Enredadas en la misoginia digital
La mayoría de chicas que se sientan hoy en los pupitres de la ESO dan por supuesto que habitar las redes sociales implica esquivar situaciones incómodas
Hemos asumido que el mundo digital es una jungla sin vallas. Las redes sociales nacieron persiguiendo el sueño de la aldea global conectada, pero como dice Laurie Penny en su libro Cibersexismo, “Internet no es para todo el mundo”. Que sea accesible no quiere decir que sea habitable, pues el acoso digital está absolutamente extendido.
Y a los datos me remito: Naciones Unidas calcula que un 73% de las mujeres han estado expuestas a algún tipo de violencia online y que participar en las redes siendo mujer incrementa las probabilidades de ser acosada casi un 30%. La semana pasada se presentó un estudio que evidencia que en España no estamos mejor. El informe “Mujeres jóvenes y acoso en redes sociales” arroja datos escalofriantes. Es alarmante que un 80% de las mujeres entre 16 y 24 años hayan sido blanco de ciberacoso (ataques, insultos, circulación de rumores o contenidos personales) o acoso afectivo-sexual en forma de mensajes insistentes buscando quedar, o recibiendo fotos sexualmente explícitas sin pedirlas. Me preocupa que sólo el 45% de las encuestadas lo identifiquen como tal. Y esto no empieza a los 16 sino antes: la mayoría de chicas que se sientan hoy en los pupitres de la ESO dan por supuesto que habitar las redes sociales implica esquivar situaciones incómodas regularmente. Las normalizan como un mal menor, un precio a pagar que a menudo dan por zanjado bloqueando a la persona. De hecho, las pocas que no lo experimentan se sienten, en parte, invisibles.
Nos alejamos del idilio de la aldea global, libre y conectada a medida que las plataformas se alinean con la economía de la atención. Tenemos entonces unas redes que exprimen los cánones estéticos y alimentan la cosificación femenina, ofreciendo un palco de lujo para eros mal entendidos. Y sí, existe un botón para denunciar, pero lo único que hacemos es mandar ese contenido a la cola, para que lo revisen moderadores subcontratados en condiciones infrahumanas donde lo que menos importa es cómo afectará a la salud mental de la denunciante. El objetivo es censurar aquellos contenidos que vayan contra las políticas corporativas, que a menudo poco tienen que ver con la dignidad, el respeto o el consentimiento. Cuando denuncias, pueden pasar meses antes que llegue la respuesta - si llega - y la sensación de vacío, desamparo y abandono es a veces peor que el propio episodio que reportas.
La misoginia digital es una muestra más de violencias estructurales hacia mujeres, pero también hacia personas del colectivo LGTBIQ+ y en general hacia cualquier persona que no las habite desde masculinidades normativas. No se trata sólo de educar a las chicas a protegerse, necesitamos educarnos para reclamar que ese espacio deje de ser hostil e inhóspito. Vayamos a la conquista de espacios más seguros, donde podamos ser y pertenecer de una forma realmente libre. Hagamos que las plataformas sean cómplices de nuestros anhelos, que el lucro llegue si, y solo si, nos ofrecen unas vidas digitales plenas.
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