñado por el propio lingüista, es una presunta lengua indoeuropea precéltica de la Edad de Bronce que Coromines identificó en unas tablillas encontradas en Amélie-les-Bains, una población del Vallespir.
También es más que probable que Mossèn Antoni Maria Alcover, autor del Diccionari Català, Valencià, Balear pisara este pueblo. En el mapa que publica el diccionario con los lugares que visitaron sus tres más destacados redactores figura que él y Francesc de B. Moll estuvieron en Agullana y que Alcover trabajó en Costoja, el primer pueblo, ya en el Vallespir, que se encuentra después de Maçanet hacia el norte. Con la actual carretera, está a 16 kilómetros. Como lo está Agullana, saliendo de Maçanet en dirección contraria.
En cualquier caso, me cuentan que mi abuelo Tomàs, panadero que tenía una tienda en la plaza donde vendía de todo, fue uno de sus corresponsales. Voluntariosos vecinos que, con más o menos acierto, llenaban unas fichas con las palabras que remitían al despacho de Alcover. Aquellos primeros colaboradores llegaron a aportar más de 700.000 células lexicográficas que se guardaban en 33 cajones -al final, fueron 120-. Unos redactores que Alcover empezó a movilizar en 1900 con su Lletra de Convit a tots els amics de la llengua catalana. Mi abuelo no debió ser un informador prolífico, porque su nombre no figura en la lista de agradecimientos, que el propio diccionario publica, con los colaboradores más intensivos.
La génesis del diccionario no fue plácida. Molestaba que se llamara “catalán” también a las variantes mallorquinas o valencianas y este proyecto se enfrentaba con el diccionario mallorquín-castellano que la Sociedad Económica de Amigos del País de Palma de Mallorca impulsaba para ayudar a la migración hacia “el habla nacional”. Pero éste no fue el único problema. Su amigo Moll, que escribe la introducción del diccionario (edición de 1968), define Alcover como un cura campesino y entusiasta, pero, también, con un carácter belicoso y agresivo. Alcover, que había sido presidente de la sección Filológica del Institut d’Estudis Catalans, rompió con la institución porque no aceptó la normativa fabriana. Para ganarse las simpatías de las zonas mallorquina y valenciana cambió el nombre del diccionario, que prosiguió gracias a una ayuda durante seis años de gobiernos de Alfonso XIII. Alcover publicó el primer volumen (1930) con la ortografía cismática y tras su muerte se imprimió un segundo volumen. Fue Moll quien, al asumir la edición de la obra en la posguerra, la sujetó a la normativa del Institut y reimprimió los dos primeros volúmenes.
Maçanet, por tanto, no es ajeno a estos dos insignes cazadores de palabras. Por eso tiene lógica que su ayuntamiento haya publicado ahora un Vocabulari Maçanetenc con más de 800 entradas. El habla de Maçanet pertenece al catalán oriental y se incluye en el catalán septentrional de transición entre el dialecto central y el rosellonés. El libro recoge la tarea de decenas de años del historiador local Pere Roura, que iba anotando palabras de sus conversaciones con vecinos, que mantenía sin avisar al contertulio de su afán. Obviamente no son palabras exclusivas de Maçanet. Ha tenido la ayuda del filólogo Jean-Paul Escudero para términos compartidos con el Vallespir, y pasó el libro a la revisión de Pep Vila, profesor e historiador de la literatura del Rosselló que firma con rango de coautor.
“El título hace referencia a que son palabras genuinas del pueblo. No supone que sean exclusivas. Muchas son compartidas con el Vallespir porque la gente de Maçanet iba allí para trabajos agrícolas temporales. También en el habla de La Garrotxa se encuentran expresiones comunes. La frontera estaba en Figueres, los maçanetenses no acostumbraban a ir más lejos. De ahí que los abuelos usaran un lenguaje fuertemente dialectal. Lo advertí cuando fui a estudiar y empecé a trabajar en Girona. Aquella manera de hablar no era la de Maçanet. Ahora, obviamente, se ha roto aquel aislamiento y el habla se estandariza”.
A Roura, algunas palabras le gustan especialmente. Por ejemplo, “recossirar” (buscar con insistencia, examinar algo atentamente) o “xapar” (romper). Más allá de una lista alfabética, en bastantes entradas del inventario, Roura incluye explicaciones sobre el origen. Por ejemplo, “farandola”, baile reivindicativo de origen occitano que se bailaba en las fiestas particularmente… ¡por los liberales y los republicanos! Como escribe en el prólogo, muchas informaciones sobre el léxico tienen un valor etnográfico, reflejan la “historia menuda” de una gente.
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