Alfonso Villagómez Rodil, un juez gallego entrañable
El magistrado del Supremo, fallecido este viernes en Ferrol a los 89 años, complementó su talante polifacético con su compromiso con la profesión y el progreso social
El pasado viernes 26 de febrero falleció en Ferrol el magistrado emérito del Tribunal Supremo Alfonso Villagómez Rodil a la edad de 89 años, después de una larga enfermedad y de sufrir una parada cardiorrespiratoria. La pérdida de Villagómez Rodil ha sido, sin duda, un golpe no solo para su familia (su viuda Carmen y sus cuatro hijos), sino también para todos aquellos que tuvimos la suerte de conocerlo y trabajar junto a él en el Tribunal Supremo.
Cuando se hace una semblanza de Villagómez Rodil, a pesar de su personalidad cautivadora y talante polifacético, lo que más llama la atención es su compromiso con su profesión, con su familia y con el progreso social.
Se puede decir que Alfonso era un juez de vocación, magistrado por los cuatro costados, que cumplió con el ius suum cuique tribuere [en latín, ”dar a cada uno lo suyo”] desde su ingreso en la carrera judicial, muy joven, pasando por todos sus destinos en juzgados y audiencias de nuestro gran país, que los concursos ordinarios le reservaron, tanto en su Galicia natal, como en Andalucía, en Cataluña y en Madrid en la Audiencia Nacional y en el Tribunal Supremo, máxima aspiración de un auténtico juez, dando lo mejor de sí en pro de la administración de la justicia y de los justiciables.
Por eso, Alfonso era tan comprensivo y abierto de talante, porque había hecho la carrera de abajo a arriba, paseando por toda España. Y no hay que olvidar que su vocación de servicio a la justicia fue la que, precisamente, le impulsó a aceptar cargos gubernativos judiciales concibiéndolos nunca como privilegio, sino como carga o servicio a la carrera y a los compañeros. Todavía algunos colegas recordamos la cercanía y talante de su apreciada personalidad.
Entre las muchas cosas que nos unían, una era el amor a la tierra gallega. Villagómez Rodil siempre concebía ser gallego como un honor y un privilegio al que había que corresponder. Supervisó las primeras elecciones autonómicas gallegas, escribió varios libros y poemas en la lengua de Rosalía de Castro y fue uno de los mejores especialistas en derecho foral. Su Galicia natal le correspondió, además de lo vital y familiar, con el premio Montero Ríos en 2005.
Y esta gran pasión por la justicia, supo compaginarla —cuestión nada fácil, lo digo desde la propia experiencia de juez, magistrado y magistrado del Tribunal Supremo— con su vocación familiar, acompañado siempre de su mujer e hijos en todos los destinos judiciales, y transmitiendo a estos, además de una sólida formación jurídica, el sentido de la justicia y de la equidad en la existencia.
También era público su compromiso con los derechos fundamentales, con la democracia y con los principios y valores constitucionales, que indudablemente permitió la mejor tutela de las libertades de los ciudadanos, y la mejora del servicio de la administración de justicia y de quienes hemos trabajado en ella durante décadas.
Es por ello que no puedo concluir sino agradeciendo a Alfonso —que nos mirará desde arriba— y a toda su familia, esa vida consagrada al derecho y a los demás, que ha dejado una estela fructífera en la carrera judicial y en la memoria de quienes la integran. Descanse en paz.
Juan José González Rivas es presidente del Tribunal Constitucional.
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