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CRÓNICA
Texto informativo con interpretación

Desnudarse en Instagram

“Lo vivo como un proyecto de arte personal. Lo hago porque me hace muy feliz” , explica el cocinero Raül Balam

Raül Balam en el restaurante Moments de Barcelona.
Raül Balam en el restaurante Moments de Barcelona.joan sánchez
Ana Pantaleoni

“Soy la única persona que pierde followers en Instagram cuando publica uno de sus desnudos”. Fue precisamente su imagen en movimiento la que me llamó la atención: ese cuerpo desnudo en calzoncillos blancos saltando sobre la cama de una habitación de hotel en Madrid a ritmo de Shakira, con la canción Te dejo Madrid. Hay gente que se divierte y Raül Balam es uno de ellos. Mientras salta, se graba con su móvil y lo cuelga en la red social.

Balam (1976, Sant Pol de Mar) es cocinero e instagramer, regenta un restaurante en Barcelona, vive en Sant Pol (Barcelona) y es hijo de Carme Ruscalleda, de la que ha heredado su forma de hablar, y de Toni Balam, a quien se parece cada vez más físicamente. Pero además es el reportero de su propia vida. Son muchos los seres humanos que se dedican en la actualidad a ello, pero en el caso de Balam impera el buen rollo. Su actividad en Instagram es constante. Le destina mucho tiempo al día, pero cuando se le pregunta no lo cuantifica.

“El fenómeno no tiene marcha atrás. El problema es que Internet tiene memoria y, por más que hablemos de ‘derecho al olvido’ y similares, lo cierto es que mostrar nuestra intimidad sin restricciones nos hace más vulnerables en el ámbito personal, social, laboral”, explica Ferran Lalueza, profesor de la UOC. La experiencia de Balam en Instagram se divide en dos: la cuenta de antes de la enfermedad y la de después. “Tuve que hacer un parón personal por temas de salud, tengo una enfermedad de adicción y tuve que cortar con todo el pasado. Tras el parón, abrí una nueva cuenta, que ya no tiene que ver con la anterior. No es la misma persona. La primera cuenta era una fiesta constante y en esta de ahora, abierta en enero de 2015, es como soy yo”.

El cocinero recibe a los periodistas con una sonrisa en el salón del restaurante Moments, galardonado con dos estrellas Michelin, en el interior del hotel Mandarin Oriental. Siempre viste de negro cuando no está frente a los fogones. ¿Por qué publica todos estos momentos de su vida? ¿Qué necesidad tiene alguien de publicitarse en las redes? “Lo vivo como un proyecto de arte personal, no me gano la vida con ello. Tengo amigos que se dedican solo a esto. Recuerdo mi primer desnudo. La gente empezó a dejar de seguirme, me mandaban comentarios, y me afectaba muchísimo. Pero me pregunté ¿por qué lo haces, Raül? Lo hago porque me hace muy feliz, esto es mi álbum de fotos. No hago daño a nadie, no me puedo esconder”.

Para Berta Saliner, psicóloga clínica, son muy variadas las personas y los contenidos que se publican en las redes sociales, pero tienen un elemento en común: “El placer que se obtiene de publicar dichas imágenes de la vida personal y obtener likes y comentarios positivos”. Hay “supuestos beneficios”, como conseguir apoyo y aprobación social, aumentar la autoestima, reforzar el ego… pero también riesgos como que se convierta en una necesidad o aumente la sensación de soledad. “Lo que sí está comprobado es que los likes generan liberación de dopamina, la hormona relacionada con la sensación de placer”, explica la psicóloga.

Balam, además, tiene su propia explicación al porqué de tanta intensidad: “Es que estoy soltero. Supongo que el día que tenga pareja le dedicaré menos tiempo. Paso mucho rato solo, soy bastante ermitaño”. Entre sus fuertes, sobre todo, cantar y disfrazarse. Y, en todo este tiempo, se arrepiente de algo: “De lo que más me arrepiento fue un mensaje que colgué el 1 de octubre de 2017, era un mensaje que no iba contra nadie, pero sí contra lo que veía que estaba pasando. Me puse la nariz de payaso y dije: ‘Sois todos unos payasos’. Me cayó la del pulpo. De política ya no hablo. Estoy muy enfadado. Me he quedado sin color. No creo en nada. No voté en las últimas elecciones”. Hace poco lo llamaron para decirle que estaba en el número 50 de los 100 gays más influyentes de España: “Ahora colaboro con Orgullo Radio. Yo hablo mucho de lo que siento. No escondo que soy adicto. Este 5 de marzo hizo siete años de que fui ingresado, volví a nacer, y ahora tengo una vida ordenada y normal con una enfermedad que permanece dormida si no tienes contacto con esas sustancias, y todo va bien. Mucha gente me escribe y me pregunta cosas como dónde me traté. Cuando me dijeron que estaba enfermo, me explicaron que mis transmisores de placer no conectan y nunca tienen suficiente. Solo tienes que tratarlo”.

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La homosexualidad es otro de los temas: “Yo sufrí muchísimo mi homosexualidad. El gran problema fui yo mismo, me puse la barrera más grande. El día que dije ‘hasta aquí’, se acabaron los problemas. En mi casa lo supieron siempre… pero como yo pensaba que en la vida lo que se tenía que hacer era tener una novia, casarse, tener hijos… cogí una depresión enorme y con 22 años estuve dos semanas en casa llorando. Entró mi padre en la habitación y me dijo: ‘¿Por qué lloras? Explícalo por favor. Te queremos ayudar’. Y contesté: ‘Porque igual tienes un hijo maricón’. Mi padre respondió: ‘¡Y por eso lloras! Quieres que mañana vayamos al banco de la mano, veamos todas las deudas que tenemos y lloramos de verdad. Raül, sé lo que quieras, pero siempre ten respeto”. Así salió del armario el cocinero.

Balam siente que ahora puede ser lo que quiera; que puede hacer todo lo que se proponga. Su último reto: se presentó al castin de Tu cara me suena. Llegó, vio a las cuatro personas del jurado, cantó y se fue. “No necesité tomar nada para hacer algo que me daba mucha vergüenza. No me cogieron, buscaban otros perfiles”. Y no pasó nada. Balam sigue cantando en Instagram.


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Sobre la firma

Ana Pantaleoni
Redactora jefa de EL PAÍS en Barcelona y responsable de la edición en catalán del diario. Ha escrito sobre salud, gastronomía, moda y tecnología y trabajó durante una década en el suplemento tecnológico Ciberpaís. Licenciada en Humanidades, máster de EL PAÍS, PDD en la escuela de negocios Iese y profesora de periodismo en la Pompeu Fabra.

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