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Isla de Gorea (Senegal). 
Con 28 kilómetros cuadrados, este es un lugar extraño, a la vez que conmovedor e inquietante. Símbolo del comercio de esclavos en el Atlántico entre los siglos XV y XIX, desde aquí partieron millones de africanos esclavizados, encadenados a los barcos negreros, para no regresar nunca. La isla está apenas a 20 minutos en ferri de la costa de Dakar, la moderna y turbulenta capital de Senegal. Hoy es un lugar pacífico que invita a reflexionar sobre uno de los periodos más oscuro de la historia de la humanidad, por lo que la visita a ciertos lugares históricos de la isla es imprescindible. 
No hay carreteras asfaltadas, ni automóviles, solo callejones estrechos con buganvillas y edificios de ladrillo de época colonial con balcones de hierro forjado. El pasado de Gorea se cuenta en la Casa de los Esclavos (en la imagen), uno de los pocos edificios del siglo XVIII que sobreviven aquí. Construido en 1786, renovado en 1990, su característica más famosa es la escalofriante “puerta a ninguna parte”, que se abre directamente desde el almacén del piso inferior hacia el mar y es donde en su día atracaban los barcos que se llevaban a los esclavos. No es el único sitio histórico de este tipo a lo largo de la costa de África occidental, pero aquí hay algo intangible que evoca el horror y la crueldad de esa parte de la historia. 
A pesar de todo, Gorea, patrimonio mundial de la Unesco desde 1978, es ahora el foco de una activa comunidad de artistas, con estudios repartidos por todo su territorio, de una naturaleza salvaje.
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Algunas fueron refugio de piratas, otras, parada de aves exóticas o centros de esclavos. Hoy la mayoría de estos enclaves se han convertido en destinos turísticos exóticos, muchos de ellos aún casi desconocidos

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