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migración
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sostiene Feijóo

Sánchez básicamente se ciñe al Pacto Migratorio de la UE y ofrece, poco más o menos, lo que dice el programa electoral del PP para tratar de aumentar la migración regular y reducir la irregular

Alberto Núñez Feijóo, en la sede del PP de la calle Génova de Madrid.
Alberto Núñez Feijóo, en la sede del PP de la calle Génova de Madrid.Claudio Álvarez
Claudi Pérez

Sostiene su equipo que sucedió en la campaña de las elecciones catalanas. Una magnífica jornada primaveral, soleada y airada, Feijóo se paseó por una de las localidades con más migración, y el resultado de esa caminata provocó una convulsión en un mitin posterior: “Le pido el voto a los que no admiten que la inmigración ilegal ocupe nuestros domicilios”. No hay evidencia empírica de que eso ocurra: la mentira os hará libres, dice Fernando Vallespín.

Sostienen las crónicas de por aquel entonces, en la carrera a los comicios europeos, que Feijóo volvió a sacudir en un mitin en Tenerife el espantajo de la inmigración: propuso que las personas que quieran formar parte de la Unión Europea tengan que adquirir “un compromiso de adhesión y respeto a los valores fundacionales de Europa”.

Sostienen sus próximos que ese cambio de rasante, ese nuevo tono tirando a radical que abraza alguno de los postulados de la extrema derecha, provocó un debate interno en el PP. Ante la tesis del líder (“los españoles tienen derecho a salir tranquilamente a la calle”), la cúpula tenía una antítesis: sería “un error” abrazar ese discurso porque aleja al partido de la centralidad. Pero se imponía una síntesis: “Esa es una percepción que está en la calle”. “La calle”, ese sintagma.

Sostiene el aparato del PP que no sirvió de mucho que el ala moderada, capitaneada por Moreno Bonilla, levantara la mano: “No voy a participar en la cacería del inmigrante”. El crescendo continuó: Feijóo endureció a principios de agosto su discurso contra los menores migrantes y reclamó “límites” a la acogida. Inmediatamente después, se negó a apoyar la reforma de la ley de extranjería a pesar de la presión en Canarias y Ceuta, con Gobiernos apoyados por el PP. Subió la apuesta con una proposición no de ley para reforzar el control de fronteras. Y ha acabado incendiando el debate migratorio esta semana, acusando a Pedro Sánchez de activar el “efecto llamada” en Mauritania, Gambia y Senegal.

El presidente del Gobierno, básicamente, se ciñe al Pacto Migratorio de la UE y ofrece a esos países, poco más o menos, lo que dice el programa electoral del PP para tratar de aumentar la migración regular y reducir la irregular. El PP votó en su día a favor de la regularización de migrantes, pero da un poco igual: si la estrategia es decir frases con pegada, la migración es uno de los mejores muñecos de pimpampum. Su portavoz parlamentario, Miguel Tellado, es quien más lejos ha llegado, al plantear incluso “deportaciones masivas” de migrantes, algo que no han conseguido hacer ni los Gobiernos ultras de Europa, empezando por el italiano de Giorgia Meloni.

Por el camino, la migración ha pasado de ser el noveno problema para los españoles, según el CIS de junio, al cuarto (julio). Va a ser un asunto capital en las próximas elecciones regionales en Alemania, donde la socialdemocracia habla ya de endurecer las leyes y en las que tiene toda la pinta de ganar la ultraderecha. Y en las de Austria, con los ultras mandando también en los sondeos. Fue un asunto central en los comicios franceses y en los europeos. Será uno de los temas clave de las elecciones estadounidenses en noviembre. ¿Y en España?

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Los datos de entradas han aumentado con rapidez este año, pero aun así no permiten hablar de crisis migratoria; como mucho de presión migratoria en Canarias y en Ceuta. Pero con el acelerón declarativo de la política nacional, los datos empiezan a dar un poco igual: cuentan más las percepciones. Cuenta la ansiedad que provocan las advertencias de “invasión” de Vox, o ese sindiós de las deportaciones masivas de Tellado.

La migración solía ser un debate sobre derechos y economía; ahora el enfoque prácticamente único es la seguridad. Las fronteras abiertas de Europa han dejado de ser un símbolo de libertad: ahora lo son de inseguridad. Las derechas se han arrimado al discurso ultra; las izquierdas siguen sin mirar de frente al problema y como mucho mascullan en voz baja algo sobre los “valores europeos”, los mismos valores que han llevado a Bruselas ―con los votos de los socialistas y los populares― a cerrar acuerdos con Turquía para mantener a los refugiados sirios en campos de concentración a las puertas de Europa.

La migración es un debate apasionante, complejo, lleno de aristas que pinchan. La formidable brecha de renta per cápita en las dos orillas del Mediterráneo hace que montarse en una patera para cruzar ese mar de color de vino sea más atractivo que cualquier utopía. Los economistas sostienen que las rentas más bajas perciben a los migrantes como una competencia por los empleos, pero a la vez cuentan que el boom del mercado laboral español no se explica sin la migración, y que las pensiones difícilmente serán sostenibles sin ella. No solo en España: el invierno demográfico de Europa será mucho más frío, gélido, sin migrantes. Esos son los debates fundamentales, los que deberían a marcar las políticas migratorias globales de los próximos tiempos, si no fuera por el oleaje emocional de los populismos, que arrastra a partidos anteriormente conocidos como “de centro”.

Les contaré un secreto: las pateras no van a dejar de venir por muchos muros que construya Europa, por mucho que las derechas hablen de deportaciones masivas, por mucho que la normativa se endurezca. Por mucho que Sánchez busque acuerdos con los países de tránsito, que van a servir de poco o nada. Por mucho que Feijóo ejerza de Feijóo y se levante un día moderado y centrista, y por la tarde radicalice su discurso hasta el infinito y más allá.

Sostienen los politólogos que usar a los migrantes como arma política ha sido históricamente un éxito para los partidos que blanden esa arma: quizá eso explica esa inflexión en el relato migratorio del PP. Sostienen también que, a la larga, los países gobernados por esos partidos cosechan fracasos estrepitosos en esa palabra tan líquida que es la convivencia. Pero ay, “era mejor darse prisa, el Lisboa saldría dentro de poco y no había tiempo que perder, sostiene Pereira”.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.
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