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Las denuncias de los timados por Jonathan, el ‘amigo’ estafador

La Policía investiga las quejas de varias personas de Ibiza contra un hombre que les burló 83.000 euros

Diego Romero en Ibiza, el pasado jueves.
Diego Romero en Ibiza, el pasado jueves.FRANCISCO UBILLA

Esta historia comienza en 2018 en un restaurante de comida familiar en pleno centro histórico de Ibiza. El encargado del local, Diego Romero, conoció ese año al que se convirtió en uno de sus mejores amigos primero y en la causa de todos sus dolores de cabeza después. Jonathan. D. C., originario de Sitges, el típico cliente amable y hablador, se presentó como directivo de un conocido grupo hotelero que estaba disfrutando de una excedencia como secretario judicial en los juzgados de la isla. Con el tiempo todo resultó ser falso. Diego y su amiga Susana Fernández han denunciado a Jonathan por presuntamente haberse quedado con 73.000 euros que le entregaron bajo la promesa de obtener una vivienda procedente de un embargo judicial —en el caso de él— y de altas rentabilidades por inversiones en el mercado de divisas —en el de ella—. Una tercera víctima del círculo de amigos, que prefiere no dar su nombre, le entregó 10.000 euros que tampoco le ha devuelto.

“Es una persona que se vende bien, que tiene don de gentes”, relata Romero, que entabló una relación con el denunciado porque se convirtió en uno de los clientes asiduos del restaurante. Ambos comenzaron a mantener una amistad más allá del trabajo y la víctima lo introdujo poco a poco en su círculo de íntimos. El grupo hacía excursiones, quedaba para cenar, para tomar un café y hasta se apuntaron a clases de inglés juntos. “Era superamable, siempre tenía una buena palabra, detallista, encajó muy bien en el grupo y jamás habría pensado que podía ser un estafador”, cuenta la víctima anónima, que califica al denunciado de “mentiroso compulsivo”. Susana opina que conquistó a las personas del grupo porque se apuntaba a todos los planes: cumpleaños, quedadas, barbacoas, aunque a veces presumía y les llegó a decir que había comprado hasta tres viviendas en Ibiza.

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Jonathan se fue involucrando cada vez más a nivel emocional. Contaba sus vivencias, los problemas con sus parejas y daba consejos al resto de amigos. “Él estaba al tanto de que yo me estaba separando de mi pareja y que lo estaba pasando muy mal, que estaba en tratamiento. En 2020 le conté que había recibido 75.000 euros después de liquidar la propiedad que tenía a medias con la que ya era mi ex”, cuenta Diego. Para entonces, Jonathan había hecho ver que manejaba dinero y contactos: les mandaba fotos en hoteles cuando viajaba por trabajo, se retrataba en aviones, invitaba a cenas y en el confinamiento firmaba salvoconductos para trabajadores del grupo hotelero para el que decía trabajar como alto directivo. En diciembre Jonathan le comentó a Diego que en el catálogo del juzgado había un piso de embargo a buen precio y que quizás le interesara comprarlo con el dinero que había ingresado de la venta del inmueble que había compartido con su expareja.

Era difícil decir que no. Se trataba de una vivienda en plena avenida de España de Ibiza que estaba al 50% del precio de mercado y se podía adquirir por 157.715 euros en una de las ciudades con el precio de la vivienda más cara del país. “Quise ver la casa, pero Jonathan me dijo que los pisos de embargo no se podían visitar porque aún tenían residentes en su interior”. El denunciado le explicó a Diego que tenía que consignar el 40% del valor del piso en una cuenta bancaria para hacerse con el inmueble, algo que no levantó sus sospechas porque Jonathan le había insistido en que era abogado y secretario judicial en excedencia. “En ningún momento se me ocurrió desconfiar. Me pasó un número de cuenta para ingresar los 63.000 euros y me dijo que la vivienda quedaría bloqueada. Hice la transferencia en dos partes porque era mucho dinero, no pregunté demasiado porque encima pensaba que me estaba haciendo un favor porque trabajaba mil horas al día y estaba sacando tiempo para esto”, sostiene.

Desde ese momento todo se torció. “En una cena con amigos, cuando conté todo, ellos empezaron a sospechar. Llamamos a la cadena hotelera y nadie sabía nada de él, incluso mandamos una foto. Por otro contacto también descubrimos que jamás había trabajado en los juzgados”, explica Diego. La hipoteca que supuestamente le habían preconcedido para pagar el inmueble no existía y el piso jamás había estado embargado. La víctima anónima cuenta que descubrieron que había pagado a un chico de Barcelona para que se hiciera pasar por su novio delante del grupo en algunas fiestas. “Se había montado una vida ficticia” subraya. A Susana Fernández, durante una barbacoa, le lanzó el anzuelo sobre las bondades de invertir en el mercado de divisas. Un día le telefoneó y le dijo que iba a cerrar el asunto y que necesitaba que le transfiriera 3.000 euros de forma inmediata si quería participar en la operación. “Lo hice y quedamos en que llamaría para irme informando. Hasta que todo estalló por los aires y nos dimos cuenta de que todo era mentira”, cuenta Susana, que le dejó infinidad de mensajes sin obtener respuesta.

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El grupo de amigos decidió hacerle una encerrona y que se viera obligado a devolver el dinero, pero Jonathan reaccionó a la defensiva y les dijo que se estaban equivocando y que se arrepentirían de todo. A pesar de las llamadas y de los mensajes insistentes, Diego solo ha logrado recuperar 1.800 euros y su compañera alrededor de 1.000. Susana todavía no ha visto ni un euro. Otros damnificados se han puesto en contacto con el grupo de amigos para advertir de que pasaron por situaciones parecidas, aunque la mayoría son reacios a denunciar porque han pasado muchos años. El denunciado por estafa no ha respondido a las llamadas de este periódico. El grupo espera que la justicia le haga pagar por la “estafa económica y emocional” que han sufrido. El 25 de mayo Jonathan D. C. mandó un último mensaje al grupo de WhatsApp de la pandilla en el que anunciaba que la semana siguiente se pondría en contacto con ellos. No han vuelto a saber de él.

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