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El luto infantil, aprender a vivir sin Álex

Niños y familias del entorno del pequeño asesinado en Lardero reciben ayuda psicológica para afrontar el crimen

Varios niños depositan flores en el paque donde fue visto por última vez Alex.
Varios niños depositan flores en el paque donde fue visto por última vez Alex.PABLO LASAOSA
Manuel Jabois

Dos días después de la muerte de Álex, el pequeño de nueve años que fue secuestrado y asesinado en unos pocos minutos el jueves 28 de octubre en Lardero (La Rioja), dos niños de unos cinco años jugaban en los balancines del parque en el que Álex jugó por última vez antes de ser engatusado, presuntamente, por Francisco Javier Almeida, acusado de matar al niño. En ese parque se acumulaban decenas de flores, ramos, velas, mensajes y dibujos infantiles hechos por los amigos y compañeros de colegio de Álex, representado en uno de ellos como un ángel que sube al cielo. ¿Qué pensaban los niños que jugaban en el parque de aquello? ¿Qué creían que había ocurrido y qué significa la muerte para ellos?

Al día siguiente, domingo, una muchedumbre se reunió en esa plaza para recordar a Álex y allí tomó la palabra su tío abuelo para reclamar que ningún niño vuelva a morir en esas circunstancias. Acudieron vecinos de Lardero y de Logroño que siguieron el acto mientras sus hijos corrían y jugaban a su aire. El duelo del niño, su primer contacto con la muerte, ¿cómo se procesa?

Juan Cruz Rada es psicólogo y miembro del Colegio Oficial de Psicólogos de Logroño, una entidad que presta servicio, junto a los sanitarios del 112, en el colegio Sagrado Corazón Jesuitas en el que estudiaba Álex. “Un niño de nueve años tiene una enorme dificultad ante la primera muerte de alguien cercano. Porque si no lo ha vivido antes, no ha elaborado la idea de que no va a volver a verlo, que solo tendrá recuerdos de esa persona, y que muchas de esas emociones van a pervivir. La persona no está, pero las emociones asociadas a esa persona siguen con él. Eso requiere entenderlo. Es muy importante esa toma de conciencia”. El trabajo psicológico que se está desarrollando en el colegio se compone de intervenciones de acompañamiento emocional, casi siempre en grupo, aunque en casos puntuales se trabaja con niños de forma individual. El asesinato ha dejado una víctima y otras de menor calado, pero también afectadas de muchas maneras. Todo ello requiere un trabajo delicado que se enfoca en diferentes grados dependiendo de la edad de los niños.

Pautas desde colegio

Desde el centro educativo se prefiere no comentar el trabajo psicológico que se hace con los alumnos. Se ha colgado un comunicado para la prensa en su página web: “Toda la comunidad educativa, alumnos, familias, trabajadores del colegio, nos unimos a su dolor y queremos hacerles llegar nuestra solidaridad y nuestra oración en este difícil momento. Confiamos en la labor de las autoridades y la justicia”. Fuentes del colegio se limitan a señalar que el departamento de Orientación del centro se está volcando con alumnos y familias, además de contar con el apoyo de profesionales de la Consejería de Educación o del 112. También han explicado estas fuentes que desde el colegio se han enviado unas pautas a las familias para afrontar con los niños una pérdida tan traumática. “Lo conveniente es decir siempre la verdad”, explica Juan Cruz Rada. “Cada familia y cada centro educativo va a permitir que los niños se expresen, y muchas veces esa expresión será de manera mágica. Tratando de dar una visión, perdón por la palabra, más positiva, y evitar la parte más dolorosa. Ellos, además del dolor y de la angustia, tienen un afecto que demostrar, y lo hacen de muchas maneras, por ejemplo dibujándolo yendo a un sitio mejor. Les hace formar parte de otra cosa, les protege”.

Valeria Moriconi forma parte del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, donde ahora ejerce como responsable del servicio de apoyo al duelo por la covid-19. “Hay tres ejes importantes. Universalidad: todos morimos. Irreversibilidad: nunca volvemos a estar vivos. Corporeidad: el cuerpo ya no funciona. Con todo ello los niños se crean fantasías a su alrededor y con ellos se utilizan metáforas, pero las preguntas son crudas: si ha muerto, ¿ya no volverá a vivir?, ¿dónde está ahora?, ¿y su cuerpo?, ¿si se sepulta puede pasar miedo?, ¿quién se muere y por qué?, ¿me voy a morir yo?”. Preguntas todas ellas que, a juicio de Moriconi, hacen que los adultos no sepan afrontar el discurso y, en lugar de responderlas, se defiendan de ellas. ¿Cómo? “Diciendo frases como ‘no pienses esas cosas’ o ‘no digas tonterías’. El niño piensa que hay un tabú alrededor de la muerte, una dificultad del adulto que debería dar seguridad a la hora de afrontar ese discurso. Así que se evita y se dan rodeos, pero no se aplaca la curiosidad”.

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En palabras de Juan Cruz Rada, lo que ocurre es que en hechos tan traumáticos para la sociedad se producen distintas emociones. Por ejemplo, la pena de los adultos, pero también su rabia. “Eso les supone a los niños un gran impacto, porque ya no es solo que haya habido un fallecimiento, sino que las circunstancias han sido especiales y ellos lo detectan”. “Sucede muchas veces”, continúa este psicólogo, “que los propios adultos les condicionamos cómo tienen que expresar sus emociones. Ellos pueden tener una emoción muy fuerte y no saber si va a ser la correcta, en función de las expectativas y de su entorno. Les cuesta saber cuál es la reacción adecuada, no tienen experiencia, tienen miedo a equivocarse y eso genera bastante ansiedad”. El hermano de Álex es un niño que tiene seis años. “A esa edad un niño tiene conciencia de que algo ha pasado, pero no tiene la capacidad de comprender lo que pasa. Vive a través de las emociones de los adultos hasta que elabore las suyas propias, sus propios sentimientos. Sus tiempos son distintos”. “Un niño puede estar triste mientras está jugando”, concluye. “Hay estados de ánimo indetectables que afloran con el tiempo. Este suceso va a marcar, se va a quedar en la memoria de todos. Y no queda otra que aprender a vivir con ese recuerdo”.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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