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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Catalanes y escoceses

Y si en Londres Cameron consintió la consulta y en Madrid Rajoy no cedió, las tornas ahora parecen alternadas. Johnson es el intransigente mientras que Sánchez va pactando acuerdos por necesidad

El Rey Felipe VI conversa con el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en el Cercle d'Economia.
El Rey Felipe VI conversa con el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en el Cercle d'Economia.Francisco Gómez / Casa de S. M. (Casa de S. M. El Rey/EFE)
Josep Cuní

A medida que las visitas del Rey a Cataluña se hacen más frecuentes, los motivos del president para no coincidir con él se van diluyendo. No porque olvide el mensaje exculpatorio de la violencia policial del 1 de octubre de 2017 televisado, sino porque concluyó que una cosa es la devoción y otra la obligación. Por esto convino seguir los pasos de la alcaldesa Colau de no acudir a los actos institucionales presididos por la Corona pero sí a los privados en los que también estuviera Felipe VI. Se entendió que al no ser este más que otro invitado, el feo de la ausencia se lo hacían a quien tenía la gentileza de recabar todas las presencias. De ahí que el pasado martes no se presentaran en la entrega de despachos judiciales, por la mañana, pero sí en la cena del 250º aniversario de Foment. por la noche. Esquivaron el saludo protocolario previo para evitar la foto de proximidad pero se sentaron en la misma mesa desde donde proyectaron la imagen de cercanía.

Se mantenía así la línea trazada el pasado junio con motivo de la reunión del Cercle d’Economia y la inauguración del Mobile y se cerraba un ciclo de siete visitas que el Gobierno de Pedro Sánchez convino que el Rey hiciera a Cataluña durante este año. Otra muestra de la obsesión del Ejecutivo central para remachar la recuperación de la normalidad que la ministra de Transportes resumió detectando que “se respira un ambiente diferente al de hace tres años”. Pero como lo cortés no quita lo valiente, en su discurso Pere Aragonès reivindicó la amnistía, el derecho a la autodeterminación y otro referéndum porque “lo que es posible en Escocia también puede serlo aquí”.

Aquella misma tarde en Edimburgo Nicola Sturgeon había clausurado el congreso anual del Partido Nacional Escocés desde el que instó a la ciudadanía a prepararse para acudir a las urnas a finales del próximo año. Desea que respondan de nuevo si quieren independizarse de sus vecinos. Convocatoria de vuelta de la que ya vivieron en setiembre de 2014 pero a la espera de un resultado mejor. Entonces, los anhelos de secesión tuvieron que dejarse en el cajón porque un 55% optó por seguir en el Reino Unido. Lo que ahora hace pensar en su reverso es que el Brexit les ha separado de la UE a pesar de que votaron mayoritariamente remain. Que los Verdes, con quienes gobiernan, son tanto o más partidarios del referéndum que los mismos nacionalistas, que el compromiso era para cuando superaran la pandemia que, por cierto, ha gestionado mucho mejor que Boris Johnson y que el gobierno de Londres “está erosionando deliberadamente las competencias del Parlamento escocés democráticamente elegido”.

Por si todo esto no proyectara lo suficiente el eco de agravios mediterráneos parecidos, la ministra principal le mandó al primer ministro un dardo tan claro como envenenado: “si respetas la democracia, deja que la gente vote”. Y el clamor del independentismo catalán reconvertido en propio se extendió tanto sobre la verde alfombra del bucólico paisaje de Escocia como en sus destilerías de whisky, en las embarcaciones amarradas en sus importantes puertos pesqueros y en las casas de los barrios obreros de Glasgow largamente decepcionados con las políticas aplicadas por conservadores primero y laboristas después. Aquella progresiva eliminación de unos y otros fue lo que dio fuerza al SPN que, en tanto que partido único aglutinador de todo descontento, alcanzó la fuerza mayoritaria para reclamar una salida legal y acordada.

Y si en Londres Cameron se lo consintió y en Madrid Rajoy no cedió, las tornas ahora aparecen alternadas. Boris Johnson es el intransigente mientras que Sánchez, por necesidad, va pactando acuerdos con la intención de alargar plazos que le eviten tener que decidir otro brusco final del sueño idílico de una parte substancial de catalanes. Ilusión que, como quien no lo quiere, el mismo Aragonès va retrasando y que al igualarlo con Escocia está admitiendo que las cosas hay que hacerlas de aquella manera. La que le sirvió a la propia Sturgeon para distanciarse del proceso catalán por unilateralista.

Por lo demás, esta política de vasos comunicantes acaba aquí. Ni con el papel de la monarquía hay coincidencia aunque se compartan eslóganes y frustraciones. Y todo a causa de “la incapacidad o falta de deseo de los gobiernos centrales de superar las barreras culturales o emocionales para acercarse a comunidades que se sienten marginadas”. Lo escribió John H. Elliot en su libro Catalanes y Escoceses. Allí, el historiador apela al diálogo porque “es la función capital de un gobierno democrático”. Y admitiendo que puede ser insuficiente, sin él “se crea un callejón sin salida donde había que haber construido puentes”.

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