_
_
_
_

El barro se convierte por fin en rabia

Hasta ayer, la ciudad de Valencia parecía vivir ajena a la tragedia que viven miles de vecinos a solo unos kilómetros

La fachada del Palau de la Generalitat, con pintadas tras la manifestación.Foto: Óscar Corral | Vídeo: EPV

No hace mucho, un psiquiatra muy prestigioso visitó a un viejo amigo que acababa de salir de la cárcel por una condena que consideraba a todas luces injusta. Comieron, charlaron de cosas sin importancia y, al final, el doctor le preguntó qué tal se sentía. Cuando el amigo le dijo que seguía enfadado, rabioso, el psiquiatra le respondió: “Muy bien, es lo que toca. Si dentro de unos meses sigues así, ya veremos qué hacemos, pero ahora lo normal es que te sientas rabioso”.

Hasta que, ayer por la tarde, decenas de miles de personas se echaron a las calles de Valencia para pedir la dimisión del presidente Carlos Mazón, la ciudad vivía una situación muy difícil de entender. A tan solo seis o siete kilómetros de distancia, miles de vecinos seguían achicando el barro que se llevó por delante sus casas —sin tiempo siquiera de llorar a sus muertos, sin aliento para buscar a sus desaparecidos—y, sin embargo, aquí la vida seguía inmutable, pendiente si acaso de la pantalla del televisor o el móvil, que convertían la tragedia tan cercana en algo casi virtual, algo que no manchaba ni olía. Por eso, quienes por la mañana cruzaban los puentes que resistieron la inundación —voluntarios, policías, militares, periodistas— no entendían que al volver a la ciudad con las botas de agua manchadas de fango la vida siguiera como si nada.

Por eso, Claudia, que tiene 22 años y ha estudiado Bellas Artes, cogió ayer un cartón y un rotulador negro de trazo grueso y buscó una frase que, certera como un disparo, resumiera la sensación que embarga a las víctimas de la inundación. Y escribió: “Nos habéis dejado sin presente, sin futuro y sin pasado”.

Dice Claudia que la frase no es suya: “Es del grupo valenciano La Raíz, pero viene al pelo. He conocido estos días a mucha gente que ha perdido su casa, que ya no tiene fuerzas ni tiempo ni dinero para rehacer sus vidas y que, por si fuera poco, no tiene ni el consuelo de la memoria, porque la inundación se llevó sus recuerdos. ¿Qué les queda?”. La rabia, por fin. La constatación en la calle, todos juntos, el uno más uno que se convierte en multitud, de que los vecinos del otro lado del barranco no están solos, que aunque los puentes se hayan caído y el metro se haya roto y los coches ya solo sean un amasijo de hierro, cañas y fango, aquí están ellos, los jóvenes y los no tan jóvenes, dispuestos a mancharse las botas de barro y a gritarle a Carlos Mazón, el máximo representante del Estado en Valencia, lo que su jefe de la calle Génova no es capaz de hacerle comprender. Que tal vez solo le quede un gesto capaz de amortiguar algo su gran irresponsabilidad. Porque, como dice Hermini Pérez, un veterano trabajador de obras públicas que ha llegado de El Puig y que marcha unos metros más atrás de Claudia, el presidente valenciano es ya un hombre sin honor que solo busca defenderse a sí mismo: “Que se produzca la inundación puede ser inevitable, que muera gente es intolerable”.

Hace unos días, Ignacio y Jesús David, vecinos de la zona más golpeada de Paiporta, contaron que la tarde noche de la inundación, cuando ninguna autoridad había avisado de lo que se venía encima, escucharon gritos de ancianos que murieron encerrados en sus pisos bajos. Por ellos, y por tantos otros, Valencia expresó ayer su rabia y su compromiso, su basta ya. La Raíz, ese grupo de música que le gusta a Claudia, tiene una canción que dice: “Vuelve, que incendiaremos el mundo otra vez. Nos volveremos a ver cuando salgamos del túnel. Tumbando alguna pared para poder ver las nubes”. Rabia, lucha y esperanza. Quienes los hemos visto luchar contra el barro estos días ya sabemos que no son una generación de cristal, sino más bien de acero.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_