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Congreso de los Diputados
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El nuevo ariete de Sánchez contra Vox: el papa León XIV

El presidente utiliza una exhortación del Papa para subrayar las contradicciones de Abascal, una estrategia que la izquierda ya convirtió en habitual con Francisco

Ángel Munárriz

El Papa vuelve al Congreso, y otra vez entra por la puerta de la izquierda. En este caso lo ha invitado Pedro Sánchez, que este miércoles le soltó a Santiago Abascal una cita de la exhortación de León XIV Dilexi te en la que el pontífice denuncia que hay quienes buscan el “desequilibrio” social, dando plena autonomía a “los mercados y la especulación financiera”, y “de ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común”. “¿Sabe quién lo dijo?”, inquirió Sánchez al líder de Vox, creando un instante de suspense. “Nada más y nada menos que León XIV. ¿Qué le parecen estas palabras? ¿Las comparte? Pues evidentemente no lo hace. O se está con el Papa o se está con los agitadores anticatólicos de la ilustración oscura. Explique a sus votantes con quién está usted y si es coherente con ello”. Así que otra vez regresa el pontífice al argumentario de una voz de la izquierda, y de nuevo —como ocurría con Francisco— como ariete para subrayar contradicciones ajenas.

Que el obispo de Roma aflore en los discursos progresistas, fenómeno frecuente con Francisco y que ahora asoma con León XIV, no ha sido ni mucho menos la regla en España. “Con la Iglesia hemos topao“, dice la expresión castiza, que en algunos oídos resuena como un recordatorio del pétreo contrarreformismo de la institución. “España martillo de herejes, luz de Trento. Esta es nuestra grandeza y nuestra unidad. No tenemos otra”, escribió Menéndez Pelayo sobre una nación donde la secular alianza entre trono y altar ha suscitado por siglos el recelo de liberales y progresistas. Mucho hizo por aquilatar ese recelo el nacionalcatolicismo, privilegiada incrustación de la Iglesia en el Estado, y ya en democracia los papados conservadores de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que consolidaron al otro lado del arco ideológico una fuerte desconfianza hacia la silla de Pedro. ¿Resultado? La mirada de sospecha de la izquierda hacia Roma ha sido la norma.

La excepción empieza en 2013, con la llegada de Francisco, que en sus doce años al frente de la Iglesia fue una china en el zapato de la ultraderecha. ¿Frenó su ascenso? En absoluto. Pero se situó en frente, sin medias tintas, enojando a Steve Bannon, Javier Milei —que dijo de él que era el “representante del maligno”—, Matteo Salvini, Jair Bolsonaro y en España a Santiago Abascal e Isabel Díaz Ayuso, que no entendía que “un católico que habla español” se disculpara por los “pecados” de la conquista de América.

Detractor del aborto y contrario a la equiparación en derechos de los homosexuales, el pontífice argentino se resistió sin embargo a las presiones para que utilizase la Santa Sede como un ariete contra la “ideología de género” y la “islamización de Occidente”, las fijaciones de los nuevos mesías del nacionalismo excluyente. Si en el terreno de la inmigración fue emblemática su visita a Lesbos, sobre economía su principal hito fue su encíclica de 2020 Fratelli tutti, donde defendía la “función social de la propiedad” y pedía sacar la política del “dictado de las finanzas”. Aquel texto precipitó una ola francisquista en la izquierda española, que deparó la impagable imagen de Alberto Garzón, por entonces líder de IU, enfrascado en la lectura de aquel documento papal para armar su discurso contra “la desigualdad y la ola reaccionaria global”. “Comparto con el Papa el llamamiento a construir un mundo más justo y solidario”, manifestó entonces Pedro Sánchez, todo ello ante el carraspeo incómodo del catolicismo derechista español.

El entusiasmo progresista —“¡Viva el Papa!“, llegó a proclamar Joan Baldoví, de Compromís— solía ir acompañado de pullas a sus adversarios, como en el caso de Íñigo Errejón (Más País), antes de su caída en desgracia: “Algunos dicen ser cristianos pero cuando el Papa critica la desigualdad resultan ser devotos solo del neoliberalismo”. O de Pablo Echenique (Podemos): “Tiempos extraños en los que PP, Ciudadanos y Vox piensan que una encíclica papal es un peligroso manifiesto socialcomunista”. O de Gabriel Rufián (ERC): “Si un papa abraza a un pobre le llaman santo pero si se pregunta por qué lo es le llaman comunista”. No obstante, la más entregada fue Yolanda Díaz, que en 2021 protagonizó una sonada reunión en el Vaticano con —un muy sonriente— Francisco. “El Papa es una persona muy importante para mí, me ha ayudado a tomar decisiones en mi vida”, afirmó Díaz tras la muerte del pontífice en abril, en una jornada en la que fue despedido con más calidez por el Partido Comunista que por Vox, con lo que está casi todo dicho sobre su legado.

Tras Bergoglio, Prevost

El papismo progresista no fue con Francisco un fenómeno solo español. De Bernie Sanders, estandarte de la línea más radical del Partido Demócrata de EE UU, que lo utilizó para fundamentar su defensa de una “economía moral”, a Maurizio Acerbo, secretario general de Refundación Comunista en Italia, que afirmó que “el mundo necesita su voz”, son muchas las figuras de la izquierda que se apoyaron en el jesuita argentino para ensanchar el espacio de sus mensajes.

Es lógico que tras un pontífice de tanto impacto político, la elección en mayo del enigmático estadounidense Robert Francis Prevost fuera recibida con cautela. Su estilo, hermético por comparación, y algunos guiños al sector tradicionalista, que se había hartado de tragar bilis desde 2013, llevaron a muchos a pensar que preparaba el terreno para una contrarreforma. Parecía entonces que había llegado la hora de poner fin a ese extraño paréntesis en que progres y rojos de todo pelaje se lucían con una cita papal. Pero eso no está tan claro.

Pasado el verano, el pontífice ha empezado a multiplicar los síntomas de alineamiento con Francisco en temas cruciales. El más sensible, la inmigración. En octubre denunció las medidas “cada vez más inhumanas” contra los inmigrantes, que además son “celebradas políticamente”. Por si a alguien le quedaban dudas de que había puesto en la diana a Donald Trump, jefe indiscutible de la internacional nacionalista, la semana pasada León XIV pidió una “profunda reflexión” sobre el trato a los extranjeros detenidos en EE UU, una indicación imposible de leer al margen de la creciente arbitrariedad del trato de los inmigrantes en el país de Trump (y de Prevost).

Más desapercibida que sus mensajes sobre inmigración había pasado su exhortación Dilexi te, en la que denuncia la “dictadura de una economía que mata” y afirma que la “solidaridad” consiste en “luchar contra las causas estructurales de la pobreza”, dos entrecomillados tan válidos como el que eligió Sánchez para subrayar la contradicción que el presidente del Gobierno quería subrayar: la misma derecha que se reclama guardiana de las esencias cristianas de Occidente tiene muy difícil hacer suyos los textos del hombre vivo más importante de la cristiandad.

Sin elevar la voz, Prevost va tomando el testigo de Bergoglio. Que Sánchez lo rescate evidencia dos cosas. Una, que quienes pensaron que León XIV iba a enterrar la herencia de Francisco se equivocaban. Dos, que en un contexto de retroceso del progresismo en la batalla ideológica, Moncloa ha advertido que el actual papa puede ser tan válido como el anterior como fuente de autoridad para nutrir sus discursos y subrayar las incoherencias del sector de la derecha que solo usa la cruz para dibujar un “nosotros” cristiano frente a un “ellos” musulmán, orillando la tradición humanista del cristianismo.

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Sobre la firma

Ángel Munárriz
Ángel Munárriz (Cortes de la Frontera, Málaga, 1980) es periodista de la sección de Nacional de EL PAÍS. Empezó su trayectoria en El Correo de Andalucía y ha pasado por medios como Público e Infolibre, donde fue director de investigación. Colabora en el programa Hora 25, de la SER, y es autor de 'Iglesia SA', un ensayo sobre dinero y poder.
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