El exministro José Barrionuevo: “Yo ordené liberar a Segundo Marey”
El ministro del Interior del primer Gobierno socialista da su versión sobre la guerra sucia contra ETA 40 años después
José Barrionuevo no tiene una calle en Berja, el pueblo de la Alpujarra almeriense donde nació hace 80 años. Tiene una avenida. A su entrada hay un mástil con una gran bandera de España y, unos portales más allá, la nueva sede del PSOE. Se la dedicó el ayuntamiento al poco de dejar el Ministerio del Interior, donde pasó 2.001 días, por lo que todavía hoy es el ministro que más tiempo lo ha dirigido en democracia. De familia católica y carlista (renunció al título de vizconde de Barrionuevo en favor de su hermana), de niño se trasladó a Madrid, donde se hizo inspector de Trabajo y socialista.
Ahora pasa largas temporadas en su pueblo, rodeado del cariño de sus vecinos, mientras para muchos sigue siendo el ministro que acabó en prisión por su implicación en la guerra sucia contra ETA. En 1998, el Tribunal Supremo lo condenó a 10 años de cárcel por los delitos de secuestro y malversación de caudales públicos al considerarlo responsable del secuestro, 15 años antes, del ciudadano español residente en Francia Segundo Marey, la primera acción reivindicada por los autodenominados Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL).
“Aquel primer año [en el Ministerio del Interior] fue horrible”, dice con voz clara, sin que el paso de los años, 40 ya, se advierta más que en cierta dureza de oído y una propensión a olvidar los nombres, incluso los de sus mayores enemigos. “Hubo veces en que fui a un atentado y estando allí cometían otro, el mismo día. Me ofende que digan que se enterraba clandestinamente a los muertos. Yo fui a todos los funerales, llevaba una banda de música e iba a poner flores al sitio donde lo habían asesinado, hasta que los servicios de información me advirtieron de que lo más jodido en seguridad es repetir los movimientos. La compañera de un policía nacional me dijo que quien tenía que estar dentro del ataúd era yo. Lo siento. Lo comprendo”.
Pregunta. ¿Cómo era la colaboración de Francia?
Respuesta. Lo mismo que me había juramentado visitar las unidades del norte antes de que hubiera atentados, pero los tuve inmediatamente, también quise hacer enseguida una visita a Francia para hablar con Gaston Defferre, ministro del Interior. Yo hablo francés con un acento español tremendo, pero puedo entenderlo. Defferre estaba allí con su gabinete y le cuento, básicamente, en qué consiste la autonomía del País Vasco: le digo que en la escuela se estudia en euskera, que recaudan los impuestos, que tienen su propia policía. Y Defferre habla en un francés patois a sus colaboradores para que yo no lo entienda. Y más o menos les dice: “Este español se quiere quedar con nosotros”. Intuyo lo que está diciendo y le añado: “Lo tenemos en francés también. Aquí tiene el Estatuto del País Vasco y le doy mi palabra de honor de que se cumple de pe a pa. Léaselo por favor y volvemos a hablar”.
P. ¿Había una colaboración completa?
R. Completa nunca puede ser. A nadie le gusta, a nosotros tampoco, tener servicios fijos de otro país en tu territorio. Nosotros los teníamos, los montó [el comandante de la Guardia Civil, Enrique] Rodríguez Galindo. Tenía un establecimiento abierto en Bayona y uno de los que servía era un guardia que se infiltró en los grupos homosexuales de la zona. ¡Quién iba a pensar que un homosexual notorio que parecía Richard Gere era un sargento de la Guardia Civil!
P. Cuatro policías españoles fueron detenidos en octubre de 1983 en Hendaya cuando intentaban secuestrar al etarra Larretxea Goñi.
R. Con todo lo que pasó después, para que se vea cómo hay una cierta hipocresía… Yo lo asumí en una comparecencia en el Congreso: mandé que detuvieran y se trajeran [a España] al que sabíamos que era el jefe de la operación [el secuestro del capitán de Farmacia Alberto Martín Barrios, asesinado dos semanas después de ser capturado por ETA]. No sabíamos dónde lo tenían, pero sí quién era el jefe y lo llegaron a coger, ¡pero era un tipo tan grande que no cabía en el maletero del coche! Y como se resistió llegaron los gendarmes y se desbarató el asunto. Yo eso lo asumí. Dije que lo había mandado y no hubo ninguna repercusión ni la Audiencia abrió…
P. Si la colaboración de Francia era tan grande, ¿por qué había que actuar así?
R. Eso fue en el 83. Entonces la colaboración no era tan grande… Todo tiene sus límites. Hay que guardar las formas, claro. Si la policía francesa ve a un tipo chillando que lo están intentando meter en el maletero de un coche…
P. Si lo ordenó así, sería porque si se lo llega a pedir a Francia…
R. Es que además era perentorio, era un tema vital, de un día para otro…
P. ¿Eso era guerra sucia o no?
R. Eso es.
P. No podía esperar a que Francia le dijera sí o no, pero eso era ilegal.
R. ¿Eh? [Barrionuevo se acerca para escuchar bien la pregunta, pero luego contesta sin dudar]
P. Eso era ilegal.
R. Sí, sí.
P. En una entrevista con Juan José Millás en EL PAÍS, Felipe González dijo que usted ordenó liberar a Segundo Marey, la víctima del secuestro por el que fue condenado.
R. Marey estuvo detenido nueve días por un grupo de la policía española que es verdad que se equivocó, y cuando me entero yo digo que hay que soltarlo, porque la alternativa a ver cuál era. Yo siempre les decía: somos guardianes del orden, no podemos causar desorden. Cometemos errores como todo el mundo, pero no podemos causar más desorden, con el causado hay más que suficiente.
P. La sentencia del Tribunal Supremo dice lo contrario: que usted se entera y ordena que siga retenido.
R. La sentencia en la que se me condena a mí innova la jurisprudencia. Valida como testimonio fidedigno el de un coimputado, que lo hace porque piensa que con eso va a beneficiarse, [no aplica] la prescripción y además considera como lucro en la malversación un hipotético beneficio de quedar bien si la lucha antiterrorista va bien… aunque no te hayas llevado un duro. En esas tantas cosas se innova para poder condenarme.
Yo mandé coger al etarra Larretxea en Hendaya. ¿Eso era guerra sucia?
P. ¿Cómo sucedió entonces?
R. Había una cierta autonomía, había muchas cosas que no te dicen… te enteras un poco cuando los acontecimientos van ocurriendo.
P. ¿Cómo se entera?
R. Para decirle cómo me entero tendría que dar nombres y no quiero darlos…
P. Está más que prescrito…
R. Lo sé. Pero a pesar de eso yo tengo un poco el complejo de capitán de barco, que en caso de naufragio…
P. No me diga nombres. Diga cómo fue.
R. A mí me llega que lo tienen y que, claro, esto va a ser un desastre.
P. Que tienen a alguien que no es quien pensaban.
R. Ya había salido porque este [Segundo Marey] era relativamente conocido. Él no era etarra, pero sí que era de ese ambientillo…
P. Pero no iban buscándolo a él.
R. No iban buscándolo a él, se equivocaron. Se equivocan y entonces la alternativa es: “Lo tenemos, está ahí, esto va a ser un escándalo y tal…”
P. “Lo liquidamos o lo soltamos…”
R. Digo que ni hablar. Basándome en ese principio: con el desorden que hemos causado ya hay suficiente, no podemos causar más.
No puedo ir contra los que disparan desde mi trinchera, aunque fallen
P. La alternativa era liquidarlo o liberarlo.
R. ¡Claro! Y lo sueltan al noveno día. Lo ponen al otro lado de la muga, como dicen ellos. Y le dicen: “¡Corre p’alante y da gracias a Dios, si existe!”.
P. La de Larretxea es una operación que usted ordena, pero la de Marey asegura que no…
R. Esta me la encuentro como una operación de los servicios de Información de la Policía de Vizcaya cuando ya está realizada…
P. ¿Y qué sentido tenía? El capitán Martín Barrios ya había sido asesinado…
R. Querían coger a un jefe etarra para sacar información…
P. Pero eso era un delito.
R. Sí, sí.
P. Usted se entera de que se ha cometido un delito. ¿No debería haber tomado medidas?
R. Los etarras decían que era una guerra. Yo no puedo actuar contra los que están disparando desde mi trinchera aunque hagan algún disparo equivocado. No puedo, así son las reglas. Yo me hago responsable de todo lo que ha ido mal en el Ministerio del Interior mientras he estado. Y los casos concretos que hay contra algunos miembros de los cuerpos de seguridad también me responsabilizo, si a cambio dejan al margen a los que están acusados.
P. Algunos están acusados de haberse lucrado personalmente…
R. De eso me entero a posteriori. Que mientras yo estaba acudiendo a los funerales, hablando con las viudas, algunos también se dedicaban a otras cosas que obviamente no me contaban ni me decían…
P. Usted cree que había que haber indultado a Amedo [el expolicía que denunció la trama de los GAL, de la que él mismo formaba parte], aunque era un golfo también…
R. Sí, pero a estos golfos… Amedo hizo muchas cosas mal, pero tenía un confidente en la ejecutiva de Herri Batasuna.
P. ¿Por qué no se le indultó?
R. Porque Felipe González no se atrevió.
P. ¿Se lo pidió?
R. Sí.
P. ¿Y no accedió?
R. Quizá por EL PAÍS.
P. Y ese indulto hubiera cortado lo que vino luego…
R. No lo sé. Pero creo que a veces hay que arriesgarse.
P. Usted presentó la dimisión tras el atentado de Hipercor…
R. Estaba reunida la dirección del PSOE y no dijeron ni una palabra [de condena]. Estaban haciendo las listas y para un partido no hay nada más importante que las listas electorales. Esa falta de sensibilidad ante el atentado con mayor número de víctimas de la historia de ETA me indignó. Le mandé una carta a Felipe González diciéndole que no podía seguir. Él envió a Txiki Benegas, Corcuera y Fernández Marugán para convencerme. El más convincente fue Benegas, que para mí era como un hermano. De ahí salió la iniciativa de promover el Pacto de Ajuria Enea…
P. El mismo PP que le aplaudía cuando era ministro fue luego a por usted cuando se abrió la investigación judicial…
R. Ese es un disparo que no iba dirigido a mí, lo que pasa es yo estaba en la trayectoria y no me aparto, me niego a agacharme. Creo que el destinatario de ese disparo [Felipe González] ha sido consciente a lo largo de su vida de que así fueron las cosas.
P. ¿Qué aprendió de los tres meses que pasó en prisión?
R. Muchas cosas prácticas. Aprendí a trabajar con un ordenador. Yo estaba en un módulo con [Rafael] Vera, [exsecretario de Estado de Seguridad], los dos solos aunque era para seis o siete internos, y Pepe Bono nos mandó un ordenador de regalo.
P. ¿Aprendió algo más, quiénes eran sus amigos de verdad?
R. No guardo rencor. Hay personas a las que no quiero ver, como todo el mundo. Me sentí humillado, pero no infeliz. Nos fue a visitar Rodríguez Ibarra y se echó a llorar. Le dije: “No llores, no somos infelices”. Por la mañana hacíamos deporte y por la tarde contestábamos miles de cartas que recibimos.
P. ¿Alguien del PP se puso en contacto con usted?
R. [Tras el indulto parcial], Rajoy, [que era ministro del Interior], me llamó y me dijo: “No puedo consentir que vuelvas a la cárcel. Confía en mí, que lo vamos a arreglar, pero todo tiene sus trámites. Di a tu gente que no monte lío”. Y efectivamente, volví a la cárcel, no sé si llegué a dormir, porque ese mismo día los funcionarios hicieron un informe favorable [para salir en régimen abierto].
P. Hay quien piensa que la guerra sucia aceleró el fin de ETA y quien cree que prolongó su existencia al legitimarla…
R. Que durara más no. Ellos [los franceses] habían dicho, en la etapa anterior, que era mentira que los etarras estuvieran en el País Vasco francés, que estaban en Bilbao. Los atentados en Francia, no todos acertados, muchos desacertados, ponen de manifiesto que sí que estaban en Francia.
P. ¿Hubo un momento en que Francia pidió que parasen los ataques contra etarras en su territorio?
R. A mí me toca un ministro socialista que sucede, para mi desgracia, a Defferre, un juez que era Pierre Joxe. La colaboración con él sigue, pero va a peor. Además, algunos de los atentados contra etarras en Francia suceden en su época. Pierre Joxe viene aquí y con bastante claridad, no nos acusa de nada, no le hubiera dejado, pero insinúa: ‘Estos casos es mejor para los dos que no pasen y nosotros vamos a actuar’ [contra ETA].
P. ¿Hay un compromiso con Francia de poner fin a la guerra sucia?
R. Ese tipo de conversaciones no son tan directas jamás. Yo no he reconocido nunca… ni con Pierre Joxe ni con nadie, ni lo hago ahora tampoco aquí, que tenga nada que ver con eso. Él pide mi colaboración [para acabar con los ataques en Francia] y yo pido la suya para actuar contra los etarras que vienen de su territorio.
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