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Luisita contra el Estado por la herencia de seis millones de euros de una prima con la que apenas se saludaba

Un bufete reclama en nombre de la mujer de 86 años el patrimonio familiar que ingresó la Administración al no encontrar herederos, el segundo mayor en lo que va de siglo que ha ido a las arcas públicas

Herencias
En el centro, tumba de los Azcona Humaran en el cementerio de Bilbao.Fernando Domingo-Aldama
Javier Galán

Maricarmen Azcona murió en 2014, el día después de Navidad. Había visto fallecer uno a uno a los tres hermanos con quienes vivía y a los que servía en un piso de Bilbao. Una familia impenetrable, que ocultaba lo que ocurría en su seno de puertas para adentro. Unas semanas después, el día de la Cabalgata de Reyes, una abogada comunicó al Estado que la última de los Azcona había muerto sin herederos ni testamento. Caía la primera ficha de un dominó que llevó la herencia, de 5,7 millones de euros, directa a las arcas del Estado. Que apartó otros 600.000 como recompensa por el suculento chivatazo a la abogada, que cobró y desapareció. Y que años después terminó con Luisa Azcona, prima carnal de la fallecida, cerrándole la puerta en las narices a un trabajador del mayor bufete cazaherencias de Europa. Luisita, como la conocen sus allegados, creyó que era una estafa. Pero ahora ha accedido a que pleiteen en su nombre por recuperar la herencia, la segunda más cuantiosa que ha caído en manos del Estado desde principios del milenio. La Administración espera a la reclamante en los tribunales.

La historia de la herencia comienza con cuatro de los cinco hermanos Azcona Humaran, que veraneaban en la localidad cántabra de Castro Urdiales, cerca del lugar de origen familiar. Benjamín, Ramiro, Ignacio y Maricarmen tenían allí una casa con huerto, en la que echaban el rato con sus padres y su tío, el padre de Luisita. “La trabajaban solo por distraerse”, recuerda ahora por teléfono la mujer, que acaba de cumplir 86 años, todavía reside en Castro y es la única que vive de 10 hermanos.

El huerto era el punto de reunión de la familia, hasta que una tarde el padre de Luisa se marchó a Bilbao a los toros sin avisar. El padre de los Azcona Humaran no perdonó tamaña ofensa. A la vuelta, relata Luisa, los dos hermanos se encendieron tanto que no volvieron a juntarse. La familia se quebró de forma irreversible. Calcula que ella rondaba la veintena cuando conoció a sus primos, con los que se cruzaba un escueto hola y adiós. “A su casa nunca entré, ni en su huerta, ni he tenido conversaciones”, aclara. Con el tiempo, los hermanos Azcona vendieron la descomunal parcela de Castro para construir torres de pisos en primera línea de playa en los años noventa. Los saludos de compromiso se acabaron. Luisita no sabría más de ellos hasta que en 2020 tocaron a su puerta los abogados.

Los cuatro hermanos vivían en una de las torres de la bilbaína plaza de Zabalburu. Al resto de los vecinos del edificio les extrañaba que no tuvieran personal de servicio y nadie les limpiase la casa. Ese papel lo desempeñaba la hermana pequeña, Maricarmen, que callaba, se encargaba de las tareas del hogar y atendía a sus tres hermanos solteros. Benjamín murió el primero, en 2002. A Ramiro lo encerró en casa un cáncer hasta que murió en 2005.

Las torres de Zabalburu, donde residían los hermanos Azcona Humaran.
Las torres de Zabalburu, donde residían los hermanos Azcona Humaran.Fernando Domingo-Aldama

Para seguir la pista de la enigmática familia, los hermanos Luis y Manuel Zayas ayudan a recomponer cómo fue su vida en la ciudad. Cuentan que tuvieron mucho trato con dos de los varones, Ignacio y Ramiro. Destacan la meticulosidad de ambos, si bien apuntan que nunca los oyeron hablar de su hermana Maricarmen, hasta el punto de que no conocían siquiera que existiese.

De Ignacio resaltan que era abogado, agnóstico, amante de los viajes por Europa sin calendario, ni destino fijo. A Ramiro lo dibujan tan puntilloso en su profesión como devoto en su vida privada. Director de la sucursal de una aseguradora, precedió a Luis Zayas como director de la revista El pan de los pobres y cofundó con Manuel Zayas la Fundación de la Virgen de Umbe, una sociedad religiosa creada tras unas supuestas apariciones marianas en un monte de Bizkaia. Estiman que donó cuantiosas cantidades de dinero, hasta el punto de que llegó a comprar los terrenos del santuario, aún visitable hoy, para entregarlos como aportación. Ramiro se movía en moto, pero utilizaba su coche para transportar las garrafas de agua supuestamente milagrosa que llenaba en las fuentes del manantial de Umbe. Enviaba el líquido en botellas por toda España a quien creyese en su poder curativo. En los últimos años ocupaba toda su atención. “Ramiro lo creía de verdad”, rememora Manuel Zayas, aunque añade que se acabó distanciando de él, porque “le parecía que se estaban pasando un poco con el montaje de las apariciones”.

Ramiro Azcona, el tercero por la izquierda, en la sociedad San Vicente de Paúl de Bilbao. Cedida por Luis Zayas.
Ramiro Azcona, el tercero por la izquierda, en la sociedad San Vicente de Paúl de Bilbao. Cedida por Luis Zayas.

Que la fortuna familiar haya terminado en la caja estatal sorprende a los hermanos Zayas. Sobre todo por la meticulosidad que demostraba Ramiro, alguien a quien no le gustaba pagar en impuestos más de lo imprescindible y que estaba obsesionado con que las donaciones que los creyentes ofrecían a la virgen se ingresasen en una cuenta corriente de la fundación, en la que para gastar se requería de tres firmas. “El dinero acabó en manos del obispado”, afirma Manuel Zayas, que fue presidente de la fundación.

Como teoría, lanzan que Ignacio temía que su hermano legase todo su dinero a alguna del sinfín de sociedades religiosas que había impulsado a lo largo de su vida, y que lo guardó todo en la familia, aun sabiendo que él era el penúltimo que quedaba. Tal era su recelo que llegó a negarse a que un sacerdote de confianza entrase en la casa a dar la extremaunción a su hermano moribundo. Guardó y guardó, hasta que murió en enero de 2014, nueve años después de su pariente. Al frente de las cuentas quedó Maricarmen, la última superviviente, la hermana discreta con la que nadie recuerda cruzar más de un saludo, la mujer abnegada que no supo, quiso o pudo gestionar la colosal herencia antes de fallecer meses después.

Más de 154 millones de herederos sin testar

En abril de 2016, un juzgado declaró al Estado heredero de Maricarmen Azcona. Hubo subastas, se localizaron cuentas, fincas y propiedades y en mayo de 2017 la delegación de Hacienda de Bizkaia tenía una cifra: 6.335.304,56 euros. Se trata de la segunda mayor herencia sin reclamar de España desde por lo menos el año 2000, fecha a partir de la cual se han podido consultar los datos desagregados. La primera corresponde a un edificio entero de la madrileña calle de Goya, también legado por una mujer, por el que se ingresaron más de ocho millones de euros. Entre 2000 y 2021, el Estado español ha recibido 154 millones de euros en herencias. Ha ocurrido en más de 1.500 operaciones en esos 22 años: de media, los legados rondan los 100.000 euros.

El Estado ofrece un incentivo para quien lo ponga sobre la pista de cualquier persona que fallezca sin herederos ni testamento: el 10% de lo que reciba. En el caso de los Azcona Humaran, esa persona fue Marina Muñoz Ruiz, una abogada de Bilbao. Le correspondían como premio 633.530,46 euros, el mayor recibido por un particular en lo que va de siglo, como poco. Un pelotazo. EL PAÍS no ha podido localizarla. En 2017, nada más cobrar la recompensa, se dio de baja en el Colegio de Abogados de Bizkaia. “Desapareció. Cambió de trabajo y se perdió el contacto”, explican en el despacho en el que ejercía, situado a un kilómetro de la vivienda de los Azcona.

Los millones llevaban años repartidos entre la misteriosa abogada y el Estado cuando un trabajador del bufete de abogados Coutot Roehrig llamó a la puerta de la casa de María Luisa Azcona Angulo. “Lo echó con agua caliente”, rememoran ahora en casa de un sobrino lejano de la única heredera viva. Luisita explica cómo fue el segundo contacto de los abogados: “Le comentaron entonces a una prima de mi marido que vive debajo de mí. Le dije que yo no quiero nada de todos esos jaleos, que yo no tengo más que la pobreza y no quiero saber nada de herencias. Que les den a todos por culo”. Ella no entendía, no quería saber nada, no se fiaba. Quién no recelaría si le dicen que tiene derecho a cobrar varios millones de euros de alguien con quien apenas se saludaba.

Pero el resto de los parientes lejanos se enteraron de que ese bufete es conocido por rastrear herederos, comentaron el caso con una abogada conocida y las reticencias de Luisa se terminaron por disipar. Como a ella no le cobran nada, acabó dando el beneplácito: “Que tiren”, rememora ahora. El 5 de enero de 2021 Luisa fue al notario a firmar una autorización para que reclamasen en su nombre. Descontadas las cantidades adelantadas, gastos y minutas, el bufete se lleva un porcentaje de las ganancias del 30%.

Marco Lamberti, director del bufete Coutot-Roehrig en España y Portugal, no da detalles de cómo encontraron a la familiar de los Azcona, ni en qué punto se encuentra el proceso de recuperar la herencia: “No solemos facilitar informaciones sobre expedientes”, resume por correo electrónico. El Estado, por su parte, está a la espera. “Un juzgado de Bilbao ya declaró a la Administración General del Estado como heredera ab intestato [sin testamento]. Se ha puesto en conocimiento de la reclamante la resolución judicial dictada para que ejercite, en su caso, las acciones judiciales pertinentes”, explica un portavoz del Ministerio de Hacienda. Una fuente conocedora del caso señala que la estrategia de Coutot-Roehrig es conseguir que se declare nula la decisión judicial que nombró heredero al Estado, ya que Luisa tiene mejor derecho a heredar. Pero se ha encontrado de frente con la Administración.

El tiempo está de parte del rodillo de la maquinaria estatal, y recuperar todo se antoja complicado. Alberto Torralba, abogado del bufete Gestión Integral de Herencias y sin relación con el caso, explica que la nulidad de las acciones se puede iniciar en los cinco años siguientes a la decisión judicial. Ese plazo ya ha pasado. En otros casos similares, Torralba indica que, aunque se ha llegado finalmente a un acuerdo, la Administración ha alegado que los bienes los consiguió de buena fe, y que transcurrido un tiempo se pierde el derecho de reclamarlos.

Ajenos a todo el embrollo en el que se han enredado los vivos, reposan los cuatro Azcona Humaran en la tumba que recoge sus restos mortales en el cementerio de Bilbao. Para llegar allí se dejan atrás los majestuosos panteones familiares de renombradas familias vascas. La lápida es sencilla, forma parte de una hilera, con una cruz negra que mira al cielo y moho que sale de los guijarros. En la tumba están inscritos los nombres de los padres. También el de otra hermana, de la que en Guriezo, el pueblo de donde procedía la familia, se decía que no se hablaba con su familia. Y de Benjamín y Ramiro. No están los nombres de Ignacio, ni de Maricarmen. El registro del cementerio indica que sus restos también están ahí, pero nadie se preocupó de grabarlos en el granito.

A Luisita los juicios y la burocracia también le dan igual. Solo está preocupada de recuperarse del atropello que sufrió por un autobús cerca de su casa la pasada primavera, que la ha dejado “gibada y con clavos en una pierna”, según se excusa para no dejarse visitar. “Estoy jodida, pero contenta”.

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Sobre la firma

Javier Galán
Reportero en la sección de Narrativas Visuales. En el periódico también ha cubierto la actualidad en la sección de última hora y contó su vuelta al mundo en El Viajero. Es licenciado en Derecho y Periodismo y máster de Periodismo de EL PAÍS.

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