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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un acuerdo de mínimos: ganar tiempo

Aragonès se encuentra cabalgando sobre un gobierno de dos caballos, y no le será fácil conseguir que Junts vuelva al redil, pero la construcción de una alternativa sería interpretada como el fin del ‘procés’

Josep Ramoneda
Primera reunión de la mesa de diálogo entre Cataluña y España entre Pedro Sánchez y Pere Aragonès en el Palau de la Generalitat.
Primera reunión de la mesa de diálogo entre Cataluña y España entre Pedro Sánchez y Pere Aragonès en el Palau de la Generalitat.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

Como era previsible, la bronca de la grada no ha faltado a la cita de “la mesa de diálogo” entre los gobiernos catalán y español. Para unos, Pedro Sánchez confirma su condición de vende patrias; para los otros, Pere Aragonès se ha entregado al adversario, en un pacto para garantizar dos años de supervivencia mutua. Y, sin embargo, en todas las portadas está la foto de los dos personajes en el Palau de la Generalitat de Cataluña hablando del reencuentro, aunque sea con propósitos y objetivos claramente distintos e incluso opuestos. ¿Hay acaso alguna negociación digna de este nombre en que las dos partes estén de acuerdo antes de empezar?

No es un paripé, es un intento de superar el abismo abierto por el choque de otoño de 2017 y la represión.

La cuestión catalana requiere reformas de calado que, en la legalidad democrática, exigen amplios consensos
La cuestión catalana requiere reformas de calado que, en la legalidad democrática, exigen amplios consensos

Sánchez advierte de que no está por la autodeterminación y la amnistía, pero se sienta allí reconociendo a Cataluña como sujeto político. Todas las distancias guardadas, me viene el recuerdo de la invitación del presidente Adolfo Suárez al presidente Josep Tarradellas, el único punto de contacto entre la transición y la legalidad republicana. Pere Aragonès ha asumido el envite. Seguramente sería más cómodo parapetarse en el recelo y seguir en la vena frentista que sus socios de Junts per Catalunya han activado una vez más para hacerse con la bandera de la anticipación del fracaso y dejar a Esquerra sola ante el fregado. La mesa ha sido inaugurada con promesa de continuidad y sin someterse a plazos. ¿Una pérdida de tiempo? ¿O una oportunidad de allanar el camino a un problema que tarde o temprano tendrá que encontrar un espacio de interés común por el que encauzarlo? Esta sería la tarea de la mesa de diálogo. Pero, ¿es posible?

La cuestión catalana requiere reformas de calado que, en la legalidad democrática, exigen amplios consensos. Con la oposición sistemática de las diferentes decantaciones de la derecha española instaladas en el revanchismo (siguen lamentando que los indultados no estén en la cárcel) es muy complicado conseguir una mayoría parlamentaria a favor de algún tipo de referéndum que pudiera culminar las negociaciones y abrir una nueva etapa. Del mismo modo, que a una parte del independentismo la falta tiempo todavía para madurar su experiencia, reconocer dónde se sitúan hoy los límites de lo posible y asumir estrategias razonables para ampliarlos.

En medio de la pelea por la representación en la mesa de diálogo se ha esfumado el debate del aeropuerto
En medio de la pelea por la representación en la mesa de diálogo se ha esfumado el debate del aeropuerto
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En este contexto es natural que el gobierno español y el catalán (cojo en su representación) hagan de la generosidad con el tiempo, constancia y paciencia, la primera modesta conquista. Es un respiro para Pedro Sánchez, que puede otorgarle cierta calma hasta el final de la legislatura, consciente de que difícilmente podrá seguir sin el apoyo periférico. Pere Aragonès, por su parte, se coloca en una situación sin marcha atrás, expuesto al sabotaje permanente de sus socios. Tanto o más importante que la mesa serán las negociaciones paralelas que deberían dar resultados concretos y disipar las dudas sobre la eficacia de los gobiernos independentistas.

En medio de la pelea por la representación en la mesa de diálogo se ha esfumado el debate del aeropuerto. El propio Sánchez puso el proyecto entre paréntesis por tiempo indefinido, sin que nadie rechistara. Y, sin embargo, es sorprendente que el gobierno catalán no haya peleado una solución que le permitiera aceptarlo. ¿Por qué? ¿Por falta de acuerdo dentro del gobierno? Ni siquiera sabemos si realmente el gobierno catalán prefería que no se hiciera. Las oportunidades hay que discutirlas y asumirlas o no con criterios racionales, no por simple desidia. Por supuesto que el No era defendible, igual que el Sí. Lo que es incomprensible es dejarlo perder sin que sepamos si ha sido por convicción, por dejadez o por incompetencia.

Ahora mismo, Pere Aragonès se encuentra cabalgando sobre un gobierno de dos caballos y no parece que los dos tiren por el mismo camino. La política entra en riesgo cuando surfea por encima de la realidad y pierde, con suma facilidad, el sentido de las prioridades. Porque la ciudadanía lo percibe y crece la desconfianza. A Aragonès no le será fácil conseguir que Junts per Catalunya vuelva al redil. Pero tiene difícil la construcción de una alternativa, que sería interpretada como el fin del procés. ¿Hasta cuándo aguantarán las bases soberanistas el sórdido espectáculo de un gobierno roto por dentro? ¿En qué momento emergerá la insatisfacción de la ciudadanía ante tanta política gestual e inefectiva para empezar a buscar vías más transversales que rompan la dinámica de los partidarios del bloqueo, los que, en cada lado, leen el problema en blanco o negro?


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