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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El final del verano

Seguimos en la estela de los tiempos convulsos. Y nada parece indicar que vayan a tranquilizarse. Al contrario. La acumulación de noticias preocupantes no son sino la antesala de las muchas advertencias perdidas

Josep Cuní
Jóvenes de botellón en la playa de la Barceloneta este verano.
Jóvenes de botellón en la playa de la Barceloneta este verano.JUAN BARBOSA

Vamos agotando el verano. Lentamente se desvanecen las vacaciones, la pandemia mantiene su fragor y esta noche desaparece el toque de queda nocturno en toda Cataluña. Incluso en aquellos municipios donde la estadística lo justificaría. Pero tras un nuevo revés judicial, la Generalitat ha desistido seguir aplicando esta medida coercitiva. El Govern sabe que no ha gestionado de manera adecuada la norma extrema porque salió en ayuda de algunos alcaldes que la convirtieron en sinónimo del control que querían pero no tenían. Y presionaron al Govern en defensa de la salud de sus vecinos y visitantes cuando se trataba de enfrentarse a un asunto de orden público.

Que así lo haya interpretado el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya no tiene por qué ser una malintencionada decisión. Los límites de la libertad son, cuando menos, parejos a los de su intolerancia. Si no menores. Así pues, resulta demasiado fácil por manido desviar la atención de una incapacidad propia con la tendenciosidad de señalar al árbitro reiteradamente acusado de parcial o enemigo. Seguramente porque el independentismo se ha acostumbrado a prescindir de los colegiados para que no les silben sus fuera de juego. Que los tiene. Como cualquier Gobierno de cualquier país.

Se desvanecen las vacaciones, la pandemia mantiene su fragor y esta noche desaparece el toque de queda
Se desvanecen las vacaciones, la pandemia mantiene su fragor y esta noche desaparece el toque de queda

Los censores de balcón, por su parte, acostumbrados al silencio del estío pasado, habían olvidado las noches de juerga, ruido, alboroto, grito, música y despelote de veranos anteriores allí donde en este han recuperado los botellones. Es tan fácil como lógico acostumbrarse a lo bueno cuando acumulas horas de insomnio a causa del tradicional disloque estival. Pero así era en muchos lugares hasta que el virus lo interrumpió. Que haya resucitado esta lamentable, incívica e irrespetuosa tradición e incluso que se haya disparado a causa del cierre del ocio nocturno no significa que ahora los cuerpos de seguridad vayan a hacer lo que no hacían entonces. Cuando los castigados llamaban a su correspondiente uniformado y este se limitaba a dar un garbeo por el lugar de la denuncia sin más consecuencias que una velada insinuación de que fueran despejando la zona de la algarabía. Y eso, cuando realmente tomaban alguna medida. Porque los mismos vecinos hoy tan agraviados como entonces, acumularon sensación de impotencia al ver como los agentes hacían caso omiso de su sano, respetable y legítimo derecho al descanso. No hace falta recuperar de la nube mediática las páginas de prensa ni las horas de radio y televisión con las voces de los contendientes insultándose a grito pelado. Ni las imágenes de las pancartas que desde los balcones describían hartazgo y exigían silencio.

Escuchar hoy a algunos alcaldes apelar a la pandemia, servirse del miedo a la enfermedad y al riesgo de contagio para justificar la impotencia o ineficacia de sus funciones demuestra que, cerrado el paréntesis del verano anterior, no se habían preparado para recuperar la normalidad que, en algunos casos, iba acompañada de manifestaciones incívicas impunes. Sería bueno tener presente que velar por la salud social es tan importante como respetar la libertad ciudadana. Y que los límites de lo uno no pueden pervertir ni alterar permanentemente los de lo otro.

El Gobierno catalán sabe que no ha gestionado de manera adecuada la restricción a la movilidad nocturna
El Gobierno catalán sabe que no ha gestionado de manera adecuada la restricción a la movilidad nocturna
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A este riesgo apelaban las voces críticas y preventivas cuando se acuñó el concepto de “nueva normalidad”. La que decían que iban a imponernos al inicio del año y medio del flagelo que nos mantiene ante el peligro acechante del virus, sus mutaciones y sus olas. El tiempo está ayudando a entenderlo. Incluso el consejero de Salud se refiere algunas veces a ello alertando del peligro de no recuperar lo mucho que como sociedad hemos cedido. Y ante la aceptación de los temerosos resignados se alza la voz de los disconformes porque la historia aporta demasiadas muestras de lo difícil que resulta recuperar una libertad usurpada. Y así es como aquel conflicto entonces apuntado hoy se nos aparece enmascarado con excusas de poder que ni la justicia puede aceptar. Ahí es donde también reaparece la ineficiencia de un legislativo que, a diferencia de algunos homólogos europeos, no aprovechó el confinamiento para adaptar el código a las circunstancias excepcionales y clarificar las normas para una efectividad con menos fisuras. Recogemos lo que se sembró. Incluso por omisión.

Seguimos en la estela de los tiempos convulsos. Y nada parece indicar que vayan a tranquilizarse. Al contrario. La acumulación de noticias preocupantes y desesperanzadoras no son sino la antesala de las muchas advertencias perdidas. Probablemente porque el abuso de las tendencias apocalípticas acaba por relativizar la gravedad de los hechos y la irreversibilidad de lo que nos espera. Sirva de ejemplo la pandemia o Afganistán, el cambio climático o el Barça arruinado. En esto consisten las crisis. En acumular tragedias y percatarse de que ni siquiera queda el consuelo de tener por sólidas la mayoría de las voces de nuestros representantes elegidos esperanzadora y libremente pero democráticamente desilusionantes.


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