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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Isla de calor

Este artículo estival propone incentivar a comunidades de propietarios, a adquirentes y oferentes de pisos y locales para que piensen en la maravilla de disponer de una cubierta verde, de una azotea viva, o de una combinación de ambas. De generalizarse, sería una revolución urbana

Pablo Salvador Coderch
Cubierta verde en el tejado del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona.
Cubierta verde en el tejado del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona.JUAN BARBOSA

Como todas las urbes contemporáneas, pero en mayor medida que bastantes otras, Barcelona es una isla de calor: es una ciudad muy densa; sus edificios, de cemento y muy juntos, dejan ver poco cielo, respiran poco. Prácticamente todas sus calles están asfaltadas de gris oscuro y son recorridas por vehículos movidos por motores térmicos. Además, ni esta ciudad ni, en general, este país señalan los límites de las propiedades con vallas bajas de madera, sino con muros de dos o más metros. Y cada vez hay más puertas de hierro, cada vez hay menos rejas y las que quedan crecen en altura. El fenómeno es universal: el ejemplo más conspicuo es la reja de la Casa Blanca, en Washington DC, que crece de 1,83 metros a 3,96. Aunque por lo menos los americanos no cambian su reja más famosa por una plancha de hierro, como ocurre con frecuencia en Barcelona. Suerte que todavía hay propietarios sensatos que plantan un seto tras la reja que han decidido instalar o conservar. Otros, más romos, hacen poner un seto de plástico verde, una vulgaridad.

Dos de cada tres edificios de Barcelona tienen azotea, un terrado, normalmente oscuro. Creo que contamos 1.764 hectáreas de azoteas, una superficie mayor que la de las calles y calzadas (1.267 sin contar aceras, otras 1.000). Este artículo estival propone incentivar a comunidades de propietarios, a adquirentes y oferentes de pisos y locales para que piensen en la maravilla de disponer de una cubierta verde, de una azotea viva, o de una combinación de ambas. De generalizarse, sería una revolución urbana.

Hay tradición: la Casa Cambó, en Via Laietana, 30, construida en 1923, tiene un jardín en su ático, de Nicolau Maria Rubió i Tudurí, arquitecto y jardinista considerable de quien aprecio en particular su Viver de Can Borni, en Horta. Más reciente es la azotea de Servei Estació, en Aragó, 270, Eixample, o la de la Biblioteca Zona Nord, en Vallcivera, 3 bis, Nou Barris. Ejemplares. Luego están las cubiertas vivas, como el patio de juegos de la Escola Nostra Senyora de Lurdes, Via Augusta, 73-75. Y hay guías de acción: la más notable —y accesible en internet— es la Guía de azoteas vivas y cubiertas verdes, del Ayuntamiento de Barcelona.

Las islas de calor como Barcelona atrapan el calor durante el día y lo devuelven por la noche. El punto más caluroso es la plaza Universitat, las diferencias de temperatura entre el centro y la periferia de la ciudad pueden superar los siete grados, con una media de dos grados, y son mayores en invierno que en verano (Javier Martín Vide, catedrático de Geografía Física de la Universitat de Barcelona, documenta con profesionalidad extrema el clima de la ciudad desde hace muchos años).

Las azoteas verdes o, al menos, con una cubierta de color claro son un buen remedio: se cansó de recomendarlas Steven Chu, premio Nobel de Física, quien trabajó como secretario de Energía en la primera Administración Obama antes de volver a la universidad, que nunca había abandonado del todo. Y si la primera propuesta es refrescar las azoteas, la segunda es aclarar el color del asfalto de las calles. Una de las razones por las cuales en Barcelona hace más calor hoy que hace medio siglo es que han desaparecido las calles sin asfaltar. No pido hoy volver a los caminos de tierra, no hay que volver atrás, sino, como decía Chu, evolucionar hacia pavimentos más frescos y permeables. Puede hacerse (EPA, Heat Island Compendium, capítulo 5).

Los árboles ayudan y mucho. En 2017 había en la ciudad casi un millón y medio de ellos, 200.000 en las plazas y aceras: casi el 25% de la superficie del municipio está cubierta por arbolado (contando los parques, naturalmente). Las sucesivas administraciones municipales han ido plantando árboles y más árboles, cada vez más variados, mérito innegado de todas ellas, pero ahora toca pugnar por los pavimentos frescos y permeables. Como escribía Chu, los humanos dejamos la Edad de Piedra, porque aprendimos a dominar una tecnología mejor, la de los metales. Hay que mover a la opinión pública. En ocasiones, el quietismo de las buenas gentes del activismo verde es solo una confesión de la dificultad de aprender cosas más útiles, limpias y eficientes que aquellas que ya controlamos: no se trata de prohibir, sino de innovar. La del asfalto fresco y permeable es una batalla más prosaica que la de plantar árboles, pero vale la pena.

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