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Donald Trump
Tribuna
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Dulce o travesura

En pocos días más (el 24 de marzo dice el calendario institucional) el Banco Central de Chile dará a conocer su primer Informe de Política Monetaria (IPoM) del año. Necesitará dibujar faldones con escenarios de riesgo bastante más amplios

Contenedores de carga apilados en el Puerto de Valparaíso, Chile, el domingo 4 de diciembre de 2022.
Contenedores de carga apilados en el Puerto de Valparaíso, Chile, el domingo 4 de diciembre de 2022.Tamara Merino (Bloomberg)

Como si se tratara de un juego, la política internacional, y muy especialmente las relaciones comerciales, llevan semanas sometidas a una dinámica de dulce o travesura, en donde casi a diario el presidente de Estados Unidos desafía a socios, competidores e históricos rivales a una esgrima de permanente negociación. Pareciera que nada va a quedar fuera de esta dinámica transaccional y que todo lo que podía darse por sentado, en cualquier momento puede ser atrapado por un torbellino. Las certezas han dejado de ser tales y hoy el proceso de toma de decisiones económicas y empresariales está teniendo que incorporar escenarios de riesgo más amplios.

En el plano económico, el libreto de esta historia de travesuras de Donald Trump ha tomado la forma de anuncios o amenazas de aranceles que, al ensamblarse, comienzan a configurar un nuevo orden de guerra comercial. Hacer estimaciones, predecir precios de compraventa o prever volúmenes de bienes intercambiados se torna así un ejercicio complejo, por no decir imposible, con un impacto relativamente inmediato sobre el proceso de toma de decisiones.

En el mediano y largo plazo, este derrotero podría tener alcances que de manera provocativa algunos describen citando discursos dados en los 80 por el entonces presidente Ronald Reagan. Si bien en esa década el tema arancelario no estuvo exento de avatares en Estados Unidos, en lo declarativo y en muchas de sus decisiones, la Administración de Reagan decantó en la vereda aversa al uso sistemático y proteccionista de los aranceles.

En cadenas nacionales y discursos ante el Congreso, Reagan aseguraba que lo que podía venderse como un acto patriótico de protección a productos y trabajos, más temprano que tarde derivaba en una secuencia de desastres, con industrias que, al confiar en la protección del Gobierno, “dejan de competir y de tener una Administración innovadora que produzca los cambios tecnológicos que ellas necesitan para ser exitosas en los mercados globales”. Y agregaba: “los altos aranceles desatan una inevitable retaliación” que decanta en más aranceles, barreras comerciales más altas y menos competencia, desatando unos precios artificialmente altos que no sólo subsidian la ineficiencia y un pobre management, sino que hacen que las personas dejen de comprar. “Y entonces lo peor sucede: los mercados se desploman y colapsan, los negocios e industrias cierran y millones de personas pierden sus trabajos”, decía Reagan.

Esos temores son los mismos que rondan hoy en gabinetes de Gobierno, foros internacionales y mesas de directorio y que han instalado en diversos modelos de análisis de escenarios una probabilidad cada vez más alta de recesión en Estados Unidos, algo que no puede ser indiferente a nadie en el planeta.

En el caso de Chile, y como se trata de una historia en desarrollo, las visiones respecto de los alcances macroeconómicos de este nuevo escenario no terminan de decantar, máxime cuando la niebla de la guerra produce titulares de corto plazo que dan cuenta de un cobre que se cotiza en niveles cercanos a cinco dólares por libra, un Ipsa en récords históricos y un dólar que caía a niveles insospechados hace tan solo unas semanas. Pero quienes no se dejan llevar por estos destellos, saben muy bien que el escenario puede ser radicalmente distinto a corto, mediano o largo plazo.

Más allá de quienes dicen ver oportunidades, ya hay quienes se atreven a estimar que, de materializarse los escenarios de riesgo, este año 2025 el país puede crecer incluso medio punto o más de medio punto por debajo del poco halagüeño 2,2% que espera el promedio de economistas consultados por el Banco Central este mes. Un balde de agua fría que lamentablemente podría revalidar las advertencias de quienes desde hace años abogan por poner más énfasis en la urgencia de crecer y blindar las defensas macro.

En pocos días más (el 24 de marzo dice el calendario institucional) el Banco Central de Chile dará a conocer su primer Informe de Política Monetaria (IPoM) del año, uno que se intuye necesitará dibujar faldones con escenarios de riesgo bastante más amplios en torno a las curvas centrales de estimaciones y en donde las cuestiones internacionales seguramente tendrán un peso relativo mayor.

Ineludible será inquirir a las autoridades sobre su nivel de tranquilidad respecto del nivel de reservas internacionales con que cuenta el país (que han mejorado, pero que aún tienen espacio de recuperación como porcentaje del PIB); sobre el desmejorado estado de situación del Fondo de Estabilización Económica y Social y sobre qué capacidad tiene el sistema económico local de asimilar flancos de incertidumbre regulatoria de origen interno, cuando el entorno externo ya ha copado buena parte de la capacidad de resiliencia de los agentes económicos.


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