La juerga veraniega de Rigoberta Bandini en el festival Cruïlla
En una muestra de su inasible eclecticismo, el festival barcelonés encumbra también a Duran Duran y Jack White
Caso insólito el del Cruïlla, el festival que es igual a sí mismo mutando de piel, como si fuesen disfraces de Mortadelo o cuadros del mismo pintor en diferentes épocas. Si el miércoles tomaba protagonismo la juventud, en la jornada del viernes, primera con el festival funcionando a pleno rendimiento, era habitual ver a personas que para sentarse tomaban cien precauciones y 13 apoyos previos a depositar las posaderas en el suelo. Había nostalgia por medio con Duran Duran y rock y blues con Jack White, hablamos de cosas de mayores que explicaban el cambio de piel del festival, pero lo más asombroso fue confirmar que lo de Rigoberta Bandini no tiene freno. Presente en todos los festivales de verano, sean del tipo que sean, en el Cruïlla, donde no actuaba en el escenario principal, consiguió la mayor cantidad de público de la jornada en una nueva muestra de su arrastre. Tal y como están las cosas, Rigoberta triunfaría hasta en Bayreuth.
El éxito, como las autopsias, se explica fácil una vez acaecidos los hechos y Rigoberta ha dado en el clavo en un momento en el que la mujer eleva su voz. Ella lo ha hecho con humor, ingenio y un desparpajo festivo sin más pretensiones que emular una juerga veraniega. Si era verano y era un festival, allí tenía a la multitud cantando Así bailaba, su último sencillo, una réplica en femenino a la carpetovetónica canción de los Payasos de la Tele Los días de la semana. Con ellos las chicas planchaban, cocinaban, cosían y demás prácticas hijas de la Sección Femenina y el Servicio Social, mientras que con la Bandini bailan, mueven el culo haciendo twerking y enseñan los pechos, como lo hizo su vocalista de apoyo en la celebérrima Ay mamá. Mujeres autoafirmando su derecho a la juerga sobre un escenario mirado por mujeres a las que nada hay que regalar pues ya son personas capaces de tomar aquello que desean.
Comparado con este concierto, la nostalgia ochentera de Duran Duran fue previamente un viaje al pasado guiado por un cicerone en piloto automático. Simon Le Bon, americana blanca de ligón playero, pantalones plateados que ya no se pone ni Elton John para cantar Rocket Man, encabezó esta excursión plagada de hits. Su voz, abollada, sonó más bien gritada, aunque el recuerdo de The Wild Boys, Hungry Like The Wolf, The Reflex o Girls On Film se impuso en un concierto en el que lo que contaba era precisamente el recuerdo. Y lo asombroso, será por las nuevas formas de distribuir la música o por los gustos eclécticos que de ello se derivan y que en el fondo explican la multitud de pieles del Cruïlla, es que las fans no sólo eran contemporáneas del grupo. Y no sólo era cosa de ellas. En una de las imágenes más bellas del festival un joven empujaba a toda velocidad la silla de ruedas de su amigo, que, entusiasmado, abría los brazos como para echarse a volar en plena actuación. Cuando la gente se divierte es imposible aburrirse. Este es el efecto contagioso de los festivales, uno de sus superpoderes.
Y en el Cruïlla, el festival de las personas que se ven por el barrio, siempre y cuando en el barrio no haya turistas, encima hay humor. Justo antes de comenzar Bandini su concierto, el monologista Marc Serrats recreaba una conversación entre The Black Alien —un joven francés que está transformando su cuerpo a base de amputaciones, tatuajes e implantes— y su madre usando precisamente fragmentos de la letra de Ay Mamá, luego de preguntarse cómo consumía cocaína tras haberse cercenado la nariz. Más humor en las camisetas de los trabajadores del festival, con lemas como “No a la guerra, sí a Juan Luis” o, en el caso de los encargados de limpieza, el eslogan Cleaning Nation Army en referencia al hit Seven Natiorn Army, que más tarde cantaría Jack White en el escenario principal.
Fue suyo durante hora y media en el concierto más áspero de la jornada. Rock y blues granulado, canciones construidas a base de hachazos de guitarra y una voz afilada, repertorio improvisado sobre la marcha, parones y acelerones para no mantener un ritmo previsible y, claro está, Seven Nation Army como buque insignia entre composiciones tales que Taking Me Back, abrió el concierto, y más recuerdos a The White Stripes como Hotel Yorba o Fell In Love With A Girl. La crudeza de la propuesta, acabada con la guitarra de White en acople, esponjó la masa que comenzó frente a su concierto, pero el rock volvió a explayarse en el Cruïlla, el festival mutante.
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