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Día Internacional contra la violencia de género
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando el silencio también golpea

Por tercer año, el Ayuntamiento de Sevilla no ha conseguido aprobar una declaración institucional porque Vox se niega a firmar textos que mencionen la “violencia de género”

Una de las lecturas que me han atrapado este mes es La vegetariana. La escritora surcoreana Han Kang, Premio Nobel 2024, narra cómo una mujer que decide algo tan íntimo como dejar de comer carne es inmediatamente vigilada y castigada. La violencia que se ejerce sobre ella no necesita del golpe: basta la presión cotidiana, la invasión simbólica, la sanción a quien se desvía del mandato. Y su cuerpo se convierte en territorio de dominio.

Es difícil no ver en este perturbador relato una metáfora de la violencia de género. Esa violencia silenciosa y estructural es la misma que sostiene tantas desigualdades que todavía atraviesan nuestra vida pública.

Y, desde esa mirada, resulta especialmente preocupante lo que ocurre en el Ayuntamiento de Sevilla, donde el acercamiento del PP a Vox ha supuesto un giro peligroso que confirma un claro retroceso en todas las políticas de igualdad. Como botón de muestra, el último presupuesto municipal aprobado se tradujo en un pacto entre PP y Vox que abrazaba el ideario de la extrema derecha: convenios con la asociación Provida y programas de fomento de la natalidad a costa de las partidas destinadas a igualdad, violencia machista o migración.

Todo esto contribuye a invisibilizar una realidad que necesita ser nombrada para poder ser combatida. Por eso, cada 25 de noviembre debería ser una fecha incuestionable para que las instituciones declaren, con una sola voz, que la violencia de género no tiene cabida en una sociedad democrática.

Durante años, Sevilla pudo mantener ese consenso básico. Hoy ya no. Por tercer año consecutivo, el Ayuntamiento de Sevilla no ha conseguido aprobar una declaración institucional porque Vox se niega a firmar textos que mencionen explícitamente la “violencia de género”, aunque cada vez que guardamos un minuto de silencio en la Plaza Nueva por un nuevo asesinato comparece ridículamente a un lado, fuera de la pancarta, aprovechando el momento para marcar distancia ideológica en lugar de acompañar a las víctimas.

No son sólo gestos, es un retroceso democrático y cultural. Las políticas de prevención, atención y protección requieren respaldos visibles y sólidos. Y cuando el consenso se deteriora, la capacidad social para intervenir también se debilita.

No estamos dispuestos a ceder ni a callar. No podemos dar más pasos atrás. No lo digo yo, ya lo decía Simone de Beauvoir en El segundo sexo, escrito hace ya casi 80 años: el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los propios oprimidos. Por eso, hoy lo afirmo con claridad: no seré parte de ese silencio que sostiene la violencia. No voy a mirar hacia otro lado, no voy a justificar lo injustificable ni a aceptar lo que pretende imponerse como normal.

La enseñanza que deja La vegetariana es simple y profunda: la violencia no aparece sólo en el golpe, sino mucho antes, cuando una comunidad es incapaz de respetar la autonomía de una mujer. En la novela, esa presión cotidiana acaba destruyendo a la protagonista; en nuestra realidad, ocurre algo similar cuando las instituciones dejan de reconocer y enfrentar la violencia de género con claridad. Si se pierde ese consenso, también perdemos la capacidad de proteger a quienes más lo necesitan. Por eso es urgente recuperarlo: para que historias como la que cuenta Han Kang no sigan encontrando eco fuera de la ficción.

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