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CORONAVIRUS

“Necesitaba zapatillas nuevas, se me han roto de tantos días de andar por casa”

Tarragona estrena la Fase 1 a medio gas y con la sensación de “abrir camino”

Una terraza de un bar en Tarragona, este lunes.
Una terraza de un bar en Tarragona, este lunes.Emilio Morenatti (AP)
Marc Rovira

Tarragona se sacudió el desconfinamiento con parsimonia. La apertura de tiendas, bares y terrazas devolvió la gente a las calles y propició un empujón a la actividad, pero la deseada “normalidad” queda lejos. Las restricciones a la movilidad que aún impone el estado de alarma lastran la reactivación social y económica y provocan incómodas situaciones, con difícil arreglo. En el primer día de la fase 1 no era menester afinar mucho el oído para detectar quejidos: tiendas con aforo limitado, mascarilla y guantes obligatorios para entrar en la mayoría de los negocios, trabas para probarse piezas de ropa o bares y restaurantes que pueden montar menos mesas de las deseadas. Los hoteleros directamente no han abierto, alegando que no les sale a cuenta porque no hay demanda.

El alcalde de Tarragona, Pau Ricomà, decía este lunes de que había “ilusión por recuperar el dinamismo”. El suyo era un discurso moderado, advirtiendo que una relajación excesiva de las medidas de cuidado puede tener efectos muy negativos. Ricomà dice “no entender” por qué se permiten ya las reuniones de hasta diez personas. En cualquier caso, estos encuentros tal vez solo podrán hacerlos aquellos que cuenten con salones espaciosos en sus casas, porque visto lo visto no resulta fácil hallar una mesa disponible en una terraza para sentar a semejante gentío. Una de las imágenes recurrentes de la estrena de la nueva fase fue ver cómo se formaban zonas de espera junto a las mesas al aire libre dispuestas por los bares. “Tenemos que acostumbrarnos, nosotros y los clientes”, apuntaba el empleado de una cafetería de la Rambla Nova. Acostumbrarse, esa parece ser la clave. “Tenemos la sensación de que estamos abriendo camino”, valoraba el alcalde. Las medidas de precaución e higiene dilatan los trámites y la distancia mínima de seguridad obliga a agrandar el espacio entre clientes. La fila más larga se formó para acceder a Correos. Antes de mediodía, una veintena de personas dibujaban una ristra de 80 metros de largo en la plaza Corsini. Detenerse a contar el número de integrantes de la línea era motivo suficiente para que a uno le pidieran, por dos veces, si era el último.

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Las tiendas tratan de ajustarse a las exigencias que fija el virus. En una zapatería cercana al mercado, la encargada, Maite, vigilaba que nadie cruzase la puerta sin enfundarse unos guantes. No valían unos cualquiera, era obligatorio usar los que facilitaba el propio establecimiento. “No sirve que los traigan ya puestos, a saber lo que han tocado por ahí”, justificaba la encargada. Para probarse unos zapatos, era igualmente obligatorio usar una funda de plástico, a fin de minimizar cualquier contacto con la piel. A Pepi Borrallo no le hacía falta probarse nada, iba al grano: “vengo a buscar dos pares de zapatillas de andar por casa, unas para mí y otras para mi marido”. Apuntaba que había aprovechado las primeras horas de la reapertura comercial para comprarse “medias” y para ir en busca de las zapatillas: “las necesitaba porque se me han roto de andar por casa tantos días”. Pepi salió de compras en compañía de su hermana, Remedios, y ambas admitían cuánto habían echado de menos compartir ratos.

Algunos negocios tienen que ser especialmente cautelosos con las medidas de higiene, por el producto que despachan. Gerard Figueras es el responsable de una concurrida corsetería del centro de la ciudad. Apenas dos horas después de abrir, ya acumulaba una decena de piezas de ropa en la percha de desinfección. “Limitamos los artículos que se pueden probar los clientes, pero si se prueban algo que luego no se llevan, hay que rociar la pieza con desinfectante, dejarla aquí 48 horas y darle un planchado al vapor”.

Los hoteles, a cal y canto

Si bien las zonas comerciales tratan de recobrar el pulso perdido con el confinamiento, otro motor económico de las comarcas de Tarragona continúa gripado. El turismo sigue haciendo oídos sordos al disparo de salida de la fase 1 y los hoteles van a permanecer cerrados. Ya lo había advertido la Federación Empresarial de Hostelería y Turismo: “abrir no sale a cuenta”. Los viajes fuera de los límites provinciales siguen prohibidos y los hoteleros de la Costa Daurada entienden que no van a tener reservas hasta que se levanten todas las restricciones.

Este lunes al mediodía había una temperatura de 25 grados en Salou pero sus calles reflejaban una imagen más propia de un lunes del mes de febrero. Sin turistas paseando, no solo los hoteles estaban cerrados, también la mayoría de restaurantes y de bares. La escasa actividad se concentraba en los supermercados y en las tiendas de alimentación. Al lado, en Cambrils, se respiraba algo más de ambiente: “todos son gente del pueblo”, señalaba Jacob, propietario de un bar del paseo marítimo. La norma le ha mandado recortar a la mitad la capacidad de la terraza pero, este lunes al mediodía, tenía nueve de las diez mesas llenas. Ni uno solo de los clientes que estaban sentados al sol lucía mascarilla. La normalidad de la escena se rompió al preguntarle una clienta a Jacob si podía usar el baño: “es un problemón, no podéis entrar para nada dentro del local, os tenéis que quedar en la terraza”, respondía. “Pues me aguanto”, respondió la chica. Y regresó a su mesa.

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