Distancia social
En todos estos lugares, especialmente en el espacio público, estábamos acostumbrados a no tener más noción que nuestra propia intuición táctil
Distancia social es una expresión que se ha infiltrado entre nosotros y que inspira una parte importante de los protocolos a seguir en esta pandemia, lo que la ha convertido en un atributo del espacio público y también del espacio educativo y del espacio productivo. La distancia social se ha dejado ver de muchas maneras, de forma gráfica, añadida a posteriori en la edición de algunos anuncios de moda superponiendo entre los modelos algo parecido a unas cotas, como si se tratara de las dimensiones de una construcción o de un objeto; también en las líneas adhesivas en los suelos que pautan la separación entre personas en las colas de supermercados; en las huellas rotuladas en las aceras para organizar los turnos de los comercios en las calles, y así un largo etcétera. La gráfica se ha incorporado inmediatamente a la ciudad, recordándonos las dimensiones de los lugares por los que transitamos y de los lugares de trabajo en los que habitamos por unas horas cada día.
Cumplir con esta distancia social obligada por la pandemia ha modificado los aforos de los espacios y equipamientos públicos y de los edificios colectivos: ha empequeñecido su capacidad, agigantado sus dimensiones relativas y puesto a prueba a los que gestionan la ocupación de dichos espacios. Teatros, salas de concierto, oficinas o escuelas han reducido momentáneamente butacas, sillas o mesas y han ensanchado los espacios de circulación. Todo tiene el aspecto del guion de una película de ciencia ficción en la que los protagonistas deben usar unos espacios construidos por otra civilización y que estos deben adaptar a sus necesidades. No se me ocurre mejor ejercicio para aprender sobre la organización de espacios que en una escuela.
En todos estos lugares, especialmente en el espacio público, estábamos acostumbrados a no tener más noción que nuestra propia intuición táctil, un saber innato que llevamos incorporado en nuestra memoria más antigua y que rige nuestros movimientos y acciones y nuestras relaciones a la hora de ocupar el espacio libremente. En palabras de G. Bachelart, somos el “diagrama de habitar esos espacios”. Nos acercamos por afecto o nos separamos por educación y lo subrayamos con gestos y ademanes algunas veces imperceptibles. Algunos lo llaman el aura que cada uno tiene. De vez en cuando nos llegaban noticias, siempre relacionadas con las distintas versiones que aparecían después de una manifestación, sobre el número de personas que habían asistido, y nos enterábamos que se contaban por metro cuadrado. Eran estimaciones sobre la ocupación en relación a la superficie. Ahora, sin embargo, la distancia social supone una consideración dimensional pautada aplicada directamente sobre el pavimento. Resulta especialmente chocante cuando con la llegada del buen tiempo hemos visto imágenes, muchas a vista de pájaro, de parques y playas señalizados con marcas variadas para ordenar a las personas y colocar toallas y sombrillas en la arena o mantas en la hierba. En ellas resalta un orden que se nos antoja radical e inquietante, como señalaba Juan José Millás en las páginas de El País Semanal del pasado domingo. Probablemente lo que resulta más llamativo es ver que se ordena lo que hacemos de manera innata y nos cuesta aceptar que nuestros movimientos puedan quedar registrados de manera similar a las evoluciones de las formaciones de tropas de las láminas de Arts militaires de la Encyclopédie de Diderot y D’Alambert.
La distancia social obviamente “no juega en casa”, el espacio privado, el espacio doméstico y el espacio íntimo han quedado excluidos de sus dictados por razones obvias. Sin embargo, su presencia está latente y en algunas ocasiones, como en las fotografías de algunos parques en San Francisco publicadas durante la pandemia, muestran cómo han sido intervenidos para poder reunir a las personas con garantías sanitarias, brindándonos una imagen que tiene algo de radiografía de un edificio colectivo, como por ejemplo un hotel sin techo. Los círculos, de tres metros de diámetro, aparecen como la expresión más primitiva del habitáculo de un grupo humano. Dibujan en conjunto algo parecido a un poblado africano al que hubiéramos levantado las chozas de barro, y nos mostraran a las personas y sus enseres. Entonces aparece la distancia social como por negativo y se asemeja a un archipiélago de círculos con grupos de personas cuya intimidad depende, no de las paredes, sino de la distancia social, y con ella de la discreción. Espacios privados en el espacio público unidos por la distancia social, un milagro.
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