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La guerra química es ahora la lucha contra la epidemia

La farmacia militar pasa de producir antídotos para el gas tóxico o la radioactividad a paracetamol y antivirales

Dos empleados del Centro Militar de Farmacia de la Defensa produciendo gel hidroalcohólico. Vídeo: CARLOS MARTÍNEZ
Miguel González

Para acceder al sanctasanctórum del Centro Militar de Farmacia de la Defensa hay que embutirse un gorro, una mascarilla, una bata y unos patucos desechables. Los pasillos, por los que deambulan técnicos y auxiliares, rodean casi dos centenares de estancias, que ocupan 2.400 metros cuadrados entre la zona de producción y el laboratorio. Están clasificadas por categorías, según su grado de esterilidad y lo que se fabrica dentro: ampollas inyectables, sueros y jeringas recargadas (a), o pomadas, cremas y sólidos orales (b).

Se pasa a ellas atravesando la zona c: minúsculos habitáculos con doble acceso (de entrada y salida) denominados SAS (por sistema de aire seguro) que funcionan a modo de esclusas: la mayor presión que existe en su interior hace que el aire de fuera no pueda colarse dentro cuando se abre la puerta. Solo en las estaciones espaciales son tan escrupulosos con la asepsia.

En su moderna y funcional sede, inaugurada en 2015 en terrenos de la base logística de San Pedro, en Colmenar Viejo (Madrid), a 30 kilómetros al norte de la capital, sus 100 empleados (el 78% civiles) producen medicamentos para prestar asistencia logística y operativa a las Fuerzas Armadas y para hacer frente a escenarios bélicos que solo en una pesadilla cabe imaginar. Un 60% de su catálogo o petitorio está formado por antídotos frente a ataques con armas químicas, como la atropina; o sustancias para neutralizar un escape radioactivo, como el yoduro potásico. Productos cuyo mejor destino es caducar sin haberse utilizado jamás y que ninguna farmacéutica se atrevería a comercializar.

Pero la declaración del estado de alarma ha revolucionado su monótona rutina. Y no solo porque medios de comunicación de todo el mundo, como la CNN o la BBC, se hayan interesado por un centro cuya existencia pocos conocían. No es extraño, pues solo Francia entre los países occidentales cuenta con un laboratorio de similares características

El terremoto lo ha provocado la orden de la ministra de Defensa, Margarita Robles, de que reoriente sus objetivos y se olvide de guerras improbables para centrarse en la muy real amenaza del coronavirus. Su director, el coronel Antonio Juberías Sánchez, detalla que toda su capacidad de producción se encuentra actualmente volcada en tres productos: un gel hidroalcohólico para la desinfección de manos, un antipirético (paracetamol), y un antiviral inyectable de amplio espectro (rivabirina).

324.000 paracetamoles

Por más que se le pregunte, el coronel Antonio Juberías no precisa cuántos medicamentos ha producido la farmacia militar en esta crisis o su capacidad. En la sala de empaquetado está la producción de paracetamol del último día: cuatro pilas de paquetes de 10 alturas y una de cinco con seis cajas de 60 envases de 20 comprimidos por altura. En total, 324.000 paracetamoles. Abc publicó que fabrica también 800 litros diarios de desinfectante y 600 ampollas de rivabirina. El coronel ni confirma ni desmiente.

Durante la epidemia de la gripe A, en 2009, la farmacia militar de Burgos, una de las tres que tenía el Ministerio de Defensa antes de que se unificasen en el nuevo centro, produjo 1.030.000 envases de 30 comprimidos de fosfato de oseltamivir, más de 30 millones en total, para combatir aquel virus.

Y es que estas instalaciones albergan el único laboratorio productor de medicamentos con que cuenta la Administración y una de sus naves, bajo controles constantes de humedad y temperatura, sirve de almacén para el depósito estratégico del Ministerio de Sanidad, con 5.000 metros cúbicos de capacidad; es la reserva de medicamentos con que cuenta el Estado para hacer frente a pandemias como la actual. Lo que allí guarda se considera alto secreto.

La farmacia militar no solo ha reorientado su producción, sino que la ha incrementado. Para conseguirlo, ha reorganizado y prolongado turnos de trabajo y ampliado su plantilla en un 25%. Pero el coronel Juberías subraya que un técnico de laboratorio no se improvisa y que su personal es un recurso crítico. Por eso, su mayor preocupación consiste en evitar que el contagio por coronavirus pueda mermar sus filas. De momento, solo tiene a un empleado en cuarentena. Pero esta guerra va a ser larga y no se puede bajar la guardia.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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