Los irreductibles de la Nacional 6

La vida en las localidades que jalonan la N-VI cambió radicalmente con la apertura de la A-6, la autovía paralela. Cerraron restaurantes, gasolineras, hostales… El tiempo se detuvo. Pero no todo es nostalgia. A lo largo de este cordón de asfalto de 609 kilómetros que une A Coruña con Madrid brotan propuestas en torno a la literatura, el cine y la música, que la convierten en una suerte de Ruta 66 española

La carretera N-VI a su paso por A Castellana (A Coruña).Alfredo Cáliz

La carretera está viva esta mañana, pero, a veces, la vida no es más que un rumor de un pasado que se resiste a desaparecer. La Torre de Hércules sabe bien de rumores que se perdieron con el viento en este extremo norte de A Coruña. Elevado sobre un cerro de 50 metros, este faro, erigido en el siglo I y que presume de ser el de origen romano más antiguo del mundo, observa con su mirada circular dos horizontes en la lejanía: el del Atlántico y el de la antigua Nacional 6, popularmente conocida c...

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La carretera está viva esta mañana, pero, a veces, la vida no es más que un rumor de un pasado que se resiste a desaparecer. La Torre de Hércules sabe bien de rumores que se perdieron con el viento en este extremo norte de A Coruña. Elevado sobre un cerro de 50 metros, este faro, erigido en el siglo I y que presume de ser el de origen romano más antiguo del mundo, observa con su mirada circular dos horizontes en la lejanía: el del Atlántico y el de la antigua Nacional 6, popularmente conocida como N-VI o carretera de La Coruña: una vía de 609 kilómetros que, como un larguísimo cordón de asfalto y recuerdos, todavía une Madrid con la ciudad gallega, pese a sucumbir desde hace más de tres décadas al nacimiento y desarrollo de la A-6 (una de las seis grandes autovías radiales de España) que dejó a esta carretera y muchos de sus pueblos fuera de su tránsito esencial. “La vida era otra”, asegura señalando a la N-VI José Locay, un campesino jubilado de 86 años que reside en Pedrafita do Cebreiro, una de las más de 50 localidades por las que pasa esta carretera que atraviesa ocho provincias desde Galicia hasta Madrid, o viceversa. “Pero aquí estamos todavía cada mañana”, apuntilla señalando ahora a una de las mesas del bar La Ruta. Este anciano es una de las decenas de miles de personas cuyas existencias se vieron afectadas para siempre por el declive de una carretera que, en otro tiempo, fue de las más transitadas de la Península.

Playa urbana de Riazor, en A Coruña, punto final o de inicio de la N-VI. Alfredo Cáliz

La vida era otra, pero este viaje es en presente. La ruta para este reportaje comienza en A Coruña con el objetivo de recorrer la N-VI en su totalidad, sin saltar nunca a la carretera principal, a no ser que sea obligatorio en los cerca de 150 kilómetros en los que ambas vías se fusionan. La carretera principal es la A-6, por la que circulan muchos más coches y camiones y, con todo, se va más rápido. Porque la A-6 es una senda más flamante que evita pasar por muchos pueblos que, como empujados por la escoba frenética del siglo XXI, han quedado barridos hasta permanecer apartados, intentando sobrevivir más allá de los andenes, en los mismos márgenes de la España vacía. Algunos parecen pueblos fantasma y otros, en cambio, conservan su identidad y luchan por ella, marcados por su naturaleza, su patrimonio o su ingenio porque hay interesantes alternativas culturales no muy conocidas. Este viaje recorre todos esos kilómetros para adentrarse en lo profundo de esta singular resistencia.

Kilómetro 550, Guísamo, una parroquia de Bergondo próxima a A Coruña. Alfredo Cáliz
Aldea de As Angustias, a la salida de A Coruña. Alfredo Cáliz

Es lunes y, al salir de A Coruña, la N-VI se estira como una alfombra desgastada al sol del verano mientras atrás queda un Atlántico calmado y reluciente. El coche viaja ligero. La N-VI nació en 1939, pero su pasado se hunde hasta llegar a 1761, cuando el rey Carlos III reclamó mediante una ley hacer carreteras rectas y utilizables en la construcción de la España moderna. Este camino fue una de sus grandes apuestas y el mismo que ahora, como antes, pasa por Betanzos. Por tanto, el mismo que tomó Juan García Naveira, quien hizo una fortuna en Argentina y, al regresar a Betanzos, invirtió parte de su dinero en construir en 1893 el parque del Pasatiempo, una enorme obra dedicada a los haberes enciclopédicos y pionera de los parques temáticos españoles, con fuentes, estanques, mosaicos, laberintos vegetales y esculturas de animales y de reproducciones de las pirámides egipcias o la muralla china. Hoy, este parque está cerrado por rehabilitación, y lleva así mucho tiempo. “¿Ves a alguien ahí?”, pregunta José Manuel Rey. “Es lunes y no hay ni un solo obrero”, añade este hombre de 78 años, que cuenta cómo de niño jugaba con sus amigos a esconderse en las cuevas y los pasadizos del parque. “Ahora está abandonado”, se lamenta. “Como todo, porque Betanzos antes también tenía dos cines, donde yo veía muchas películas de vaqueros, y ahora no hay ni uno. Ni conciertos. Solo este parque que están rehabilitando, pero va lento. Como todo por aquí”, apunta indicando el horizonte.

Murales en Betanzos (A Coruña), frente al parque del Pasatiempo. Alfredo Cáliz

El parque del Pasatiempo ilustra buena parte de la situación actual de muchos de los pueblos que descansan en la N-VI. Cuando el coche sigue el horizonte de esta carretera secundaria y deja atrás Betanzos, llega hasta Montesalgueiro. El paisaje es propio de una catástrofe nuclear: gasolineras sumidas en hierbajos salvajes y precintadas con vallas oxidadas, hostales cerrados, bares ennegrecidos… Es como si el pueblo entero hubiese huido ante el fin del mundo y todo se hubiese detenido en este trágico día. En un restaurante sin letrero, pero con un Audi A6, abandonado con un cedé Fiesta 2 en el asiento del copiloto, se ven los platos, las jarras y las figuritas de porcelana expuestas en una vitrina llena de polvo para viajantes que nunca más aparecieron por aquí. Dentro hay cafeteras y servilleteros en las barras, mesas con manteles, botellas de vino y un expositor de cedes con uno destacado de Isabel Pantoja. “Este pueblo era un enlace y pasaba todo por aquí. Había uno, dos, tres, cuatro… hasta seis bares”, enumera con los dedos Ana Freires, dueña del bar Galicia, el único que queda abierto en Montesalgueiro. “Había una sala de fiestas llamada Atlantic, que reunía hasta 3.000 personas, y sorteaba un Fiat Uno o Seat Panda todas las semanas. Tocaban Francisco o Locomía. Ponían autobuses para que la gente viniese desde Lugo, A Coruña y Ferrol”. Y, como si pudiese revivir aquellos días de los noventa, mueve la cabeza para el lado de la carretera donde antes se encontraba Atlantic: “Yo trabajaba en mi bar hasta las 3:00 de la mañana. Me iba a bailar hasta las 6:00 y, luego, regresaba a dar desayunos al bar hasta que me entraba la tontera sobre las 10:00 y me iba a la cama”.

Los restos del hotel Fonfría, en la localidad de As Nogais (Lugo).
Ana Freires, propietaria del café bar Galicia, en A Coruña. Alfredo Cáliz

Atlantic ha desaparecido, pero Montelsalgueiro sigue donde siempre, como tantos pueblos de la N-VI. Discotecas y salas de fiestas han ido cerrando, pero nada ha acabado con las verbenas. Imposible en Galicia. Cuando el coche circula camino de Sarria, la radio sintoniza automáticamente Verbena FM y Rubén Pérez, el locutor de esta tarde de lunes, no para de dirigirse a la “audiencia verbenera”. Es decir, a todos los gallegos que buscan “fuegote”, “ir a topísimo” o que quieren “romper la bocina”. Las orquestas gallegas saben de los pueblos de la N-VI porque todavía los visitan en fiestas. Ofrecen una alternativa cultural a la quietud absoluta. Y, de las decenas que existen, no hay orquesta gallega más importante que Panorama, fundada en 1988 y que suele hacer cerca de 200 conciertos al año. “Como dice mi padre: ‘Son los Rolling Stones de las orquestas”, afirma Catalina Aguilar. A sus 21 años, está en primera fila esperando la salida de Panorama en Sarria, una de las localidades que quedan a un lado de la N-VI, no muy lejos de Lugo. “Son increíbles, muy potentes”, añade Carlos Carmena, de 18 años. La verbena es el momento en el que estas poblaciones cobran nueva vida. Cuando llega a las plazas, los parques o los campos de fútbol, todo cambia.“Es como si trajésemos energía nueva a los sitios”, asegura Lito Garrido, líder y cantante principal de Panorama. “El público se entrega y es maravilloso”, apunta Fátima Pego, una de las voces femeninas destacadas de este combo de 21 integrantes entre cantantes, bailarines, instrumentistas y acróbatas, cuyas actuaciones son espectáculos de pirotecnia y pantallas gigantes. Ninguna orquesta es tan grande y aplastante, pero todas, incluso las más pequeñas, hacen de la verbena una religión en Galicia. Por necesidad o por costumbre, nadie se la quiere perder, pero, una vez se va la orquesta, regresa el silencio.

Verbena popular en las fiestas patronales de Sarria (Lugo). Alfredo Cáliz
Un concierto de la Orquesta Panorama en las fiestas patronales de Sarria. Es la banda más emblemática de las verbenas estivales de Galicia y que realiza más de 200 actuaciones al año.Alfredo Cáliz
Lito Garrido, líder de la Orquesta Panorama, y Fátima Pego, cantante de esta. Alfredo Cáliz

Un silencio que reina desde hace mucho tiempo en O Corgo. “Tenías que andar dos kilómetros para poder cruzar la carretera de la cantidad de coches que pasaban. De hecho, había que hacer cola”, comenta Carmen Fernández, de 61 años, quien observa a su marido, Bautista Fernández, trabajando todavía el campo a sus 66 años. “Había una pila de gente. Ahora vivimos más tranquilos, pero hay menos dinero”, apunta Bautista. Los dos son vecinos de este pueblecito que hoy parece uno de esos del salvaje Oeste donde, después de la fiebre del oro, solo quedaban unos pocos, los que quizá no tenían adónde ir. “Mira, allí había un supermercado, allí una caja de ahorros, allí una oficina de teléfonos, allí una farmacia, allí una peluquería y, más allá, dos ultramarinos”, explica Justo Ferreiro, de 57 años, dueño de la única tienda de comestibles del lugar. Justo señala con el dedo a distintos puntos que ahora solo pueden imaginarse entre matorrales y edificaciones destrozadas y añade: “Y de todo este lado había más de 20 casas que se han tirado ya. Dentro de dos años, esto queda desierto”. Lo mismo piensan en Parrillada Morán, donde en vez de una pianola, como en las cantinas del Oeste, hay, al lado de un calendario santoral, una televisión encendida con el canal gallego. “Esto ha cambiado totalmente. Los pueblos pequeños mueren todos”, sentencia Ramón Morán, de 76 años, dueño de esta cantina.

En la frontera entre Galicia y León, a la altura de El Bierzo, el bar La Ruta lleva más de medio siglo abierto en Pedrafita junto a una residencia de la tercera edad que, hace apenas dos años, era la antigua escuela de niños. “Antes había rollo”, dice Arsenio Carballo, de 64 años. “En los pueblos había bares que estaban abiertos de noche y nos juntábamos a tomar unos vinos. Ahora ya no hay y lo que hay cierra antes de las nueve”, añade. “Y había ferias donde nos juntábamos todos e íbamos por estar unos con otros. Ahora, no hay unión”, indica Manuel Fernández, de 78 años. Pedrafita es el último pueblo gallego antes de cruzar a Castilla y León, el sitio, por tanto, donde los viajeros solían parar a comprar empanadas gallegas cuando se les había olvidado, antes de abandonar Galicia definitivamente. Siguen disponibles junto a los hojaldres y las perlas de Santiago de Compostela (almendras bañadas en chocolate), pero las ventas son menos. “No hay queja, pero viviríamos como Dios si Dios se pasara por aquí”, asegura José Locay, de 86 años.

Arqueología urbana en la N-VI a su paso por Os Congos (Lugo).Alfredo Cáliz
Bar La Ruta, en el pueblo de Pedrafita. De izquierda a derecha: los paisanos Manuel Fernández, Arsenio Carballo y José Locay.

Las nubes bajas atraviesan las montañas de verde rabioso de El Bierzo, aunque el sol ilumina hasta el último rincón de un paisaje resplandeciente. Dos realidades conviviendo en una silueta feroz, como la N-VI convive con la A-6 en trazos paralelos al dejar atrás la sierra de Os Ancares, un patrimonio floral y faunístico donde proliferan las pallozas de la cultura castreña, construidas antes de la llegada de los romanos a la Península. En la A-6, se ven el asfalto impoluto, la recta inalterable y las estaciones de servicio. En la N-VI, los baches, las curvas y los lugares con vida. Lugares que se resisten a caer en el olvido a través de propuestas culturales que reaniman a las comunidades sin renunciar a la esencia de su tierra, como en Villafranca del Bierzo, una localidad de 3.500 habitantes y paso importante del Camino de Santiago. Allí se celebra cada primavera el Cinefranca, un festival que mezcla las proyecciones de películas y las tertulias cinéfilas con la degustación del vino del Bierzo. Se lleva a cabo en el teatro Gil y Carrasco, un edificio romántico construido en 1843. “Este festival nace del recuerdo que una pandilla de amigos teníamos de cuando éramos niños y veíamos películas mudas en este teatro”, cuenta Lucía Arroyo, de 44 años y cofundadora de Cinefranca. “El pueblo hiberna. Y queríamos hacer algo fuera de la temporada de verano para animarlo”, añade Arroyo. El equipo de Cinefranca está detrás también de Evento Sarmiento, donde unen la cultura del vino y la música en directo, y se suma a las celebraciones de poesía y música clásica del pueblo. “Las idiosincrasias de Villafranca son muy fuertes. Se mezcla lo tradicional y folclórico con la cultura actual. Villafranca, como otros pueblos de la zona, han encontrado un nicho y, poco a poco, intentan atraer a gente de fuera con un discurso cultural más sólido”, señala Arroyo.

Pulpo en un bar de Villafranca del Bierzo (León).Alfredo Cáliz
Teatro Villafranquino, en Villafranca (León), centro cultural de El Bierzo, donde se celebra Cinefranca. Alfredo Cáliz

No muy lejos, en Cacabelos, se encuentra Moncloa de San Lázaro, un edificio tradicional berciano que fue un antiguo hospital de peregrinos en el siglo XVII. Regentado por Ada Prada, de 50 años, este impresionante espacio, que lleva abierto 40 años, trabaja como hotel, restaurante y tienda de productos bercianos, pero también destaca por su oferta de conciertos los fines de semana en su café salón, un confortable espacio presidido por un piano y en donde la lumbre arde bajo la chimenea al son de jazz, folk, fados o música tradicional gallega. “Soy muy de raíz. Nunca pensé que estaría en otro sitio”, asegura Prada. “Resulta muy difícil mantenerlo en pie. Estamos en un pueblo pequeño —Cacabelos tiene 4.800 habitantes—, en una zona nada rica, y tenemos que hacer muchas cosas para que entre dinero y sobrevivir porque de lunes a viernes apenas viene gente”. Prada se mantiene firme siendo “muy positiva” e “insistente”.

Ada Prada, gerente de Moncloa de San Lázaro, un local multiuso en Cacabelos (León). Alfredo Cáliz

Algo similar les pasa a Fran Prada, de 44 años, y Andrea López, de 41, los dueños de El sitio de mi recreo, un bar amplio y acogedor dedicado a Antonio Vega y la memorabilia del pop de los ochenta que se ubica en Priaranza del Bierzo, un pueblo de menos de 750 habitantes. “Nos inspiramos en el Penta”, confiesa Fran Prada. “Esto iba a ser una casa y decidimos hacerlo bar porque era la mejor forma de dar música en directo. Es lo que queríamos”, añade. “Los primeros años fueron muy duros porque estaba zona estaba muerta”, indica Andrea. Abierto en 2012, el primer año “no entraba ni Dios” y ahora se han lanzado a crecer con un espacio exclusivo para actuaciones y fiestas musicales. Su clientela es, sobre todo, de Ponferrada. Las canciones de Loquillo, Quique González, Rosendo o Burning se dejan oír mientras los lugareños no fallan. “Es un sitio para escuchar rock’n’roll y todos somos de casa. Aquí cuidamos de lo nuestro”, afirma José Moldes Blanco, un cliente que apura su chupito de licor de hierbas. “Pero no es nada fácil. Es un riesgo hacer cosas así en esta zona”, sentencia Andrea.

Fran Prada y Andrea López, dueños del bar El Sitio de mi Recreo, en Priaranza del Bierzo (León). Alfredo Cáliz
Rotonda de Don Quijote en Benavente (Zamora). Alfredo Cáliz

Estos retazos culturales sobresalen en un camino donde abundan la soledad y los contrastes. Cuando el coche pasa por Astorga, el paisaje cambia drásticamente. Una dureza plana se impone, la arena se come al verde y el horizonte es como plomo en los bolsillos. Más aún que en Galicia, la carretera atraviesa los pueblos como un cuchillo traspasa un cuerpo oxidado y lo corta en dos. En uno de ellos, en Toral de Fondo, con menos de 100 habitantes, se halla el hostal-restaurante Galicia, donde nada más entrar se ve un reloj con forma de vinilo y un disco enmarcado de The Replacements. Su dueño es Paco Pascual, un melómano de 55 años que lleva trabajando en el negocio de su padre fallecido hace 47. “Nos aprovechábamos mucho de la N-VI. Desde Benavente había caravana y no dejábamos de dar desayunos, comidas y cenas hasta pasada la medianoche”, cuenta. El hostal Galicia, cuyo menú es variado, económico y de una calidad excelente, sigue con la misma filosofía, pero a un ritmo menor. Lo que más ha cambiado son sus estanterías repletas de vinilos. Coleccionista de los que ya no quedan, Paco Pascual ponía música cuando su padre le mandaba limpiar mesas. Ahora, posee una discoteca de más de 4.000 vinilos que suenan en la cafetería del hostal. “Empecé comprándome uno de Deep Purple cuando era chaval y ya no paré”, confiesa. Algunos clientes le piden poner determinados discos y otros, simplemente, se sorprenden al encontrarse un bar de carretera con vinilos girando sin parar.

Paco Pascual, propietario del hostal Galicia, en Toral de Fondo (León). Alfredo Cáliz

Uno de esos clientes fue Carlos Pereiro, Carlangas, músico gallego afincado en Madrid, quien desde que era niño ha recorrido la N-VI muchas veces. Al principio, con su abuelo y, ya después, con amigos o solo. Conoció el Galicia en uno de estos viajes. “Al entrar me encontré dos de mis discos, uno de Black Lips y otro de Richard Hell. Y flipé”, comenta. Desde entonces, el hostal se ha convertido en una especie de refugio y ha llegado a servir de inspiración para su último disco, Carlangas, publicado este mismo año. “En este sitio es donde apago el móvil. Aburrirse es muy jodido y es necesario para que el cerebro cambie y se ordene para la creatividad”, explica. En su disco, Carlangas hace un recorrido sonoro desde Galicia con “su amor por las verbenas” hasta “el rock de Madrid”, el mismo trayecto que se hace al ir por la N-VI. “Esta carretera era la vida hacia un mundo que yo no conocía. Es una carretera casi de liberación. La autopista no es lo mismo. Ahí no vas a encontrar testimonios de gente que resiste en la vida”, señala este músico al que le gusta pararse a hablar con los paisanos. “La nostalgia emborracha”, sentencia.

Carlos Pereiro, alias Carlangas. Músico y artista gallego nacido en Monterroso (Lugo), fotografiado en Toral de Fondo (León).Alfredo Cáliz

Sin nostalgia, el presente de la N-VI es un camino repleto de bajas. El cementerio de hostales, hoteles, bares, restaurantes y clubes de alterne es inmenso. El hostal Galicia resiste mientras otros han ido cayendo. Cerca del mismo Toral de Fondo, cerró Ruta Gallega, y el listado de edificios abandonados hasta llegar a Madrid parece propio de una posguerra: hotel Arenas y Venta del Carmen en Benavente, hostal El Llano en Labajos, hotel Veldechín y hotel Pilar en Villacastín, hostal Guadarrama… Previamente, en pleno Bierzo, llamó la atención el hotel Fonfría, un enorme complejo en el corazón de la montaña. Las enredaderas se habían ido comiendo su alto y vistoso letrero mientras en su interior había un caos congelado. Un cartel anunciaba helados de Frigo de otros tiempos, mientras en uno de los cubos de basura aparecía una lata de refresco con un anuncio del Mundial de fútbol de Sudáfrica de 2010. El reloj se paró en este rincón.

Los restos del hotel Fonfría, en la localidad de As Nogais (Lugo).Alfredo Cáliz
Bartolomé Marqués, al pie de la N-VI a su paso por Toral de Fondo (León). Alfredo Cáliz

El coche sigue su marcha y atraviesa pueblos en los que las iglesias son viejos centinelas de una existencia al sol. Es la Castilla profunda y se ven más cigüeñas en campanarios y antenas que personas en las calles. Algunos motoristas llaman a la N-VI “la Ruta 66 española”, en referencia a la mítica carretera que atraviesa parte de Estados Unidos. Y así la llama también la plataforma Ruta N-VI, un proyecto puesto en marcha por Xosé Ramón Nóvoa con financiación de la Xunta gallega y que busca dinamizar esta travesía como “una road trip para viajar lento por una carretera histórica”. “Lo que en Estados Unidos vemos chulo, aquí es feísmo”, cuenta Nóvoa. Para ello, esta plataforma turística ha creado el pasaporte Oficial Ruta N-VI, que incluye puntos de interés de la ruta y que se puede sellar hasta en 10 sitios oficiales. Uno de ellos está en Santa Cristina de la Polvorosa, una localidad de Zamora de menos de 1.000 habitantes, donde vive Pedro Ferrero, un tatuador autóctono que está al frente de Rural Tatoo. “La calidad de vida en un pueblo es diferente y mejor, pero también el trato y la cordialidad. No todo es cuestión de dinero”, explica este tatuador que, criado en una familia de ganaderos, dejó de trabajar en una guardería en Asturias por abrir un negocio vocacional en su tierra. “Mi mujer y yo lo arriesgamos todo por montar Rural Tatoo. Nos salió bien porque en las zonas rurales también se buscan alternativas profesionales”.

El tatuador Pedro Ferrero, en Santa Cristina de la Polvorosa (Zamora). Alfredo Cáliz

También les ha salido bien a los dueños de la librería Primera Página, conocida como “la trinchera de Urueña”. Cuando el horizonte de Tierra de Campos se desdobla como una cuadrícula, surge este pueblo, que pertenece a la provincia de Valladolid y se ha hecho conocido en los últimos años por ser “la villa de los libros”. Con sus murallas medievales y sus callejuelas desordenadas, esta localidad con menos de 200 habitantes tiene nueve librerías gracias a un proyecto turístico de la Diputación de Valladolid. Primera Página, especializada en periodismo, fotografía y viajes, es la más activa con su oferta de talleres, exposiciones y presentaciones. “Es complicado tener una librería tan lejos de las grandes poblaciones, pero a la vez es muy bonito”, explica Tamara Crespo, una reportera que ahora defiende el oficio librero junto a su pareja, el fotoperiodista Fidel Raso. “Una librería es conocimiento. Es como un faro para los navegantes y da su luz para explicar y sintonizar con las ideas de la gente”, apunta Raso.

Librería Primera Página en Urueña (Valladolid), con Fidel Raso y Tamara Crespo. Alfredo Cáliz
Toñi e Ignacio, en la piscina de su casa en Adanero (Ávila). Alfredo Cáliz
Adanero (Ávila), Carmen, Alba y Elena, tres generaciones de mujeres de la localidad. Alfredo Cáliz

Faros que surgen en el tránsito de esta Ruta 66 española. Libros, tatuajes, cine, música… La resistencia cultural en la N-VI aparece como si sus protagonistas interpretaran el papel de “David contra Goliat”, según lo define la librera Tamara Crespo. Sin saber bien qué sería Goliat ni cómo su aspecto, el gigante sin rostro se encargaría de avanzar abatiendo quizá eso de lo que habla Carmen Maro, una octogenaria de Adanero, en la provincia de Ávila: “Antes había más humanidad. Ahora, el mundo vive como en un bloque de pisos en el que nadie se saluda”. Carmen pasea por las calles de su pueblo junto a su hija Elena y su nieta Alba, tres generaciones de Adanero que han visto cómo la N-VI ya no es la carretera que fue y, sin embargo, ahí sigue, desafiando a la memoria.

Puerto de los Leones, entre Segovia y Madrid.Alfredo Cáliz
Asador Alto del León (Madrid).Alfredo Cáliz

Uno de sus puntos más simbólicos es el Alto del León, en el puerto de Guadarrama, donde las vacas pastan mientras desde la carretera, a más de 1.500 metros de altura, se divisa Madrid en el horizonte. Se ve como un mastodonte en calma tensa al tiempo que resuenan las palabras del anciano Ramón Morán en su cantina gallega del pueblo de O Corgo: “Por la autopista siempre hay demasiada prisa. A mí me parece más peligrosa”. Pasado Guadarrama, la A-6 se traga la N-VI y se convierte en una inmensa autovía de cuatro carriles por sentido, más dos vías de servicio custodiadas por centros comerciales. Paneles luminosos indican los minutos que faltan para llegar a lugares donde el tiempo se agota pronto. A la silueta de Madrid la cubre una boina de contaminación. Los cinco rascacielos del parque empresarial junto al paseo de la Castellana sobresalen a kilómetros de distancia. Este último tramo está rodeado de hospitales privados, residencias de ancianos y cuarteles generales de empresas. Los anuncios en las fachadas se multiplican llegando a la gran ciudad. “Alquila la oficina del futuro” o “Libérate de tus deudas”, se lee en los rótulos a la altura de Aravaca. Con letras grandes, uno de esos carteles tapa cualquier atisbo de horizonte y resulta paradójico mientras el viaje está llegando a su fin: “Compramos tu coche”.

Entrada de la carretera de A Coruña en Madrid a la altura de la Cuesta de las Perdices.Alfredo Cáliz

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