Uno de los polizones llegados sobre la pala de un timón: “No hago nada malo, no soy un ladrón”
Henry A. llegó exhausto sobre la pala de un timón a Gran Canaria el 28 de noviembre. Era la segunda vez que lo intentaba de esta manera. “He visto a gente morir. Decidí irme lejos para sobrevivir”
Henry A. es un mecánico nigeriano de 42 años, casado, con un hijo y cinco hermanos que asegura que dependen de él. El pasado 28 de noviembre, su imagen sobre el timón de un petrolero, donde fue encontrado con otras dos personas por Salvamento Marítimo tras 11 días viajando como polizones dio la vuelta al mundo. Era la segunda vez que se jugaba la vida en el Atlántico de esta manera. “He visto a gente morir. Decidí irme lejos para sobrevivir”. Asegura que no ve otra manera de ayudar a su familia. “No hago nada malo, no soy un ladrón”, recalca este ciudadano nigeriano, que ha pedido a España que le reconozca como beneficiario de protección internacional por circunstancias de especial vulnerabilidad, petición por ahora admitida a trámite.
Esta la segunda vez que intentaba entrar en Europa como polizón de un barco. El 6 de octubre de 2020, se aprecian las siluetas a contraluz de tres hombres sentados sobre el timón del Champion Pula, un petrolero con base en Bergen que había partido 10 días antes de Lagos y con el que siguió hasta Noruega, ya retenido a bordo como polizón desde que lo descubrieron en Gran Canaria. No es un dato que las autoridades ignoren; figura en su expediente, así que no tiene inconveniente en señalarse en la escena. “It’s me” (”soy yo”), afirma en inglés.
Fue deportado de Noruega, pero conservó la determinación de entrar de nuevo en Europa. Así, en la madrugada del 17 de noviembre le pidió a un pescador que le acercara bajo la popa del Alithini II. Dos hombres más jóvenes lo vieron y se le sumaron. Henry A. mantiene que no los conocía. Al poco de esconderse bajo la popa, se les cayó al mar una bolsa en la que habían reunido lo básico para sobrevivir: unas botellas de agua y un martillo, por si la situación se volvía desesperada en el océano y tenían que llamar la atención de la tripulación. Era su plan de emergencia, revelar su escondite como polizones haciendo ruido.
“El agua se perdió el primer día. Ese era el problema. No teníamos a quién llamar, el pescador se había ido. Así que nos arriesgamos”, relata. Los tres hombres se afianzaron como pudieron en un hueco oscuro y sin apenas espacio y resolvieron seguir adelante. Como dice el propio Henry, había pocas opciones: “Nadie podía rescatarnos ya”.
La situación se volvió desesperada al segundo día, cuando comprobaron las penurias de la falta de agua, por más que Henry A. demostrara experiencia y explicara a sus compañeros que podían aplacar por un tiempo la sed mojándose los labios con agua del mar, sin beberla, a menos que quisieran enfermar. Aun así, la bebieron.
“Estábamos los tres agotados. Al segundo día estuve a punto de rendirme. Para mis dos compañeros era la primera vez, no habían viajado, no sabían sobrevivir”, cuenta. Disponían de comida, pero o bien no servía de nada sin agua, o bien les provocaba más sed.
El siguiente desafío consistió en soportar el tiempo sin reloj y en un agujero sin luz, donde cualquier intento de asomarse para ver lo que había fuera suponía arriesgarse a caer al océano. Y, por fin, sobrellevar como pudieron el sueño, dando cabezadas, pero siempre en alerta. “Si te duermes y te caes, olvídate”, apunta Henry. Las salpicaduras de las olas y la turbulencia del motor que los empapaban a cada poco les recordaban el peligro, si acaso lo habían olvidado.
Así que este ciudadano nigeriano resume así en qué consistieron la mayor parte de sus más de 250 horas en el mar, 11 días: “Pasábamos el día rezando. No sabíamos adónde iba el barco, solo rezábamos para que parara”. Lo dice tan convencido del resultado, que repite varias veces a lo largo de la entrevista que fue Dios quien los rescató.
Cuando un día sintieron que el motor del barco aminoraba la marcha, primero, y luego se paraba, respiraron. “Gracias a Dios, porque estábamos a punto de rendirnos. Si hubiera seguido navegando algunos días más, ninguno hubiéramos sobrevivido”.
Después, intentaron avisar a gritos a otros buques que pasaban cerca del Alithini II en el trasiego del puerto de La Luz. Fueron los prácticos del puerto quienes los vieron y alertaron a Salvamento. Los tres han pedido asilo y ya han recibido sus documentos provisionales de solicitantes de protección internacional, el resguardo blanco que dentro de seis meses ya los autoriza a trabajar. Henry no ve la hora que llegue ese día. Mira de nuevo a su foto bajo el casco enorme del Alithini II y se sincera antes de despedirse: “Casi no lo puedo ni creer, esa foto me hace pensar que esta vida no es fácil. Gracias, Dios, por haberme rescatado”.
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