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Columna
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Por qué no discutimos sobre economía

La política parece convertirse en un campo cerrado, autorreferencial

Oriol Bartomeus
Pedro Sanchez
El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, durante su discurso en el foro de Davos.Borja Puig de la Bellacasa (Pool Moncloa/EFE)

En otros tiempos la intervención del presidente del Gobierno en el foro de Davos hubiese sido noticia de portada en todos los medios y habría centrado los debates de todas las tertulias. En otros tiempos. Aquellos en los que la ley de Presupuestos era noticia por su contenido y no por qué partidos la apoyaban. Aún hoy es común decir que los Presupuestos Generales del Estado son “la ley más importante del año”, pero su eco público desaparece ante medidas en principio de menos peso, como la reforma del Código Penal o las derivadas de la ley de libertad sexual. El discurso de Pedro Sánchez en el Foro Económico Mundial ha acabado ensombrecido por la polémica sobre el protocolo antiabortista del Gobierno de Castilla y León.

No es nada nuevo, pero no deja de sorprender: la política ya no discute sobre economía, la economía ya no es el eje del debate político, como lo había sido durante décadas. Y eso es así por una razón esencial: desde los años noventa no hay debate sobre la economía porque no existen alternativas al modelo imperante desde finales de los años ochenta. Sin posibilidad de debate en el ámbito económico, la pugna política se traslada a otros espacios, a lo que se ha llamado las guerras culturales. Ni la crisis financiera global fue capaz de restaurar la economía como eje central del debate político. Para la historia quedarán las palabras de Sarkozy sobre la necesaria “refundación” del capitalismo, pronunciadas hace catorce años.

En el caso español, la reintroducción de la economía en el debate político es difícil porque no sigue los patrones definidos en los años noventa y que siguen en vigor. Según estos patrones, el partido de la economía es el PP, frente a un PSOE al que se ha definido como un partido al que se le da mal manejar la economía. Este ha sido el mantra de las campañas del PP de los últimos veinticinco años, asumido por la opinión general. De ahí que sea difícil asimilar el escenario actual: que sea el PSOE el que quiera hablar de economía, mientras el PP rehúye el debate.

Más allá de la coyuntura, habría un elemento de fondo que haría muy difícil que la política volviese a circular por el carril de la economía. Treinta años de monopolio ideológico habrían provocado en los electores una disociación entre la política y la economía. En el barómetro de 40dB. para EL PAÍS del pasado octubre se observaba claramente esta disonancia: por un lado, las medidas económicas desplegadas por el Gobierno recibían el respaldo mayoritario de los electores, pero por otro, la estimación de voto situaba al PP por delante del PSOE. ¿Cómo era posible? La explicación era evidente y a la vez desconcertante: el 70% de los votantes del PP apoyaban las medidas gubernamentales, pero eso no les llevaba a modificar su voto.

La política parece haberse convertido en un campo de acción cerrado, autorreferencial, en el que la decisión de voto obedece únicamente a la identificación con un partido o un liderazgo (o la animadversión hacia otro partido o liderazgo), independientemente de las políticas que éste aplique, que tienden a verse como algo ajeno al color del partido que ocupa el Gobierno, sobre todo en el campo de la economía, en el que las acciones de gobiernos de distinto signo desde finales de los ochenta son difíciles de diferenciar.

Quien quiera devolver la economía al centro del debate político tiene una ardua tarea por delante.

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