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Las mil caras de la estafa digital enraízan en San Fernando

La Policía Nacional ya tiene destinados hasta 11 agentes de una comisaría de la localidad gaditana a luchar contra delincuentes jóvenes y reincidentes especializados en ciberdelitos cada vez más complejos

Uno de los detenidos, escoltado por un policía, en la operación por estafar miles de euros a cientos de personas por internet, en una imagen de la Policía Nacional.
Uno de los detenidos, escoltado por un policía, en la operación por estafar miles de euros a cientos de personas por internet, en una imagen de la Policía Nacional.
Jesús A. Cañas

El Zacha es un chaval más de la calle en San Fernando. Un tipo de 20 años, procedente de una familia de clase media, que un buen día se torció y se enganchó al consumo de diversos estupefacientes. Podría haber financiado sus adicciones a golpe de tirones, descuidos o robos de poca monta en esta ciudad gaditana, pero apostó a caballo seguro: las estafas informáticas. Empezó como una mula más, la policía lo pilló tantas veces hasta hacerse viejo conocido y, al final, se montó su propia organización delictiva diversificada: lo mismo fingía ventas en plataformas de segunda mano que timaba con falsos alquileres vacacionales o engañaba a sus víctimas con argucias para extraer efectivo sin tarjeta en cajeros a través de la plataforma de pago HalCash.

El Zacha, que responde a las iniciales de C. Z., es el último ciberdelincuente de San Fernando en acabar detenido, pero también es el sospechoso prototípico al que se enfrenta la Comisaría de San Fernando desde que, hace nueve años, detectaron un repunte de estos delitos en la ciudad. Jóvenes corrientes enganchados o no a sustancias que buscan conseguir dinero rápido, sin pensar en las consecuencias, pero que tampoco hacen grandes ostentaciones económicas; ese es el perfil que nutre las centenares de carpetas que pueblan la unidad de delitos informáticos de lo que no deja de ser una comisaría local de un municipio de 95.174 habitantes. “Otros lugares como Valencia o Cataluña también son focos de estafas, pero no tengo constancia de tantas operaciones en una misma ciudad de este tamaño, somos un poco epicentro, no sé si es que somos tan buenos o porque tenemos meollo curioso”, ironiza uno de los integrantes de la Brigada de la Policía Judicial de la Comisaría de San Fernando.

Cada año, la policía de esta localidad al sur de España recibe centenares de denuncias procedentes de colegas de los Mossos d’Esquadra, Ertzaintza, Policía Foral de Navarra o Guardia Civil que vinculan posibles estafas cibernéticas con posibles sospechosos de la ciudad. Pero eso no siempre fue así. Todo empezó con Abel, un estafador que en 2015 creó una red de timos por internet que dejó cerca de 800 afectados. Para lograrlo, el sospechoso creó una red de colaboradores o mulas que le ayudaban en la tarea suplantando identidades, haciendo de testaferros o cobrando el dinero. Cuando le detuvieron hace cinco años, Abel dejó tras de si a cacos convertidos en ciberdelincuentes dispuestos a heredar el negocio. “Con él empezó todo, tanto para el lado del crimen como para nosotros. Entonces, era una estafa poco sofisticada, aunque compleja, ahora es más elaborada”, apunta el investigador.

Tanto es así que en la Comisaría de San Fernando han pasado de tener cuatro agentes —de sus 180 efectivos— dedicados a los delitos informáticos a tener 11 investigadores; de seguir la pista a unas 10 investigaciones de este tipo al año a sumar 165 detenidos y 40 registros domiciliarios en los últimos dos años y nueve meses, tiempo en el que llegó al grupo un nuevo inspector jefe. “Queremos pensar que, operación tras operación, va a parar, pero la realidad es que se va esparciendo. La evolución es palpable y las estafas cada vez son más elaboradas”, apunta el policía. Aunque el grueso de las artimañas se tejen siempre en lugares online de compraventa de objetos de segunda mano en los que los timadores fingen vender o comprar coches o productos de tecnología. En la pandemia, incluso aprovecharon el interés de muchos por comprar una mascota para urdir sus estratagemas en torno a la supuesta venta de cachorros.

En la última, el Zacha y sus otros cinco colaboradores —todos ya detenidos, de los que cuatro han acabado en prisión provisional, incluido el cabecilla— tejieron una red diversificada de estafas. En unos casos, confundían a las víctimas que iban a comprar y vender algo con ellos para engañarles por medio de la plataforma HalCash, un sistema de extracción de dinero por medio de aplicación y sin tarjeta. En otras, recurrían al Bizum inverso, por el que mandaban solicitudes de dinero, en lugar de pagos a otros vendedores. “A algunos les decían que había sido un error y que, para solventarlo, necesitaban su DNI. Si se lo daban estaban perdidos, porque los usaban a su vez para suplantar su identidad”, apunta el mismo investigador. Además, recurrían a publicitar falsos alquileres vacacionales muy baratos por internet, para los que requerían el pago del dinero o parte por adelantado. Así se llevaron más de 100.000 euros en ganancias y urdieron una red de más de 100 damnificados, entre los que se encuentra un concesionario de vehículos que acabó por cerrar, debido al desprestigio creado por usar su nombre para los engaños.

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En la Comisaría de San Fernando hace ya años que no saben nada de Abel, pero la semilla germinó en forma de un árbol genealógico interminable. El Zacha procedía de otras estafas digitales anteriores; su novia, de 30 años e igualmente detenida en el mismo operativo, también. “A veces, el negocio salta de hermano a hermano. Son personas de pocos recursos, canis de la calle consumidores de drogas a veces, pero que no están en un barrio concreto. Tampoco hacen alarde de dinero, a lo sumo ropa de marca y cadena de oro”, explica el policía. En resumen, podría ser cualquiera, como el menor que en febrero del año pasado fue capaz de crear herramientas informáticas propias para realizar estafas con páginas webs clonadas de bancos.

O la madre, que, hace unos días, acabó también detenida por ver otra vía de negocio en crear una subcontrata de servicios para el ciberdelincuente de San Fernando. Ella y sus dos hijos se dedicaron a dar de alta tarjetas de telefonía con compañías low cost, a los que daban datos de identidades inventadas. Así consiguieron vender hasta 186 tarjetas entre otros delincuentes, con las cuáles se habrían cometido engaños por un valor superior a los 250.000 euros. “Eran la logística de los estafadores”, apunta el agente.

Desenmarañar la telaraña de los delitos cibernéticos no es fácil. “Son meses de investigaciones que derivan en instrucciones bastante complejas que tardan en acabar en juicios”, explica el policía. Eso hace que los cibercacos acaben saliendo de la prisión provisional, a la espera de sentarse en el banquillo. “Y entonces, vuelven a la carga, por eso la mayoría tiene varios antecedentes policiales”, añade el agente. Pero en la Policía Judicial de la Comisaría de San Fernando confían en que la situación cambiará cuando comiencen a caer sentencias: “No es solo una estafa, son centenares, unidas a otros delitos como blanqueo, organización criminal o falsedad documental. El concurso de delitos hará que las condenas sean altas”. El tiempo dirá si Zacha lo vuelve a intentar, tras pasar por prisión. En la Comisaría de San Fernando, por si acaso, ya están preparados: “Surgen como los champiñones, con tener un móvil en sus manos, ya les vale”.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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