De la pandemia a la sindemia
Miles de millones de vacunas no se producen en un día. Las batallas del poder y del dinero no se han hecho esperar. Y la Unión Europea se ha quedado con un palmo de narices
Dell “todo” (pan) al “con” (syn). Cada vez hay más razones para pensar que llevan razón los que dicen, como Richard Horton en The Lancet, que estamos ante una sindemia más que en una pandemia. Es decir, que los efectos avasalladores de la transmisión no se deben solo al factor covid sino a la interacción del virus y sus mutaciones con la realidad sanitaria y social de los territorios sobre los que impacta. Una sensación que es evidente desde que hemos entrado en una etapa determinada por la expectativa generada por la llegada de las vacunas —innegable éxito de la ciencia que ahora hay que traducir a la gestión— y por la emergencia del hasta ahora contenido malestar social en forma de agotamiento psicológico, desesperación económica, dificultad creciente para entender y asumir las decisiones políticas, crisis de las expectativas personales y desconcierto en las generaciones más jóvenes, que han empalmado la crisis de 2008 con el batacazo de la sindemia.
La promesa de las vacunas había servido para hacer llevadero el desconcierto que abrió la inesperada experiencia del gran confinamiento. Las ciencias avanzan que es una barbaridad y las vacunas llegaron mucho antes de lo previsto. Pero del laboratorio a la inyección en el brazo de los ciudadanos hay un largo trecho. Entre la ansiedad por salir del apuro y el triunfalismo con que los dirigentes políticos trataron de aliviar su desasosiego y el nuestro se generaron unas expectativas que han decaído rápidamente al entrar en el proceloso terreno de la geopolítica y del negocio. Miles de millones de vacunas no se producen en un día. Y las batallas del poder y del dinero no se han hecho esperar. Y la Unión Europea se ha quedado con un palmo de narices. Ahora mismo ya se habla de retrasos hasta abril, mientras Israel, Gran Bretaña o Estados Unidos campan a su aire. El panorama de las vacunas va camino de convertirse en un fiable mapa de la realidad geopolítica.
Las vacunas son cruciales evidentemente para frenar al virus y alcanzar el control de la pesadilla. Pero lo son también para poder mantener la disciplina social conseguida hasta ahora. Ha pasado casi un año y la resistencia psicológica y física al aislamiento se hace cada vez más complicada. La poética de la distancia choca con la condición de los humanos, seres relacionales acostumbrados a salir de casa y al tacto y contacto con los demás. Me parece que queda todavía un tiempo de mutación antropológica para que las pantallas satisfagan nuestras pulsiones básicas. En un artículo de Laura Crucianelli encontré una rotunda cita de Margaret Atwood: “El tacto viene antes que la vista, antes que el habla. Es el primer idioma y el último, y siempre dice la verdad”.
Para adquirir conciencia de la situación, basta con el inacabable listado de las situaciones límite: soledad, tensión familiar, penuria económica, pésimas condiciones de habitación, violencia de género, pérdida del trabajo, y un largo etcétera. Las respuestas violentas al toque de queda en los Países Bajos son un aviso y se equivocará quién las menosprecie. El Gobierno francés debate sobre el malestar de una generación que ve languidecer su futuro y es conocedor de que puede haber un estallido en cualquier momento. Y aquí hay indicios crecientes de que especialmente en los jóvenes aumentan las pulsiones transgresoras. Moraleja: la gestión política de la sindemia se hace mucho más compleja. Y no basta ya con la apelación permanente al miedo y la culpa.
Los gobernantes han fundado su estrategia en dos expectativas: las vacunas y una remontada económica espectacular en cuanto se avistara el final de los encierros. La segunda obviamente estaba condicionada a la primera. Las cosas van más lentamente de lo que se dijo, a pesar de que era perfectamente previsible que la distribución de vacunas viniera cargada por el diablo. Se cambió de año pensando que el final estaba al alcance de la mano y la cruda realidad, con el virus en expansión y las vacunas en discusión, está provocando una frustración que puede tener efectos exponenciales.
Hay que asumir desde ya las consecuencias para el próximo futuro de una situación excepcional en que la atracción del virus impidió ver todo lo demás, es decir, lo que constituye el “con” que nos está haciendo pasar de la pandemia a la sindemia. Problemas crónicos y fracturas estructurales que ya estaban ahí y que no se marcharán con el virus.
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