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El accidente de jet privado que ha truncado la vida de los Griesemann a caballo entre Cádiz y Colonia

En el Aeropuerto de Jerez estaban acostumbrados a tratar con el piloto, propietario de una empresa de aeronaves privadas con las que él y su familia visitaban la provincia gaditana desde hacía 30 años

Jesús A. Cañas
accidente jet privado
El avión Cessna 551 siniestrado, en una imagen de noviembre de 2020 en el Aeropuerto de Palma.JAVIER RODRÍGUEZ

En la torre de control del aeropuerto de Jerez de la Frontera estaban acostumbrados ya a ver estacionado el avión Cessna 551 de Karl-Peter Griesemann. Este empresario alemán, especializado en vuelos privados y medicalizados, de 72 años, y su mujer, Julianne Griesemann, de 68, vivían a caballo entre una impresionante villa de la urbanización Atlanterra, en Tarifa (Cádiz), y Colonia, su ciudad de residencia en Alemania. El mediodía de este domingo, en el aeródromo jerezano, el hombre se puso a los mandos de su jet para viajar a Alemania, acompañado de su hija Lisa, de 27 años, y el novio de la joven, Paul Föllmer, un año menor. “Verles embarcar con sus perritos, los juguetes para sus nietos, despedirte con normalidad de ellos y luego enterarte de que eres una de las últimas personas que los ha visto es un palo enorme”, apunta uno de las personas que asistió a la familia horas antes de que sufrieran un fatal desenlace al caer su aeronave en el mar frente a las costas de Letonia, un accidente que está en investigación.

Griesemann era un piloto experimentado, especialmente en la ruta que emprendió este domingo. “Viajaban tres o cuatro veces al año por aquí, en Navidades, Semana Santa o verano”, apunta la misma trabajadora en el aeropuerto, que pide mantener el anonimato, y que conocía al empresario de atenderle desde hacía cinco años. En Jerez aún se preguntan qué pudo provocar la despresurización de la cabina que Griesemann dijo sufrir cuando el avión se encontraba en pleno vuelo. Fue la última comunicación, según aseguran fuentes cercanas al caso. Luego, el avión cambió de rumbo dos veces, primero sobre París y luego sobre Colonia (el que debía ser su destino), antes de dirigirse en línea recta hacia el mar Báltico, pasar cerca de la isla de Gotland (Suecia) y terminar por perder velocidad y altitud a las 19.37, momento en el que la web de seguimiento de vuelos Flightradar24 dejó de recibir información del aparato cuando estaba a 2.100 pies de altura (640 metros).

El peor desenlace lo acabó por confirmar a las agencias un portavoz del servicio de rescate sueco la noche del pasado domingo: “Hemos tenido constancia de que la nave se ha estrellado [en el mar] al noroeste de la ciudad de Ventspils, en Letonia. Ha desaparecido del radar”. Para ese entonces, aviones militares españoles, franceses, alemanas y daneses habían escoltado y se habían aproximado a la aeronave. Cuando se acercaron lo suficiente para inspeccionarla, pero no consiguieron ver a nadie en cabina, ni comunicarse con el avión 14,39 metros de longitud, una envergadura de 15,90 metros y registrado en Austria. Mientras la investigación del suceso echa a andar —aún con la duda de qué país la dirigirá—, en el aeropuerto gaditano se preguntan qué puede haber fallado, hasta el extremo del fatal desenlace. “Quizás él [por el piloto] se quedó inconsciente porque no le dio tiempo a ponerse la mascarilla y el avión continuó con el piloto automático”, plantea la empleada.

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La empresa de la que Griesemann era propietario, Quick Air, con sede en Colonia, estaba especializada en vuelos privados y medicalizados. La compañía dispone de 11 aviones ambulancia que pueden considerarse como unidades de cuidados intensivos voladoras, según indicaba en una web que este lunes ha dejado de estar operativa. Quick Air era la última aventura empresarial del septuagenario, que también fue responsable de Griesemann Gruppe, una compañía con más de 1.600 trabajadores en Alemania, Austria y Países Bajos especializada en construcción de plantas industriales, que ahora gestiona uno de los tres hijos que tenía el matrimonio, según asegura el medio local de Colonia Kölner Stadt-Anzeiger. En esta ciudad el empresario era muy conocido por su participación activa en el carnaval de la ciudad, donde fue presidente de los Blaue Funken (Chispas Azules), una agrupación carnavalesca.

La terminal del aeropuerto de La Parra, en Jerez, en una foto de de archivo
La terminal del aeropuerto de La Parra, en Jerez, en una foto de de archivoEDUARDO RUIZ

Tampoco era desconocido en la zona de las villas de Atlanterra, una urbanización cercana a la localidad de Zahara de los Atunes (Barbate, Cádiz), aunque dependiente de Tarifa. Allí, encaramada a una loma con impresionantes villas al mar, los Griesemann tenían desde hace décadas una finca conocida como Hoyo del Toro. Tan asiduo era el matrimonio a Atlanterra que una vecina los recuerda como “uno de los primeros alemanes” en asentarse en una zona que es famosa por la importante presencia de la comunidad germana. Sin embargo, la privacidad y la dispersión de las construcciones —levantadas separadas las unas de las otras en sinuosos caminos en el campo— hacía que este lunes diversos vecinos y trabajadores de inmobiliarias de la zona desconociesen lo ocurrido.

Desde que el matrimonio Griesemann recaló en la zona hace más de tres décadas, visitaba con asiduidad su villa en Tarifa en soledad, “otras veces acompañados por sus hijos y nietos”. Casi siempre era para pasar temporadas y usando el enlace aéreo de Jerez de la Frontera, gracias a su avión privado. Fue el caso del viaje accidentado que compartía con Lisa, la menor de sus vástagos, y el novio de esta. La joven de 27 años era aficionada a la hípica y hace algo más de un año adquirió junto a su pareja una finca de más de 19 hectáreas cerca de la ciudad alemana de Bonn, según contó ella misma en mayo de 2021 al medio alemán Bild.

Ahora, todos los ocupantes de ese vuelo están oficialmente desaparecidos. Sin apenas esperanzas de encontrar supervivientes, solo la investigación del suceso podrá determinar qué ocurrió para que uno de esos viajes rutinarios de los Griesemann entre su querida Atlanterra y su Colonia de residencia acabase en una caída al mar.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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