Las zonas rurales critican la asfixia que persiste con el cierre comarcal
Los hosteleros y restauradores de las comarcas del interior reivindican un trato diferencial al alegar menos casos de covid
Las estrategias en Cataluña para frenar la pandemia pivotan sobre la transversalidad para evitar distinciones de trato entre territorios vecinos. Pero las comarcas de montaña y las zonas rurales reclaman condiciones diferenciadas. Critican que decisiones como ampliar el cierre de municipal a comarcal sigue asfixiando a los territorios, algunos con índices de contagio muy bajos. Y argumentan que la densidad de población de la Vall d’Aran, el Alta Ribagorça o los dos Pallars es 1.000 veces inferior a la de Barcelona y su área metropolitana. Caso parecido se da en zonas de interior como la Terra Alta, el Priorat, la Noguera o el Moianès.
”Está siendo una época muy dura porque evidentemente no vendrá el vecino a alojarse en el hotel”, manifiesta Dolors Sendra. En 2018 ella y su pareja rehabilitaron una casona de Cornudella de Montsant para convertirla en un acogedor hotel de siete habitaciones. El Palauet del Priorat, así lo bautizaron, enseguida tuvo ocupaciones “del 70 y el 80% entre semana y listas de espera los fines de semana”. Pero lleva meses desangelado. Dolors no cree que a medio plazo la situación mejore. “Teníamos reservas para enero y febrero pero con los confinamientos todo se anuló, y ahora seguiremos igual porque esta es una comarca pequeña”. Cornudella, con 900 vecinos, es el segundo municipio más grande del Priorat y en las dos últimas semanas no ha registrado ningún positivo, según los datos de la Generalitat. “Entiendo que no se tiene mucho tiempo para pensar y menos para valorar casuísticas, pero hubiera sido lo ideal”, indica la gerente del Palauet del Priorat, sobre la uniformidad de las restricciones.
“No es justo, se tendría que haber atendido a la densidad de población y a la cantidad de positivos por habitante”, opina Rafel Muria. Es el dueño del restaurante Quatre Molins, también en Cornudella, con una reciente estrella Michelin. “Aquí somos una centésima parte de la gente que vive en Reus y tenemos las mismas limitaciones”, critica. El cocinero admite que el reclamo de la estrella le ha ayudado. “Han venido los vecinos a probar y, en el Priorat, con el gancho del vino siempre hay tránsito de bodegueros y comerciales”. Pero sin muchos alardes: “Trabajamos para subsistir, no para ganar dinero”.
En el pueblo del Montseny (Vallès Oriental) conviven 300 vecinos y media docena de restaurantes. “Todos cerrados”, informa Jordi Serra. “¿Vamos a abrir para que venga el vecino a comer? Si aquí casi todos trabajamos en la restauración”, indica. Es la quinta generación de Can Serra, un restaurante especializado en brasa y guisados. “Este año aún no hemos trabajado”. El Montseny y cuatro pueblos vecinos, Campins, Fogars de Montclús, El Brull y Tagamanent, son zona de riesgo muy bajo desde hace semanas, según Salud. El paso al confinamiento comarcal implica que en Can Serra levanten persiana, “un par de semanas, para probar”, pero el grueso de los clientes procede de “Barcelona y de la zona del Maresme”. Vivir en un pueblo sin supermercado ni farmacia implica que el confinamiento se infrinja a menudo. “Para comprar desde una lechuga a gel de baño hay que ir a Santa Maria de Palautordera”, de talla, a una decena de kilómetros.
Las estaciones de esquí, en blanco
Pasar del confinamiento municipal al comarcal va a tener una incidencia escasa para las estaciones de esquí, prevé Quim Alsina, director de la Asociación catalana de estaciones de montaña. “No sirve de nada”, dice. “Si el objetivo es animar la economía de las zonas de montaña el impacto es mínimo, porque la gente que deja dinero es la que llega de fuera”, opina. “Si tengo una estación de esquí a 20 minutos de casa ni voy a un hotel ni como en un restaurante”, añade. Y no obvia que las comarcas de montaña tienen un número de habitantes escaso. “La población de Vall d'Aran o del Pallars es baja y da para lo que da”. De momento, las estaciones se dan dos semanas más de margen antes de decidir si cierran la campaña o si apuran la posibilidad de captar público en marzo.
Un viaje aún más corto se precisa para ir de Rialp (Pallars Sobirà) a Sort. “En el Pirineo es incomprensible que se limite la movilidad entre pueblos donde no hay tiendas y donde vive gente mayor”, critica Ainhoa Gresa. Tiene un restaurante en Rialp, un pueblo con un bajo índice de positivos. “Uno de los únicos ha sido mi hijo de ocho años, y fue asintomático”, dice. “No es normal que se apliquen las mismas medidas que en una ciudad”, opina. “Nos quejamos del centralismo de Madrid y aquí pasa lo mismo, se piensa todo en función de Barcelona”. Núria Ventura es responsable de la empresa de deportes de aventura Aiguaddiccio. “Aquí el confinamiento municipal no lo respeta nadie porque no se puede respetar”, dice. Pese al cambio de la restricción, da por perdida la campaña de primavera. Le fastidia pero hace una reflexión: “No creo que sea muy responsable que llegue la Semana Santa y se deje salir a todo el mundo”.
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