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El gran vertedero de Barcelona tiembla 15 años después de su cierre

Unos temblores de tierra en torno al basurero del Garraf ponen en alerta a los vecinos

Marc Rovira
Zona restaurada del vertedero de Vall d'en Joan (Barcelona).
Zona restaurada del vertedero de Vall d'en Joan (Barcelona).Albert Garcia

Los vecinos de la urbanización Plana Novella viven, aparentemente, en un sitio privilegiado. El centenar y medio de chalés están repartidos en pleno corazón del parque natural del Garraf, una ubicación que permite tener contacto directo con una naturaleza fastuosa, a la vez que se disfruta de una visión panorámica sobre el mar cerca de la ciudad de Barcelona. Todo ello no hace que los vecinos respiren tranquilos. Tras la loma tapizada de árboles que ven desde la ventana se esconde el vertedero de Vall de Joan, el que durante décadas fue destino de toneladas de basura generada en la capital catalana y el área metropolitana. Está clausurado desde hace 15 años, pero aquellos que viven cerca de él le siguen temiendo.

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La urbanización Plana Novella pertenece al municipio de Olivella (Garraf), pero una estrecha carretera de curvas en herradura la deja aislada de cualquier núcleo habitado. A 300 metros de altura, parece cumplir todos los requisitos para reivindicarse como zona de sosiego y aire puro. Incluso hay un monasterio budista. “Aquí las noches son noches, no hay contaminación lumínica”, cuenta Cristina Lluent, propietaria de un suntuoso chalé con vistas imponentes, antes de revelar que, en ese entorno, la incertidumbre se siente por aquello que no se ve.

Las toneladas de basura latente que hay acumuladas en el cercano vertedero del Garraf han activado los temores vecinales desde que percibieron varios temblores de tierra. “Lo que hay enterrado es una bomba de relojería”, advierte Lluent. Se refiere a la acumulación de gases tóxicos que almacena el subsuelo del macizo y que, según temen los vecinos, son la causa de los latigazos sísmicos registrados en las últimas semanas. El más notorio fue el del día 11 de mayo, y se percibió también desde municipios más alejados, como Olivella y Begues. Fue poco después de las cuatro de la tarde.

“Yo estaba trabajando en casa y noté como un estruendo, los vecinos salimos a la calle para averiguar qué estaba pasando”, recuerda Rodrigo Valdivieso, residente en Plana Novella. También vive allí Gemma Caballero, junto con su pareja y tres hijos. “El niño de cinco años salió de su habitación asustado y preguntando qué había sido aquello”, dice la madre. “Para mí fue como si se moviera la tierra de debajo de mi casa, pensé que la parcela se nos desplomaba”, detalla. A su pareja, que estaba teletrabajando, le dio la impresión que los niños estaban enredando más de la cuenta: “Del golpe que oí, pensé que se había caído la litera”. Su chalé, una planta baja, presenta grietas en varias esquinas. Ellos afirman que se deben al temblor del pasado día 11.

El grupo de WhatsApp vecinal, creado como mecanismo de aviso ante la presencia de extraños no identificados, echó humo aquel día. “Valoramos varías posibilidades”, indica Cristina Lluent. Una de las primeras opciones era que alguna de las canteras que hay en las costas del Garraf estuviera realizando trabajos de detonación. “Incluso hemos contactado con la dirección del parque natural y con la Guardia Civil, porque supervisa las actuaciones de este tipo, y nos han negado que hubiera nada de eso”, dice.

Dada la proximidad del aeropuerto y atendiendo al estrépito que se notó en algunas casas, otra opción que se barajó fue un accidente de avión. “Pero tampoco”, insiste Lluent. El Instituto Cartográfico y Geológico de Cataluña (ICGC) dio constancia aquel día de un temblor de 2,3 grados en la zona del Garraf. Se le ha requerido para que emita un informe sobre las posibles causas, pero, de momento, solo ha concretado que no fue de origen tectónico.

Josep Maria Comas es espeleólogo de la Unió Muntanyenca Eramprunyà (UME), una entidad con sede en Gavà y que participa en una investigación para evaluar la concentración de gases en los avernos del macizo del Garraf. Tienen sondas colocadas en varias cuevas y grietas y, afirma Comas, “desde hace un año la atmósfera de los avernos ha ido a peor, e incluso hay sitios donde es peligroso entrar porque hay concentraciones elevadas de metano y de CO₂”. En su estudio, los espeleólogos cuentan con el apoyo de la Universidad de Almería, que desarrolló un método de control del aire de las cuevas turísticas para asegurar su conservación y fijar un tope de visitantes. Comas avisa de que lo que se cuece debajo del vertedero no es un problema menor. “Que nadie piense que esto afecta solo al subsuelo, estos gases salen a la superficie y, si se dan unas condiciones atmosféricas determinadas, las corrientes llevan estas bolsas de aire contaminado sobre núcleos habitados, como Castelldefels y Gavà”.

El Ayuntamiento de este último municipio ha reclamado al Área Metropolitana de Barcelona (AMB), entidad que gestiona el vertedero, que investigue las causas de los temblores. El AMB manifiesta que está a la espera del informe que emita el Instituto Cartográfico de Cataluña y que, si procede, realizarán las “actuaciones oportunas”. Joan Miquel Trullols, director del servicio de prevención y gestión de residuos de AMB, en declaraciones a TV3 ha admitido la acumulación de gases, pero lo cataloga como un “efecto temporal”. Unas obras de impermeabilización de la superficie del antiguo vertedero habrían inutilizado la red de pozos que canalizan el biogás que emana de la basura enterrada. Según Trullols, cuando los trabajos terminen, “el impacto será menor”. ”Aunque desde arriba parezca una alfombra verde, es un vertedero que está vivo, que esconde un estercolero y el AMB dispone de presupuesto y de medios técnicos para gestionarlo de manera correcta”, reclama Cristina Lluent.

Una montaña de basura

El vertedero de Vall de Joan se clausuró hace 15 años, pero, bajo tierra, fermentan más de 26 millones de toneladas de basura. Son los desperdicios y desechos que generó Barcelona y su área metropolitana durante tres décadas. En 2018, una inyección de 27,7 millones de euros desbloqueó la restauración, tras ocho años parada, de los terrenos del viejo vertedero. Esta vez son los gases que emanan de las basuras lo que genera controversia, pero en otras ocasiones las quejas aludieron a los miles de litros de lixiviados que rezuman hacia pozos y aguas subterráneas.

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