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Se abre el telón: así lastra la teatralización de la política el debate parlamentario

Los plenos se llenan de acotaciones, insultos y asuntos ajenos al orden del día. La llamada democracia de audiencias hace primar los golpes de efecto sobre las ideas

El portavoz parlamentario del PP, Miguel Tellado, exhibe un fotomontaje con cargos socialistas asesinados por ETA durante el pleno del Congreso de los Diputados del pasado miércoles. Foto: Pablo Monge | Vídeo: EPV
Natalia Junquera

— Señor Sánchez, ha hablado usted de la dignidad de los migrantes. Le pido expresamente que retire la ley que deja sin efecto más de 300 años de prisión a los condenados por terrorismo de ETA.

Así arrancó Alberto Núñez Feijóo el pasado miércoles su intervención en el pleno de “comparecencia urgente” que su partido, el PP, había reclamado para que el presidente del Gobierno informara al Congreso “de las actuaciones realizadas hasta el momento para afrontar la emergencia migratoria que vive España” y explicara “los ajustes que va a realizar para cumplir con las recomendaciones de la Comisión Europea y someter a votación el plan de equilibrio fiscal”. El líder del PP dedicó a los migrantes cuatro minutos (de 17) en su primera intervención y 18 segundos en la segunda (de 7 minutos). El resto fue ETA, Carles Puigdemont y la investigación judicial a la esposa de Sánchez, Begoña Gómez. Ninguno de los titulares de sus alocuciones en la Cámara recogidos en la nota que el partido envió posteriormente a los medios hacía mención alguna a la inmigración.

Durante el debate salieron multitud de temas: la vivienda, el 23-F... , como recriminó posteriormente Cristina Valido, de Coalición Canaria, a sus señorías: “Han utilizado esta comparecencia para insultarse una vez más. En algún momento he tenido la sensación que tenía en la universidad cuando abrían la puerta, escuchaba al profesor y pensaba: ‘Me he equivocado de clase’. Creí que hoy íbamos a hablar de inmigración”.

Algo similar había ocurrido el día anterior. Cuando se debatía en el Congreso la toma en consideración de la modificación de la ley del derecho de asociación para eliminar las que hacen apología del franquismo, el diputado popular Jaime de Olano empezó su intervención diciendo: “Hay caso Begoña Gómez. Hay caso de corrupción del matrimonio Sánchez-Gómez. Hay caso de corrupción en La Moncloa”. “Sus compañeros asesinados se estarán revolviendo en las tumbas. ¿En qué clase de estercolero moral ha convertido Sánchez al PSOE?”, añadió. El nuevo foco de la bronca política, la reforma legal que, en línea con una directriz europea, convalida a los presos de ETA las penas cumplidas en otro país —favoreciendo que algunos de ellos salgan de prisión antes de lo previsto— tampoco fue suficientemente explicada en las Cortes por los partidos que la impulsaron, los que integran el Gobierno.

El artículo 102 del Reglamento del Congreso, incluido en el capítulo octavo, “de la disciplina parlamentaria”, dice: “Los oradores serán llamados a la cuestión siempre que estuvieren fuera de ella, ya por digresiones extrañas al punto de que se trata, ya por volver sobre lo que estuviere discutido o votado”. El 103 reza: “Los diputados serán llamados al orden cuando profirieren palabras o vertieren conceptos ofensivos al decoro de la Cámara o a sus miembros (...) cuando en sus discursos faltaren a lo establecido para la buena marcha de las deliberaciones; cuando con interrupciones o de cualquier otra forma alteraren el orden de las sesiones”. Olano llamó “sinvergüenza” al diputado Santos Cerdán, y Tellado, portavoz parlamentario del PP, “mafia” a la presidencia del Congreso por recordar en varios momentos del debate esos artículos del reglamento, incumplidos en cada sesión del Congreso.

Monge: “Antes, cuando la cámara de televisión se apagaba, el tono bajaba. El problema es que ahora la cámara no se apaga nunca porque siempre hay un móvil encendido”

Minuto a minuto, semana a semana, las descalificaciones y deliberados desvíos del orden del día hurtan horas de debate parlamentario sobre los problemas del país, mientras hay diputados que no saben lo que firman, como se ha visto esta semana al asegurar el PP y Vox que habían apoyado por error la reforma que afecta a los presos de ETA; o en la mesa del Senado, en la que los socialistas apoyaron —dicen que también engañados— la celebración en la Cámara de una cumbre de la extrema derecha internacional contra el aborto.

Ana Rivero ha escuchado cientos de plenos como taquígrafa en el Congreso durante 50 años. Asegura que, con el tiempo, el hemiciclo se ha ido convirtiendo en un gran escenario y los plenos, en una función. “Para hacer una tesis sobre la aparición de la mujer en el Parlamento”, explica, “leí muchísimos diarios de sesiones de la época de la República. Apenas había acotaciones: “murmullos”, “risas”... Cuando llegué a la Cámara, en 1975, tampoco poníamos muchas, porque los debates eran más tranquilos, no tan escénicos y con tantas interferencias como ahora. Pero en los últimos 15 años las acotaciones han crecido exponencialmente. De hecho, hicimos un archivo con ellas porque hay muchísimas y porque son esenciales para que alguien entienda dentro de 100 años qué ocurrió en las Cortes y en qué clima. Por ejemplo, hay que explicar que, el pasado miércoles, el portavoz del PP exhibió una foto grande, a color, con socialistas que había matado ETA”.

Probablemente fue esa teatralidad la que provocó que Miguel Tellado dejara una imagen difícil de olvidar en el archivo visual de las Cortes: la de dos diputados del principal partido de la oposición, él mismo y su compañera de escaño Macarena Montesinos, riéndose a la vez que agitaban en el aire las fotografías de asesinados por la banda terrorista mientras intervenía en el hemiciclo el ministro de Transformación Digital, Óscar López.

La patología tiene un nombre: democracia de audiencias. El término fue acuñado por el filósofo Bernard Manin en los noventa para describir cómo la política era sustituida por comunicación política, el partido por el líder y los espacios de debate para contrastar propuestas por medios donde colocar un mensaje. “El Congreso”, dice la politóloga y socióloga Cristina Monge, ”siempre tiene algo de teatro porque es la cámara de representación. El problema es cuando se equivocan de obra. En lugar de representar, por ejemplo, las diferentes visiones sobre cómo gestionar la inmigración, se confunden de obra y aquello acaba siendo una ópera bufa. Y sobreactúan mucho. Hace 20 años, los asesores que tenían los grupos parlamentarios eran juristas, economistas… ahora la mayoría se dedican a la comunicación y especialmente a las redes sociales, que premian, además, los contenidos más agresivos. Antes, cuando la cámara de televisión se apagaba, el tono bajaba. El problema es que ahora la cámara no se apaga nunca porque siempre hay un móvil encendido”.

Las preguntas registradas por la oposición para las sesiones de control al Gobierno son, generalmente, muy abiertas y de Perogrullo: “¿En qué países defiende usted la democracia?” (Feijóo, a Sánchez); “¿Le preocupa el bienestar de los españoles o sólo el de su Gobierno?” (Cuca Gamarra, secretaria general del PP, a la vicepresidenta María Jesús Montero); “¿Está cumpliendo con sus funciones al frente del Ministerio para la Transformación Digital?” (Montesinos al ministro Óscar López)”. Se registran para guardar la vez, el turno de pregunta, pero el guion cambia totalmente al salir a escena. Y no solo en las preguntas, también en las respuestas.

El ministro de Transportes, Óscar Puente, ha sido interpelado muchas veces en ambas Cámaras por los retrasos y averías en los trenes. A menudo ha respondido achacando esos problemas a la herencia recibida de los gobiernos del PP y señalando averías de medios de transporte que no son de su competencia, como el metro de Madrid. El 9 de octubre, respondiendo al diputado popular Eduardo Carazo, dijo: “No les preocupan los trenes. Les preocupo yo. Y no por cómo gestiono los trenes, sino por cómo les retrato. No les preocupa mi gestión, les preocupa mi voz”. Cuando, un mes antes, otro parlamentario popular, José Vicente Marí, empezó aludiendo a los “cortafuegos” que según dijo había tratado de poner Puente ante el caso Koldo de corrupción, y preguntó después qué pensaba hacer para “revertir el caos ferroviario”, el ministro replicó: “Si hubiera relación entre el caos ferroviario y la corrupción, durante los años de gobierno de Mariano Rajoy no hubiera circulado un solo tren”. “Traer aquí a un miembro del PP balear a hablar de corrupción es un suicidio. No le voy a recordar todos los casos de corrupción del PP balear porque no tendría tiempo. Tampoco le voy a hablar de las comidas que celebra la plana mayor de su partido en las que los condenados disfrutando del tercer grado penitenciario se levantan entre aplausos”.

El 29 de mayo, la diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo preguntó al ministro de Justicia, Félix Bolaños, “qué atributos adornan a sus aliados dentro y fuera de España”. Bolaños contestó: “Yo no le tengo que preguntar cuáles son los atributos que adornan a sus aliados dentro y fuera de España: son ultraderechistas”. Álvarez de Toledo, a su vez, respondió: “¿Le contaron a Zelensky que compraron la investidura borrando los delitos de un peón de Putin? Sobre Argentina, yo prefiero la motosierra al coche bomba, que fue el juguete de sus socios”. Y añadió: “Estamos seguros de que mañana mismo ampliará la ley de amnistía para incluir no solo a los presos de ETA, sino también a la cúpula de Hamás y a la totalidad de los talibanes”.

“Hemos llegado a cotas particularmente bajas en la discusión política”, afirma el politólogo Lluís Orriols, autor de Democracia de trincheras. “La semana pasada ha sido un buen ejemplo de un tipo de oposición emocional que no se basa en la rendición de cuentas y la propuesta de alternativas, sino que apela a los sentimientos para movilizar. El juego con las emociones es inherente a la política desde el principio de los tiempos, pero el contexto de alta polarización, deshumanización y negación del adversario hace que sea mucho más fácil bajar al barro”.

Como en cualquier función, hay distintos papeles. Para Monge, “Miguel Tellado y su correlato en [el ministro de Transportes] Óscar Puente son los más agresivos y mediáticos”. “Gabriel Rufián”, añade, “juega mucho al zasca, pero con ironía. Aitor Esteban es la seriedad, la contundencia, el lenguaje llano… Los ministros generalmente tienen un rol más institucional”. Y hay duelos que se repiten semana tras semana. “Un pleno también es como un partido de fútbol en el que el entrenador pone a sus futbolistas a marcar a cada jugador del equipo contrario”, recuerda la politóloga.

La oferta y la demanda

Preguntado por qué provoca ese clima teatral en las Cortes, si la oferta o la demanda, Orriols responde: “Nos fijamos mucho en la oferta, es decir, en los partidos que han decidido centrar las disputas en la activación emocional de los electorados, pero en todo esto hay mucho también de demanda, porque los votantes recuerdan mucho más los mensajes de los debates broncos, los golpes de efecto. Ese tipo de política tiene la doble ventaja de generar mayor atención y retenerse más tiempo en la memoria de la gente, lo que la convierte en muy tentadora. Pero a la vez genera descrédito y desafección ciudadana”.

Monge cree que debería abrirse el debate en los medios sobre el tratamiento que dan a esas intervenciones teatrales e hiperbólicas en las Cortes: “Lo hacen porque les funciona, porque eso les garantiza un espacio”, recuerda la politóloga, partidaria de endurecer el sistema de sanciones en el reglamento interno del Congreso. Para Orriols, la única solución sería un pacto entre los partidos para evitar ese tipo de mensajes. “Porque si uno practica una actividad parlamentaria propositiva y el otro no, puede desmovilizar al votante moderado o que no está tan informado y que se vaya a quien hace campaña en negativo. Ese es el desincentivo”.

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.
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