“La revolución feminista ha usado la palabra, la contrarrevolución vendrá con un recorte de derechos”: cuatro mujeres ante el auge del machismo

Tras una década de visibilidad y conquistas, una gran involución parece amenazar lo logrado estos años por las mujeres. Nicole Ndongala, María del Mar Jiménez, Elisa García Mingo y Cristina Fallarás debaten sobre ello

De izquierda a derecha, Nicole Ndongala (República Democrática del Congo, 1975), Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968), Elisa García Mingo (Madrid, 1983) y María del Mar Jiménez (Las Palmas de Gran Canaria, 1962), en el patio de la Sala Equis de Madrid antes de iniciar el debate.Ximena y Sergio

Las mujeres han dado un salto de gigante en la última década a la hora de visibilizar luchas que antes sufrían en la intimidad, pero la gran involución acecha en estos días. El ascenso de la ultraderecha y ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Las mujeres han dado un salto de gigante en la última década a la hora de visibilizar luchas que antes sufrían en la intimidad, pero la gran involución acecha en estos días. El ascenso de la ultraderecha y el aumento de los jóvenes varones que sienten que el feminismo ha llegado demasiado lejos amenazan los avances y marcan hoy el debate social. El País Semanal ha reunido a cuatro mujeres para valorar el momento y todas constatan la nueva realidad: del pasmo inicial en que parecieron sumirse los hombres misóginos ante los avances del feminismo se ha pasado a una revancha que se multiplica en redes sociales y avanza en las urnas. La alerta roja está encendida.

Nos reunimos en la Sala Equis de Madrid, un antiguo cine porno reconvertido en local cultural, telón de fondo idóneo para hablar del daño que está haciendo la pornografía extrema en las redes. Aquí, las cuatro mujeres irán trazando el hilo doloroso que une los chats masivos donde miles de hombres comparten técnicas de sumisión, las violaciones de guerra que vuelven a sufrir las mujeres en el Congo o los vídeos de agresiones sexuales. Son Nicole Ndongala, directora de la Asociación Karibu; María del Mar Jiménez, portavoz de Kellys Unión Madrid; Elisa García Mingo, profesora e investigadora de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, y Cristina Fallarás, escritora y promotora del movimiento #Cuéntalo.

Cristina Fallarás, escritora y promotora del movimiento #Cuéntalo.Ximena y Sergio

¿Estamos en alerta roja?

María del Mar Jiménez. Sí, lo tengo muy claro. No es que estemos rodeadas, es que los tenemos encima.

Cristina Fallarás. Veíamos venir esa quiebra y se ha dado: se ha dividido la sociedad. Nosotras hemos llevado a cabo una revolución evidente, que es tomar la palabra y relatar desde nuestro punto de vista la violencia que hemos sufrido. Pero toda revolución tiene una contrarrevolución y tengo miedo de que sea violenta. La revolución de las mujeres ha usado la palabra, la contrarrevolución de los hombres vendrá con un recorte de derechos.

Nicole Ndongala. Las inmigrantes africanas hemos avanzado muchísimo, tenemos ya la voz que necesitábamos, pero todavía falta mucho para que esa voz llegue a la agenda de los políticos. Estamos avanzando y al mismo tiempo reculando.

Elisa García Mingo. Yo, que trabajo en cultura digital, veo cómo ese espacio se está convirtiendo en muy hostil para las mujeres. Nunca habíamos tenido tantas conquistas, pero hay retroceso. El triunfo de la tecnocasta y de unas formas de masculinidad o de gobiernos digitales muy patriarcales pone en riesgo los derechos conquistados. El patriarcado ahora es digital, como muestra la fotografía de Trump con Musk. Es lo que tenemos enfrente.

Nicole Ndongala, directora de la Asociación Karibu.Ximena y Sergio

¿Pueden más los avances o los retrocesos?

M. M. J. Nosotras las kellys estamos viendo un retroceso. Yo siempre he estado contratada por el hotel, pero en mi asociación soy la única. Es una involución total en materia laboral. Hemos pasado de tener un contrato con convenio de hostelería a tener contrato en empresas de servicio con convenio de limpieza. Y la diferencia de sueldo es enorme. De tener contratos de ocho horas hemos pasado a contratos de una, dos, tres, cuatro… Ya me contarás cómo puede una mujer separada con dos niños a su cargo vivir con un contrato de cuatro horas.

N. N. Hemos avanzado muchísimo, pero qué va a ocurrir con esos avances. Cuando se avanza rápidamente, a veces no se mide con profundidad. Estamos abarcando muchas cosas a la vez y tenemos que ir poco a poco.

C. F. El avance de los derechos de las mujeres ha sido bestial porque por primera vez en la historia gracias a las tecnologías podíamos generar un relato colectivo muy superior al de los medios convencionales. Desde 2015 y durante el #MeToo ha habido unos años de paz donde hemos podido hacer partícipes a millones de mujeres en el mundo entero. Estaba bien visto. Pero ahora viene la respuesta y esta es mucho más grande, la involución es mucho mayor. El patriarcado ha tenido un momento de pasmo de decir ¿qué hago?, ¿cómo respondo al #MeToo, al #Cuéntalo, a este avance de las mujeres? Un momento de estupefacción, de no saber cómo responder. Y de repente, ahora, siete u ocho años después, saben cómo responder y tienen las herramientas.

E. G. M. Twitter fue una herramienta pedagógica del feminismo, por ahí pasaron el #MeToo, el #Cuéntalo, la idea de justicia patriarcal, de cultura de la violación o el consentimiento. Pero se ha dado la vuelta totalmente, ha habido una apropiación del lenguaje y ahora internet es lo contrario. Es el espacio del capitalismo más salvaje. Yo trabajo mucho sobre infancia y adolescencia y estamos viendo lo que pasa con la generación Z y Alfa y no solo en cuestión de abusos: debemos hablar de las tradwives o las novias mantenidas, todas esas mujeres más conservadoras y antifeministas; de la cosmeticorexia, la adicción a los cosméticos, que está muy vinculada al consumo en redes sociales; de fenómenos como el pick me girl, mujeres que quieren ser elegidas por los hombres. Son corrientes digitales que reivindican esa mujer más recatada, tradicional y que nos hablan también de una alerta en esas edades. Más las luchas que nunca se han terminado de concretar: la brecha salarial, la parcialidad en el empleo o la reducción de jornada para conciliar.

Elisa García Mingo, investigadora de Sociología de la Universidad Complutense.Ximena y Sergio

¿Creen que el feminismo se ha desocupado de problemas laborales?

N. N. El feminismo está dividido y cada grupo lucha por lo suyo. Para pedir asilo, las mujeres que sufren violencia de género están en la misma lista que los hombres. Y el abuso a una mujer europea no debería ser más importante que el que sufre una inmigrante. Tenemos que buscar un punto que nos una a todas y trabajar codo con codo.

M. M. J. Desde 2018 hay dos manifestaciones. Y ahora quitan el Q+ y todas calladas. Me he enfadado mucho. Teníamos que estar en la calle reivindicando el Q y el + y unas pocas cosas más que nos faltan. Pero no hay unión.

C. F. Al feminismo se exige mucho más que a cualquier otro movimiento social.

María del Mar Jiménez, portavoz de Kellys Unión Madrid.Ximena y Sergio

¿No es narcisista y triste vivir esta división?

C. F. Todo movimiento que crece genera divisiones y, al hacerse tan diverso, era evidente que iba a disgregarse en un puzle de feminismos. Cuando lleguen las hostias volveremos a salir todas juntas, como salimos cuando hubo que decir: no estás sola.

N. N. Yo sí creo que es triste. Hay feministas que se creen que su feminismo es superior. Olvidan el edadismo, las minorías y creen que el feminismo actual solo lo pueden llevar las profesionales o universitarias.

E. G. M. Estamos en un momento de individualismo salvaje de muy poco tejido comunitario. Hubo un momento muy potente de rabia colectiva y hartazgo contra la violencia sexual, un basta ya que concitó esa unión. Se han convertido en ley muchos reclamos feministas, pero esa rabia se ha ido desinflando y ha primado el individualismo en que estamos educando.

¿Piensan que la agenda queer “borra a las mujeres”, como alegan las feministas contrarias a la ley trans?

N. N. Las mujeres tenemos bastante autoestima como para que esa agenda nos borre.

E. G. M. Para mí no hay una agenda, ni hay un borrado, son metáforas desafortunadas. A mí me gustaba el proyecto feminista transincluyente que luchaba por los derechos para todas las personas. Me parecía que había hueco para todas las luchas, me parecía diverso y potente.

Elisa García Mingo, durante la conversación.Ximena y Sergio

¿Por qué habla en pasado?

E. G. M. Porque ahora esa falta de unión, esta confrontación brutal, nos resta muchísima energía para seguir luchando en presente. Yo como europea blanca feminista e intelectual sentía la fuerza de las kellys, las afroespañolas, las afroféminas… Sentía su interpelación cuando nos decían: “No estáis haciendo hueco a nuestras necesidades”. Se ha roto la posibilidad de interpelarse y esas expresiones como “la agenda” o “el borrado” imposibilitan esa lucha diversa llena de conflictos. Me gustaba la confrontación, ahí aprendía, veía el avance, la fuerza del movimiento.

C. F. Creo que hay una pequeña comunidad con mucha voz que son tránsfobas. Me pregunto por qué algunas pocas han popularizado una queerfobia hasta el punto de eliminar las siglas Q+. El PSOE se lo encontrará por el camino. Yo estaba muy atenta cuando salió la película 20.000 especies de abejas y la sociedad la disfrutó y vio de una forma natural, no hubo movimientos para prohibirla porque no existe ese conflicto. La transfobia en nuestra sociedad es brutal, pero las posturas tránsfobas dentro del feminismo son de cuatro.

María del Mar Jiménez, durante el encuentro. Ximena y Sergio

¿Y son partidarias de abolir o regular la prostitución, otra de las grandes divisiones en el movimiento?

E. G. M. Imagino una prostitución regulada en que no se experimente violencia sexual, pero me preocupa que no podamos dialogar abiertamente, que no haya grises, dudas, que la pregunta se plantee como una u otra opción. Yo no quiero ser la persona a la que pongan en un sitio o en otro. Como intelectual o académica quiero la pregunta, la duda que me permite seguir pensando en los matices. Cuando me obligan a colocarme en una postura, me obligan a dejar de pensar y preguntar. Reivindico la posibilidad de diálogo y escucha.

C. F. Mientras las prostitutas sean una población oculta, en los límites de la ilegalidad, no vamos a poder evitar la violencia contra ellas porque es un mundo que permanece en lo alegal. Demos ese paso.

¿Cómo ven “el tiro en el pie” con el que algunos hablan de la reducción de penas en la ley del solo sí es sí o el caso Errejón? ¿Les sirve de munición a los negacionistas?

C. F. A los negacionistas cualquier cosa les vendría bien. La reducción de penas vino por una ampliación de las agresiones y no podía ser de otra manera, no puede ser lo mismo que te toquen una teta a que te obliguen a hacer una felación. Y el caso Errejón ha puesto en evidencia cómo se trata a las mujeres en los juzgados. El hecho de que el vídeo con la declaración de Elisa Mouliaá se filtrara muestra que hay un interés social diferente. Son avances. El caso Errejón o el de Jenni Hermoso nos muestran que no nos sirven los juzgados para decir qué es y no es violencia sexual. Los juzgados sirven para decir qué es punible, pero Mouliaá y Hermoso están en su derecho a decir que lo que ellas vivieron es violencia sexual, sea o no punible.

E. G. M. En la reducción de penas faltó pedagogía, falló el relato a la hora de explicar por qué era una buena ley y yo misma tuve que ir a formaciones para entender por qué lo era. Por ejemplo: la ley mejora la custodia de la prueba, la formación de profesionales o crea los centros de 24 horas.

M. M. J. Yo lo apoyo, pero hay que tener en cuenta quién educa a un juez machista. Tú le das una ley a un juez machista y su visión no es la de la ley, sino la que él tenga de esa ley. Necesitamos educación para esos magistrados.

Nicole Ndongala y Cristina Fallarás, durante la conversación con motivo del 8-M.Ximena y Sergio

¿En qué fallamos?

E. G. M. Hemos fracasado en educar en el consentimiento como sociedad y en las relaciones sexuales en general. Los que ejercen la violencia tienen tanto que perder.

N. N. Y no todas las mujeres denuncian lo que les sucede. Un porcentaje muy alto no denuncia. La mujer migrante muchas veces no denuncia abusos en el campo, las casas o el hogar porque es tu palabra contra la suya. Y para que te den una protección digna tienes que denunciar.

C. F. Si solo el 8% de las violencias se denuncia hay que abrir otros canales. El canal de atención de 24 horas previsto en la ley era muy bueno, pero aún no se ha puesto en marcha al completo.

N. N. La migrante en general no denuncia por miedo a la situación administrativa y también a la comunidad. Denunciar es obligatorio para tener una protección, una casa, pero estigmatiza, tu comunidad te está mirando. Para denunciar te piden pasaporte o la documentación. Por eso hay miedo a la comunidad y miedo a las instituciones.

Hay varones jóvenes que creen que las mujeres hemos ido demasiado lejos. Y muchos no han sido educados así. ¿Qué está pasando?

E. G. M. Muchas mujeres de 50 o 40 y pico años me cuentan que tienen un hijo adolescente que ha crecido en un hogar igualitario y siempre les pregunto: ¿Cuánto tiempo pasa en internet? ¿Juega a videojuegos? ¿Qué tipo de videojuegos? ¿Está solo? ¿Tiene amigos? Y tiene que ver con el tiempo que pasan en redes sociales. Muchos videojuegos están conectados a tecnoculturas tóxicas, antifeministas o misóginas, pero también islamófobas, xenófobas, tránsfobas. El nivel de bilis digital al que están expuestos es impresionante y las familias son ajenas a ello. Estamos trabajando mucho en temas de exposición a contenidos extremos que ven desde los 12 y 13 años. Hablo de pornografía con bebés, con animales, de torturas, asesinatos, mutilaciones. Es algo que está pasando y contribuyendo a generar una especie de anestesia en jóvenes incapaces de ver a una persona en el otro lado. Y lo mismo con el consentimiento y los límites. Son generaciones que se han educado con muy pocos límites, muy pocas veces les han dicho que no y la primera vez que se encuentran con alguien que dice que no es una chavala, una compañera.

C. F. Hay una responsabilidad gravísima por parte de sus mayores. Uno de los grandes fallos que tenemos es colocar la responsabilidad en los chavales, pero los varones de mi generación y la siguiente han hecho una dejación a la hora de legar a sus menores formas correctas de actuación.

¿Las mujeres no?

C. F. Mientras las mujeres hemos ido avanzando y nos hemos partido el lomo durante una década para hacer una sociedad mejor, mientras hemos roto el silencio de una forma revolucionaria, los hombres no han hecho absolutamente nada. Los varones no han establecido unos mecanismos para responder al patriarcado, para acompañarnos, han permanecido en su pasmo. Esos padres silentes han dejado de lado su función de legar en herencia unas maneras de actuación a esos críos. Les han enseñado a ser deportistas, a estudiar mucho o a ser muy competitivos, pero no a renunciar a su masculinidad. Por eso los chavales se encuentran sin modelos de masculinidad. Los hombres de mi generación no respondieron al #MeToo o al #Cuéntalo y cuando han tenido que responder al #SeAcabó y al caso Pelicot lo han hecho con el #NotAllMen. A la defensiva.

M. M. J. Algunos hombres me han preguntado por qué no hacemos escuela de feminismo para los hombres y me ha parecido interesante.

C. F. ¿Y por qué no se lo montan ellos? Eso sería partir de la base de que son tontos, y no lo creo.

M. M. J. No creo que sean tontos, sino que no saben cómo reaccionar.

N. N. Los chavales no tienen ningún modelo claro y ven cómo sus padres consumen ciertas cosas y copian. Es puro capitalismo porque copian lo que se vende en las redes sociales.

C. F. Hay muchos referentes para mujeres en el star system, desde Meryl Streep a Cate Blanchett, que promueven iniciativas interesantes. Pero ahí está Kanye West declarándose nazi con una tía desnuda al lado a modo de bolso. Hay muy pocos referentes de desmasculinización.

E. G. M. Y cuando lo intentan los llaman aliades o traidores de género. Hemos hecho investigaciones con varones jóvenes de 18 a 30 años de toda ideología y de todo tipo, desde videojugadores a los típicos niños rata, y a los que se consideran feministas les cuesta mucho encajar por falta de referentes. Se mofan de ellos. Hay muchísima presión para que salgan de ese lugar y en la manosfera les dicen que, si van a manifestaciones feministas, es porque quieren follar. Desde el imaginario de ciertos hombres es impensable que haya hombres feministas.

Definan crisis de masculinidad.

E. G. M. Beatriz Ranea habla de resquebrajamiento de la masculinidad y son muchas crisis a la vez: la crisis de la autoridad racional masculina, que implica de repente que haya mujeres desafiando su régimen de conocimiento; la crisis del paterfamilias; la crisis del empleo, ellos ya no son los proveedores únicos; y también la ruptura del contrato sexual. Los inceles, el movimiento de los célibes involuntarios, responden a esto: teníamos derecho al sexo con mujeres por matrimonio, violación o pagando, y de repente se ha roto ese contrato.

¿Qué daño ha hecho el porno salvaje a las mujeres?

C. F. El porno mainstream populariza una violencia extrema sexual contra las mujeres que perpetúa la cultura de la violación. Es una industria que da cantidad ingente de dinero y alguien debería preocuparse por las condiciones laborales y de cotización, pero funciona al margen de las reglas. Mis hijos me han enseñado cómo descuartizaban mujeres mientras las violaban o cómo un perro violaba a un niño de un año. Eso circula en los colegios de Madrid.

E. G. M. Veo a Nicole y pienso en lo que está pasando en el Congo y se me ponen los pelos de punta.

Hablemos de ello. En la República Democrática de Congo se están denunciando estos días violaciones a niñas y niños con formas de violencia que superan lo nunca visto. Usted viene de ahí.

N. N. Es terrible. Las mujeres se han convertido de nuevo en arma de guerra, la comunidad internacional no se inmuta y la ONU se dedica a contar los números de muertos como si fuesen resultados de unas elecciones. Están peleando por el coltán y la comunidad internacional vela más por los recursos que por las personas. En Kivu han matado a más de 3.000 mujeres y bebés en los hospitales. En otros casos como el de las mujeres de Ucrania ha habido mecanismos para que esas mujeres tuvieran condiciones dignas. Pero las migrantes del Congo hoy no pueden volver al Congo, hay que revisar sus peticiones de asilo. El Gobierno tiene que tomar medidas. Ningún inmigrante es de primera o segunda clase.

M. M. J. Ya sabes que si sois africanos sois de segunda o tercera o cuarta clase, dependiendo del país europeo.

N. N. Yo salí del Congo por violaciones, porque fui abusada. Y 25 años después la historia se repite. Aquí para pedir asilo te exigen un certificado de que has denunciado. ¿Pero dónde y cómo denunciar a quién? Se necesita un enfoque más amplio. No me gusta hablar de mí, es complicado…

Hacemos un alto para explicar la situación de Nicole Ndongala, visiblemente afectada por las noticias de su país. Ella salió muy joven del Congo, donde la guerra que puso fin a la dictadura de Mobutu en 1997 sembró de violaciones el territorio. “Tuve que dejar todo atrás porque unos tipos… Cuando te meten en un calabozo con otros 50, primero sufres los abusos dentro del calabozo y luego lo que hacen contigo afuera. Ya no te sientes tú. Yo hablo de mi yo sin mí. Te abandonas a ti misma. Es una realidad que a mí me revuelve, me hace vomitar, y ahora que tengo la fuerza suficiente para ayudar a las que están allí, hay que levantar la voz, no podemos permitirlo”, dice. En territorio congoleño ha trabajado precisamente Elisa García Mingo, que documentó el activismo contra los crímenes sexuales como arma de guerra y que traza el hilo entre todas las violencias. Ella prosigue el debate.

E. G. M. Por eso me desangra el paralelismo de pensar que, en nuestra sociedad, donde tenemos herramientas contra la violencia, las nuevas generaciones se están deshumanizando al consumir esos contenidos violentos mientras, en Bukavu, esos niños y mujeres están siendo violados. En el Congo están quemando mujeres vivas en espacios sin ninguna protección. Y pienso en el fracaso para proteger a las nuevas generaciones.

C. F. Y pensemos en los foros que se están generando para distribuir violencia propia, de forma horizontal, como los 66.000 de un chat de Portugal o los 70.000 de Alemania que compartían en Telegram fotos de sus hijas, sus mujeres, sus madres, sus amigas. No son ejemplos extraordinarios, es una nueva forma de generar contenido de violencia sexual que ya no depende de la industria, sino que copia los modos de la industria y los genera de forma horizontal. Este paso para mí es sustancial.

E. G. M. En el documental de Almudena Carracedo No estás sola escuché una cosa que no había oído antes. Uno de los perpetradores de la Manada decía: “Queríamos hacer nuestra propia peli porno”. Ahí está.

C. F. Pero muchas mujeres de más de 50 años que me dan su testimonio hablan de abusos que sufrieron por parte de primos, vecinos o de la pandilla del pueblo en los cincuenta, sesenta o setenta. Y ahí no había acceso al porno.

E. G. M. Yo he trabajado en el este del Congo con víctimas de violencia y tortura sexual. Yo misma he vivido episodios de niña y, después, han sido los peores por todo el silencio que se impone, un silencio espeso.

M. M. J. Uno de los peores momentos de mi vida fue cuando acompañé a una amiga a denunciar lo que le había ocurrido a su hija con su padre y el policía dijo: “Ya está malmetiendo a la niña”.

C. F. Yo sufrí abusos sexuales de niña, de adolescente y en varias ocasiones. De los abusos de mi infancia me empecé a acordar a los 26. Habían pasado más de 15 años. El trauma que genera una violación es tan atroz que te rompe el alma y recoserla cuesta tanto.

Vuelvo al principio. ¿Alerta roja?

N. N. La alerta roja está ahí, pero las mujeres podemos cambiar esta historia porque la historia de nuestra vida la cambiamos nosotras y podemos ir dejando un legado a la juventud para que continúe esta lucha. Creo que seguiremos adelante.

C. F. Es una alerta roja rojísima, granate sangre, y es por el silencio. Si algo aprendimos del siglo XX es que el gran problema de la violencia sistémica y global no viene de los pequeños grupos fascistas o ultras, sino de la gran mayoría que permanece silenciosa. Solo espero que la parte que permanece silente empiece a darse cuenta de que, o se unen a nosotras, a las mujeres que desde el feminismo damos una respuesta al fascismo, o su silencio será lo que nos condene a todos.

Sobre la firma

Más información

Archivado En