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“¡Amigos, no en ese tono!”

Aquella apelación de Hermann Hesse sirve ahora para preguntarse qué hacer para que bajen los decibelios

Juan Cruz
Una mujer protesta por la liberación del rapero catalán Pablo Hasél en Barcelona, el 16 de febrero de 2021.
Una mujer protesta por la liberación del rapero catalán Pablo Hasél en Barcelona, el 16 de febrero de 2021.NACHO DOCE (REUTERS)

Este lunes, en el Hoy por hoy de Àngels Barceló, que él fundó en la SER, dijo Iñaki Gabilondo sobre las protestas callejeras: “España es como una brújula desimantada. Es grave que estemos confundiendo el debate de la libertad de expresión con el elogio de un energúmeno asocial, pero es gravísimo que autoridades estén jugando a esconderse o incluso elogiando”. El tono se mantiene alto, en la calle, en los medios, en el Parlamento. En esta última instancia, el presidente del Gobierno pidió que se bajaran los decibelios.

En otra circunstancia mucho más grave (1914, los balbuceos de la Primera Guerra Mundial), el autor de El lobo estepario, Hermann Hesse, advertía en un diario alemán contra el griterío. El texto está en La eternidad de un día, editado entre nosotros por Acantilado y compuesto de otros textos clásicos del periodismo alemán publicados entre 1823 y 1934. Estaba tan incandescente el verbo público que Hesse tituló su pieza ¡Amigos, no en ese tono! Inició así su apenada diatriba: “Los pueblos andan a la greña e infinidad de personas sufren y mueren diariamente en combates atroces”. Ocurría, además, que colegas suyos y otras personalidades componían “en su escritorio sangrientos cantos bélicos y artículos en los que se alimenta y promueve rabiosamente el odio entre los pueblos”. Se preguntaba Hesse si era lícito que se empeñaran en “empeorar lo malo, en agravar lo más repudiable y digno de lástima”. Ocupaban sitial desde “el rumor inventado de forma descarada hasta el artículo incendiario”.

En aquel tiempo, decía Hermann Hesse, cabía recordar “que el amor es más grande que el odio, el entendimiento mayor que la cólera y la paz más noble que la guerra”, y que eso debería grabarse en la memoria, en medio de aquella guerra, “con más fuerza que nunca”. El tiempo ha convertido en metáfora aquella apelación, que ahora sirve para preguntarse igualmente qué hacer para que aquí y ahora esos decibelios se rebajen. Fernando del Rey, autor de Palabras como puños, sobre el lenguaje que abrió la Guerra Civil, atribuye el presente griterío “a las consecuencias del deterioro de las distintas crisis económicas, a la corrupción, a la falta de una conciencia política de consenso y a la acción de grupos organizados que alimentan el lenguaje del odio”. Javier de Lucas, intelectual que ahora ejerce de senador, cree que a las comisiones de la cámara no alcanza ese tono, porque se manejan argumentos y no hay gritos, “aunque fuera de este ámbito sí está la dialéctica amigo-enemigo, un discurso maniqueo de odio que focaliza en el otro los males del país”. Para José Álvarez Junco, autor de Mater dolorosa, el ruido “proviene de la falta de argumentos; los insultos y las emociones son propios del discurso político. Pero una cosa es eso y otra que retornemos a los discursos de los fascismos, que se basan en el cuestionamiento de la democracia. Pero no seamos pesimistas: el sistema no está amenazado”. Isabel Morant, historiadora también, directora del volumen Historia de las mujeres en España y América Latina, nos dijo: “La política a veces se ve obligada a subir el tono… Lo que veo ahora es impaciencia política; se actúa pensando en la toma del poder, se funciona para conseguir el KO del adversario, que este muerda el polvo, así que es imposible hablar de los problemas reales, y ahí caen las instituciones, y también los periodistas, por cierto”.

El periodista Hesse lo advirtió: “¡Amigos, no en ese tono!”. Pero aquí están subiendo de grado los decibelios.

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