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Incierta gloria de un fotógrafo

Experimental y documental, manipulado por el franquismo, Antoni Campañà resurge en exposiciones y libros tras décadas de silencio

Mercè Ibarz
La caja roja donde Campañà guardó durante casi 80 años fotos de la Guerra Civil.
La caja roja donde Campañà guardó durante casi 80 años fotos de la Guerra Civil.ALBERT GARCIA

Dejamos pocos rastros. No se escriben cartas ni se hacen fotos en los antiguos carretes de película. Se escriben montañas de mensajes privados y públicos gracias a las redes y se disparan cataratas de fotos digitales, cierto. Pero, ¿habrá en el futuro en cada casa alguna maleta o caja o mochila que contenga esas imágenes o, simplemente, y hablo por mí misma, la mayoría ni siquiera se guardan ahora? Me lo planteo ante la caja roja del fotógrafo Antoni Campañà, en la expo que le dedica el MNAC. La había visto reproducida en el libro que lo rescató a finales de 2019 (La capsa vermella, Comanegra, edición de Plàcid Garcia-Planas, Arnau González y David Ramos; libro traducido al castellano y al francés de inmediato), pero verla en vivo es otra cosa.

Es una caja del tamaño de una de zapatos, en la que el fotógrafo guardó durante casi 80 años sus fotos de la guerra de 1936-1939. ¿Qué debía pensar al verla, de vez en cuando, imagino, al trastear en su estudio? Pues Campañà siguió con la cámara y murió longevo. La caja no fue advertida por su familia hasta 2018, casi veinte años después de su muerte.

El catalán documentó la quema de iglesias. En sus revelados, las desnudas ruinas parecen altares puros
El catalán documentó la quema de iglesias. En sus revelados, las desnudas ruinas parecen altares puros


Incierta gloria del fotógrafo Campañà, podría decirse parafraseando el título de la novela de Joan Sales, con quien igual no estaría de más relacionarlo en una cartografía que incluyera a gente común de la época. Católico, el fotógrafo documentó la quema de iglesias a través de captar sus ruinas posteriores, logrando unas imágenes que hoy van más allá del puro testimonio. La cartela que lo explica —la foto es siempre dependiente de un texto— apela a la ‘muerte de Dios’ que habría guiado las quemas. Bueno, tal vez hablar de los gestionadores divinos contra los cuales ardieron las iglesias sería decirlo con mayor propiedad y respeto por los hechos y por las palabras. En sus fotos las desnudas ruinas parecen altares puros.

Gloria incierta porque una guerra pone a prueba tu mirada, más entonces, cuando la fotografía salió a la calle gracias a las cámaras ligeras y a los carretes que sustituían a las pesadas y lentas placas de vidrio y permitían disparar seguido. Antoni Campañà (Arbúcies, 1906 – Sant Cugat del Vallès, 1989) fue uno de aquellos fotógrafos casi nacidos con la cámara en mano y el ojo a punto. A los diez años ya sacaba fotos. Y pronto llegó a una conclusión sobre cuál había de ser su profesión, su mirada y su arte: “Me considero obligado a producir fotografías con puntos de vista originales y creo un deber mostrar al mundo la naturaleza, bien resuelta por la mano divina”. Pero le tocó hacer la guerra con la cámara.

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También le tocó dar cuenta del tránsito de los perdedores hacia nadie sabía donde. El Museu Memorial de l’Exili se ha sumado al rescate del fotógrafo con la exposición L’endemà de la retirada. Portbou, 1939: autoretrat de l’absència (libro-catálogo también de Comanegra). Una colección de imágenes igual de elocuentes a las de la guerra, por su sentido de cómo lo que no está representado —las personas que han abandonado esto y aquello en la carretera—habla con fuerza. Tal vez hoy más que entonces. Aquí su mirada vuelve a ser la más suya, sin propaganda.

Pronto llegó a una conclusión sobre cuál debía ser su profesión, su mirada y su arte
Pronto llegó a una conclusión sobre cuál debía ser su profesión, su mirada y su arte

Gloria incierta también porque a aquel buen fotógrafo de la naturaleza y sus oficios tradicionales así como de la belleza de las máquinas nuevas había tenido que entrar en el mar de banderas, consignas, milicianos, milicianas, ardores de un tiempo que no compartía y, más aún, para unos medios de comunicación en modo propaganda continua. Cuando el baile suena hay que bailar, y Campañà lo hizo. Dejó de ser experimental para ser documental. “No solo los pintores dicen mentiras”, había dicho antes de la guerra cuando lograba sus imágenes elaborando en el laboratorio la foto original con la ampliadora y sumándole nubes y árboles o lo que fuera que le conviniera. Uno de los magos de la foto mucho antes de que existiera el Photoshop.

Y le alcanzó la manipulación propagandística. Sus imágenes pasaron de ser tarjetas postales que los milicianos sacaban de la prensa y fotos republicanas a ser convertidas por la prensa franquista en lo contrario de lo que documentaban. ¿De ahí la caja roja? Tal vez, puede que sí. Campañà debió afrontar la ironía de la imagen, el sarcasmo de la fotografía, que depende de la palabra escrita, cualquier palabra la puede alterar.

Se dedicó entonces a la foto industrial. Otra exposición suya puede verse en Casa Seat, La estética de la modernidad tardía. Momento Campañà, de sus imágenes rescatadas que hablan de la memoria y sobre todo del olvido y del silencio que él mismo representa.

Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural

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