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Los Martínez de Irujo también apagan incendios

Los fuegos aún descontrolados en Zamora se cuelan en fincas y arrasan naves y bosques

El marido de Luisa Martínez de Irujo, Jaime Ligués, apagaba las llamas en su finca de Losacio (Zamora), el martes.Foto: JUAN NAVARRO | Vídeo: JUAN NAVARRO
Juan Navarro

Luisa Martínez de Irujo Crespo Raybaud, hija de Ignacio Martínez de Irujo y Artazcoz y de Antonia Celina Florencia Crespo Raybaud, duques de Sotomayor, carga botellas de agua porque se le quema la finca. El incendio de Losacio (Zamora) arrasa por igual los humildes prados que las haciendas de los más lustrosos árboles genealógicos de España. El humo se propaga y las llamas amenazan con saltar a las viejas viviendas de la conocida como Dehesa de Pozos, histórico lugar de recreo de la saga y hoy desvencijada. El fuego brinca entre los secos terrenos hasta que topa con los cubos de Edmundo Iglesias, de 82 años, Mundo, guardés del terreno y fiel al lugar donde sirvió 50 años. Ha faltado muy poco para que estas casas sigan el destino de unas naves de los Martínez de Irujo, también destruidas por los focos. Luisa Martínez de Irujo y su marido, Jaime Ligués, respiran: lo han salvado.

Pero su trabajo ha costado. Unas primeras chispas se extendían en un lateral del cortijo, al que se accede por un camino flanqueado por dos columnas y árboles altos desde una carretera rodeada de suelo negruzco. Mundo, que a su edad sigue exhibiendo un vigor formidable, carga cubos de agua y los lanza como puede por el frente que avanza hacia los hogares. La pareja ayuda con botellas de agua, mientras Jaime Ligués admira la intensidad del guarda: “Mundo ha hecho un pacto con el diablo”. Luisa Martínez de Irujo, que accedía a la parcela tras constatar que otras construcciones para animales del otro lado de la calzada han sufrido los incendios descontrolados de esta zona del término municipal de Tábara, ayuda con botellas de agua sobre el suelo quemado para intentar refrescar las humeantes zonas que el agua que vierte Mundo no logra sofocar. Prontorellenan antiguos cubos de pintura en un grifo en desuso y los cargan hasta las llamas. En media hora de faena, dominan la situación.

A la izquierda, Edmundo Iglesias guardés del terreno quemado en Zamora y Luisa Martínez de Irujo, propietaria de la finca. (JUAN NAVARRO).
A la izquierda, Edmundo Iglesias guardés del terreno quemado en Zamora y Luisa Martínez de Irujo, propietaria de la finca. (JUAN NAVARRO).

El grupo resopla. Una zona con tejas aún humea por los palés que acumulan tejas y hacen temer que se revitalice el peligro. La aristócrata acarrea varias botellas e insiste: “Cuidado con esas maderas”. Al rato, se dirige a quienes más miedo tienen del lugar: dos cachorros de tres meses. Los dos labradores se encuentran en una zona acotada y miran temerosos, recelando del visitante, mientras el cielo sigue cubierto de humo por los frentes asalvajados que ya han quemado, según fuentes de la UME, más de 22.000 hectáreas en Zamora, y, según la imagen por satélite a la que recurren los bomberos, más de 30.000. Estos conatos siguen ampliando la cifra de superficie carbonizada y también de familias —sin importar su pedigrí— agotadas. “Vimos lo que estaba pasando y quisimos venir el lunes desde Madrid, pero estaba todo cortado y desalojado y hemos tenido que esperar”, explica la aristócrata, que una vez en la provincia ha constatado la catástrofe ambiental y socioeconómica que conlleva un acontecimiento de estas características. La prima hermana de Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, duque de Alba de Tormes, calza zapatillas de deporte y mira en derredor aún anonadada por la acción del fuego.

Su marido, que suda mientras carga más líquido para que el fuego no trascienda las lindes, reniega con ironía y hastío de la capacidad expansiva que estos pequeños incendios. El frente se propaga aprovechando la yesca en la que se ha convertido ese terreno reseco y con vegetación baja, y alimentado también por el viento. Se forma un tapiz idóneo para que lo devoren los incendios: “Con lo que cuesta luego encender una barbacoa en casa”, bromea.

La cosa se tranquiliza cuando aparece al fondo de la senda un todoterreno de la Guardia Civil. De él descienden cuatro efectivos que cumplen órdenes cuando se les insta a coger sus botellas vacías y, como quien regara unos geranios, lanzarlas sobre esas zonas ennegrecidas y aún humeantes, que reciben el agua como una sartén ardiente al poner un filete encima. Salta humo, suena a plancha caliente y el crepitar de algunos troncos, aún en combustión, hacen ver que se necesitan refuerzos. Los guardias llaman a un equipo de extinción para que remate esa zona, contigua a una parte que, milagrosamente, aún no ha ardido en estos dos días de infierno en la provincia de Zamora, pero al final no acuden, aunque sigue habiendo algunas pequeñas llamas en la zona.

Para evitar que incendio fuera a mayores han sido claves los cuidados de Mundo, que no entiende de jubilaciones: “Yo es que me he criado aquí, he crecido aquí y he trabajado aquí”. Por eso se arma de una sulfatadora llena de agua, que parece pesar como un demonio, y se la echa a la espalda para seguir apagando las últimas cenizas incandescentes.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.

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