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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las mutaciones del lenguaje

Los gobernantes tienen que tener en cuenta que la salud también es una cuestión económica, social y cultural. Y sus decisiones deben tener un equilibrio que aspire a una vida digna para todos

Josep Ramoneda
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una rueda de prensa.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una rueda de prensa.EL PAÍS

La dimensión de una crisis se puede medir por los efectos que tiene sobre el lenguaje, el modo en que modifica los pautados discursos públicos. De pronto, el poder político cambió el tono: su discurso adquirió los acentos graves de las situaciones excepcionales. Sin margen de tiempo había que convencer a la ciudadanía para que asumiera decisiones de una dureza inusual, que requerían su complicidad para que fueran efectivas. Si la palabra confinamiento ya tiene en sí misma una dimensión trágica, el acompañamiento sólo podía venir por la vía de la amenaza (un enemigo invisible) y el miedo (acompañante principal de la servidumbre voluntaria). Y así, presidentes de Repúblicas y de gobiernos convocaron a la guerra —aunque el enemigo fuera un invisible virus—, apelaron a la unión nacional, colocaron a sus países en situación de excepción con suspensión de libertades incluidas, y pusieron las vidas de las personas por encima de cualquier otra prioridad, incluida la sacrosanta razón económica (la religión de nuestro tiempo).

Todo ello sin un horizonte temporal claro. La suspensión de la normalidad ciudadana, la reducción de la vida a los espacios interiores, y por tanto la paralización de la economía, no se sabía a ciencia cierta ni se sabe todavía cuánto durarán. Y no se descarta una lenta y parcial recuperación de las libertades, con la exclusión de ciertos sectores sociales marcados con el estigma de vulnerables (los de mayor edad).

Pronto esta angustia se ha traducido en las encuestas: la gente teme más la inminente crisis económica que la propia crisis sanitaria. Y el lenguaje económico ha empezado a mutar. Palabras que eran tabús en la ortodoxia neoliberal en estos últimos 30 años de vertiginosa aceleración se oyen ahora no sólo en boca de políticos, académicos e intelectuales, sino incluso de algunas voces del empresariado. La renta básica, el reforzamiento del sector público, la necesidad de que la sanidad quede fuera de las leyes del mercado, la congelación de los límites de deuda de los países, la mutualización europea del rescate de los países más afectados, están hoy en la lista de sugerencias susceptibles de ser contempladas, rompiendo las intransigencias que condujeron la salida de la crisis de 2008 por la vía de la sangrante austeridad selectiva. ¿Ecos nostálgicos de la música socialdemócrata de la que en los años 80 se proclamó la defunción? ¿Palabras para regalar a los oídos de una ciudadanía encerrada entre el desconcierto, la incomprensión y la ansiedad? ¿O consciencia que entraremos en un periodo de enorme frustración colectiva en que nadie podrá permitirse actuar como si todo le estuviera permitido?

¿Túnel o hecatombe? Esta es la duda que habita a muchas personas con poder de decisión, ya sea en la política o en la economía. La inercia —siempre conservadora— lleva a creer que pasado el gran susto, controlada la epidemia, todo volverá a dónde estaba. Pero hay quién piensa que los daños en el tejido empresarial y en el empleo (especialmente en autónomos y pequeñas y medianas empresas) serán demoledores y que habrá que hacer concesiones si se quiere evitar que el túnel se convierta en hecatombe. Y que para ello hay que dar cuerda al Estado y aceptar que las grandes corporaciones tendrán que hacer significativas concesiones.

Este inesperada parón nos ha confirmado que la economía de mercado es mundial pero que el poder político sigue siendo nacional y Estatal. Y nos ha evidenciado la dificultad de afrontar una crisis provocada por la naturaleza y no por un Estado o un poder enemigo. Al fin y al cabo, llevamos mucho tiempo sin encontrar la manera de manejar la crisis ecológica, de la que somos causantes y se nos está escapando de la manos, que, dicho sea de paso, provoca y provocará muchas más muertes que la pandemia. Pero a su vez nos deja una lección metodológica para la gobernanza del futuro. El gobierno es de los políticos que, en democracia, representan a la ciudadanía. La ciencia suministra conocimiento e información indispensables pero las decisiones corresponden a los gobernantes. Y estos tienen que tener en cuenta que la salud no es una cuestión estrictamente médica, es también económica, social y cultural. Y es en función de un equilibrio que nos sitúe en la aspiración a una vida digna para todos que han de tomar sus decisiones. Veremos si las mutaciones que se aprecian en el lenguaje económico se concretan en la práctica o si sólo eran música para aligerar el confinamiento.

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