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ARTE

A pedradas contra el cuarteto de cuerda en el museo

Catártica y gamberra propuesta del colectivo Cabosanroque en Arts Santa Mònica

Jacinto Antón
Un visitante lanza piedras a los instrumentos musicales en la instalación de Cabosanroque en Ars Santa Mònica.
Un visitante lanza piedras a los instrumentos musicales en la instalación de Cabosanroque en Ars Santa Mònica.

“Da como cosa, ¿verdad?”. Lo dice poniendo cara compungida y de no haber roto nunca un plato una joven que acaba de arrearle con precisión digna de un hondero balear una pedrada a una viola, produciendo en el instrumento un ruido estremecedor y haciéndole un agujero considerable. A su lado, un tipo que ya se ha abierto el abrigo y está sudando lanza piedras con la frecuencia y la violencia de una catapulta mameluca en el Sitio de Acre. Está empecinado en darle al violín de la derecha y cuando al final lo consigue lanza un grito de júbilo salvaje.

No se puede negar que la instalación Sous les violons, la plage! del colectivo Cabosanroque, que ha recalado en el claustro Max Cahner del centro Ars Santa Mònica como parte del festival Eufònic, es catártica de la leche. Más en estos días de restricciones anticovid y vísperas electorales. Bajo el título en francés con ecos del Mayo del 68 (como el apedreamiento mismo) mezclados con versos de Verlaine, la propuesta del polifacético grupo artístico, muy polisémica y meditada, es de una gozosa barbaridad. Consiste en invitar al visitante a lanzar piedras que recoge de un montón en el suelo contra los instrumentos de un cuarteto de cuerda (violonchelo, viola y dos violines; es improbable que alguno sea un Stradivarius) suspendidos en el aire a una decena de metros desde una línea de tiro delimitada por vallas públicas del Ayuntamiento de Barcelona. Mientras, suena el Cuarteto de cuerda No. 66 en Sol Mayor, op. 77 de Haydn, músico del que no se espera que asome la cabeza, como tampoco los intérpretes, con la que va cayendo.

Cuando se le acierta a un instrumento, el impacto es detectado por un sensor y procesado por un software de manera que el sonido cambia en timbre o ritmo, con lo que la música se va alejando de la obra original. Cada pedrada así va destruyendo los instrumentos y a la vez descomponiendo la pieza musical, deshaydnandola, por así decirlo.

Resulta revelador de cómo están los ánimos (y del espíritu humano en general en una perspectiva más amplia) el que prácticamente nadie dude lo más mínimo en sumarse a la gamberra propuesta, la pesadilla de un lutier. Y eso que es público de arte. La verdad es que cuando le aciertas al violonchelo (los violines son un blanco considerablemente más difícil) y saltan astillas por los aires te recorre un placer inconfesable.

No sabemos que hubiera pensado el autor de La Creación, y considerado, precisamente, el padre del cuarteto de cuerda, de la instalación, probablemente es una suerte que muriera en 1809 y no la haya visto, aunque la historia de la música le ha acreditado un gran sentido del humor.

Cuando los instrumentos están ya destrozados se cambian por otros. En unas vitrinas se exhiben pedazos de las víctimas. Algunas piedras que fallan el objetivo parecen haber producido daños colaterales en el claustro. La galería de tiro está abierta hasta el domingo.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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