Vivir en la calle en tiempos de epidemia
Tras un año sin hogar, Osei había conseguido un empleo en un restaurante. El coronavirus desbarató la oportunidad y ha alterado todavía más su precaria situación
Lo único que preguntó Osei cuando pudo comprarse hace diez días el móvil más barato –30 euros– que vendían en una tienda del barrio, es si tenía radio. Osei D., de 42 años, nacido en Ghana, quería estar informado sobre la crisis del coronavirus, y sobre cómo iba a cambiarle la vida. Tras más de un año malviviendo en un parque del Eixample Izquierdo de Barcelona, por mediación de un vecino había conseguido un trabajo a partir de Semana Santa, como ayudante de cocina en un restaurante de la Costa Brava. La epidemia ha cerrado el restaurante y su oportunidad para salir del pozo se ha esfumado.
La principal urgencia que Osei tenía el martes 17 de marzo era recargar la batería de su móvil/radio. Desde que la cuarentena cerró el Centro de Servicios Sociales del Poble-sec donde pasaba el día y buscaba empleo y vivienda, o el locutorio donde le dejaban cargar el teléfono, las cuestiones básicas que hasta entonces tenía resueltas, se han ido al traste. A principios de esta semana continuaba durmiendo en el parque, pero el Ayuntamiento subraya que estas instalaciones están cerradas y que nadie puede estar en ellas si no es para pasear brevemente al perro. De hecho, durante breve la sesión de fotografías con este diario, en pocos minutos irrumpió una patrulla de la Guardia Urbana para advertir de la normativa. La policía municipal retiró hace dos semanas del parque un cajón donde él guardaba bajo llave sus pertenencias. Osei, que subsiste con la caridad de la gente, tenía dentro de aquel baúl un colchón hinchable que había comprado por 19 euros en Decathlon, y que le era fundamental para dormir. Ahora se lamenta porque no puede adquirir un recambio, todas las tiendas han bajado la persiana, y tiene que pasar la noche sobre una esterilla.
Si no puede quedarse en el parque, Osei se refugiará en algún portal porque no quiere, por temor a contraer el covid-19, pernoctar en ninguno de los tres centros de primera acogida para ciudadanos sin hogar que mantiene en funcionamiento el Ayuntamiento. La Fundación Arrels, de ayuda a personas sin recursos, estima que hay 1.200 individuos que viven en las calles de Barcelona, un número que supera con creces las camas disponibles entre puntos de asistencia públicos y privados. La última vez que Osei durmió en uno de ellos fue el pasado enero, durante la borrasca Gloria. Osei tiene miedo a la enfermedad, y más ahora que, evitando los espacios de acogida, no se aplica la higiene personal que con disciplina seguía a diario. El martes por la mañana lo invirtió en acudir a varios Centros de Atención Primaria y al Hospital Clínic por si le podían facilitar material higiénico, pero no tuvo éxito. Continúa visitando puntualmente centros de servicios sociales para que le den comida al mediodía. “Leche, verdura y poco más. Aunque si comiera más, me dolería la barriga, no estoy acostumbrado”, dice Osei.
“Mi vida ha sido muy difícil, pero este virus me da miedo por si muero”, explica este barcelonés de origen ghanés mientras camina abrigado bajo varias capas de ropa que le han donado, arrastrando una vieja bicicleta y disimulando una ligera cojera. Llegó en 2001 a España. “No puedo explicar cómo aterricé aquí porque es muy complicado, pero no fue en patera”, asegura con una sonrisa de niño pillo. Primero vivió en Vic (Barcelona) con unos conocidos, pero sin poder trabajar al no tener permiso de residencia. Una empresa agrícola de Andalucía regularizó su situación en 2005. Su gran tesoro es que reside en España de forma legal. Su familia está en Ghana, donde tiene una hija. Poco saben de él, tampoco quiere contarles demasiado. La crisis de 2008 fue complicando más su capacidad de generar ingresos. Su último empleo estable terminó en 2018. Poco después, sin recursos ni familia, perdió la posibilidad de alquilar una habitación y acabó sin techo.
Osei comenta que solo se instalaría en un centro de recepción para personas sin hogar si es con un espacio amplio para cada ingresado. El gobierno municipal informa que a finales de esta semana abrirán un nuevo espacio y que seguirá los protocolos sanitarios requeridos. Se prevé que se habiliten nuevos centros similares. El Ayuntamiento también está en contacto con el Gobierno tras el anuncio el pasado lunes de la ministra de Defensa, Margarita Robles, de que el ejército pondrá en marcha infraestructuras para acoger a personas sin techo, y en las que se les facilitará alimentación y equipos básicos de higiene. Arrels ha pedido a las administraciones que habiliten de forma inmediata instalaciones actualmente cerradas. El director de la fundación, Ferran Busquets, destaca que el 30% de los sin techo sufren enfermedades crónicas y muestra su preocupación por el riesgo de contagio en albergues mal acondicionados. Busquets opina que hay que estudiar la posibilidad de que también se les permita continuar en áreas urbanas abiertas.
El restaurante que iba a contratar a Osei le garantiza que tendrá su empleo a partir de junio si vuelve la normalidad. Él es escéptico sobre el futuro. El semblante se le vuelve todavía más grave cuando piensa en la posibilidad de que el coronavirus se extienda en Ghana. “Esto ya está allí, y será mucho peor que en España”, dice Osei mientras un transeúnte, protegido con máscara y guantes, cruza veloz frente a la entrada del garaje donde se ha sentado para evitar las patrullas de la policía municipal.
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