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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Termina la década perdida

Sin Junts per Catalunya la foto del diálogo es insuficiente, sin el Partido Popular el diálogo no podrá culminar con la resolución del conflicto

Lluís Bassets
Mesa de dialogo Cataluña
Mariano Rajoy, a la izquierda, y Artur Mas en su reunión de septiembre de 2012 en La Moncloa.Eulogio Martín Castellanos

Entramos ya en el último año de la década perdida, que bien podría marcar su inicio en el órdago de Artur Mas a Mariano Rajoy en septiembre de 2012. Han pasado nueve años desde que el presidente de la Generalitat, envalentonado por la manifestación del 11 de septiembre, se plantara en La Moncloa para poner en un brete al Gobierno del PP: o un pacto fiscal al estilo del concierto vasco o Cataluña se tira al monte.

La idea del órdago quedó desgastada, ciertamente, por el uso abusivo por parte de ciertos medios de comunicación, preferentemente radicados en la capital de España. Pero era exacta. Un órdago es un envite en el juego del mus en el que el jugador se arriesga a perderlo todo porque si gana también se lo lleva todo. Pocas metáforas se ajustan mejor a la expresión histórica más conspicua del procesismo: o tot o res, o todo o nada.

Aragonès ha ejercido de presidente por primera vez y rehabilitado la figura central en la institucionalidad catalana

La respuesta de Rajoy es bien conocida. No podía conceder nada, a riesgo de debilitar o incluso quebrar su apoyo electoral. Pudo crear una comisión bilateral, recomendable y clásica jugada para quien quiere ganar tiempo. Pero el presidente del Gobierno y del PP no quería ganar tiempo sino ganar elecciones. El mejor programa que se le ocurría era el de enfrentarse frontalmente al órdago catalán, reducido en su cabeza a las ambiciones electorales de Mas y a un eventual problema de orden público.

Aquella mesa de diálogo entre Mas y Rajoy que nunca llegó ni siquiera a ser concebida ofrecía menos distancia entre las propuestas de ambos gobiernos que la que existe en la actual mesa de diálogo entre Aragonès y Sánchez. Si Mas esgrimía el pacto fiscal, Aragonès exhibe el referéndum de autodeterminación y la amnistía. En el desacuerdo radical de 2012 no hubo foto, mientras que en el desacuerdo pactado de 2021 es precisamente la foto lo que importa, e importa tanto que probablemente ya no harán falta más fotos: los encuentros se celebrarán a partir de ahora discretamente.

La incomunicación de 2012 abrió las puertas a la prisa independentista y a la imperturbable inmovilidad del PP. Ahora no hay prisa alguna. Por el contrario, se trata de dejar que el tiempo corra y nadie lo cuente ni le ponga límites. Su lenta acción servirá para gobernar, aquí y allí, para asentar los dos difíciles gobiernos de coalición y destensar el clima político. Todo muy simétrico. Por un lado, debilitar a Casado, dividir al PP y tensar sus relaciones con Vox. Por el otro, arrinconar a Puigdemont, dividir a Junts y dificultar las relaciones con la CUP. Aragonès y Sánchez quieren ganar las elecciones, algo que solo quien ha perdido la aguja de marear puede convertir en un reproche y menos todavía en una acusación de traición, desde un lado y desde el otro.

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La foto y su valor político van por un lado, pero las palabras todavía siguen por otro: la esperanza del presente y el bloqueo del pasado. En perspectiva todo aparece más claro. Fue un órdago, no hay duda, y salió la nada, aunque Aragonès mantenga en la propia mesa del diálogo la idea de que todavía es posible el todo. Es el mus del mentiroso: detrás del todo o nada está el protagonismo de quien negocie con el gobierno de Madrid en nombre del soberanismo y consiga un sustancial avance en el autogobierno catalán.

Quiso hacerlo Mas en muy malas condiciones y peor estrategia. Incluso Puigdemont amagó, especialmente en la noche dramática en la que dudó entre la Declaración Unilateral de Independencia y las elecciones anticipadas. Torra fue muy sincero, preparado para tirarse por el precipicio y animado por el fundamentalismo de los generales clandestinos que todavía imaginan una jugada afortunada de la historia. Y al final, le ha tocado probar a ERC con Aragonès. Es quien acaba de salir en cabeza en la carrera: en nombre de su aspiración a todo persigue el éxito político de un salto cualitativo en el autogobierno como los tres que ha conocido Cataluña, todos en el siglo XX.

Queda un año como margen de rectificación para que termine el derroche de esta década triste

Es muy difícil, cierto. Incluso improbable. Pero de momento, Cataluña vuelve a tener presidente, uno solo, después de una década en el laberinto donde se perdieron los tres últimos que ocuparon el cargo. Nadie puede disputarle el título a Aragonès, a pesar de sus dificultades para afirmarse como tal. Ha ganado las elecciones y al fin ha impuesto su autoridad echando de la negociación y de la foto a los trileros de Junts. Puigdemont está hundido, con su entorno enturbiado por los nubarrones rusos.

Hay que celebrarlo aunque el éxito se quede tan corto tras la pifia del aeropuerto, la oportunidad perdida por Aragonès para afirmar su liderazgo en la sociedad catalana y su autoridad como presidente en su propio partido y dentro del conjunto de la izquierda. Queda un año como margen de rectificación para que termine el derroche de esta década triste, en la que Cataluña se ha encogido, ha disminuido su fuerza política y se ha diluido su protagonismo español e internacional.

La salida requiere de Junts, naturalmente. Nada se podrá avanzar en Cataluña sin recuperar el mínimo consenso catalanista, ese reencuentro entre catalanes que pide Sánchez e Illa cifra en una mesa de diálogo entre catalanes. Pero tampoco se podrá culminar sin el correspondiente consenso español, en el que necesariamente debe entrar el PP, la pieza que se excluyó en el Pacto del Tinell y faltó en el Estatut. Todos deben entrar en la foto del futuro. La simetría es espectacular y algunas conclusiones suscita sobre la naturaleza tanto de Cataluña como de España, naciones tan incluidas una en la otra en los hechos como excluyentes y excluidas en el lenguaje de los nacionalismos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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