Una visita a Nuenen, el pueblo de los Países Bajos en el que Van Gogh empezó a ver la luz
De la casa donde pintó ‘Los comedores de patatas’, convertida hoy en un museo dedicado al pintor, a un carril bici luminiscente inspirado en ‘La noche estrellada’, sin olvidar los molinos que le fascinaron
Un jurado popular declaró el pasado 23 de mayo al reciente Van Gogh Village Museum de Nuenen el mejor edificio del año 2024 en los Países Bajos. Un motivo de alegría para los habitantes de esta pequeña localidad cercana a Eindhoven y para el estudio de arquitectura Diederendirrix y los diseñadores Van Eijk & Van der Lubbe, que han logrado cristalizar un edificio contemporáneo con la esencia de las langskap (granjas holandesas) de antaño. El interior del museo busca un equilibrio entre sencillez y complejidad a partir del uso de materiales en tonos terrosos que recuerdan el propio estilo de uno de los pintores más famosos de la historia del arte. Durante la nominación, el jurado elogió el centro asegurando que se trata de “un diseño cuidadosamente investigado y que tiene una interpretación contemporánea de la historia”.
Entre diciembre de 1883 y noviembre de 1885 Vincent Van Gogh, corto de dinero, escaso de amistades y de vuelta de varias ciudades en las que no llegó a encontrarse, residió en la antigua vicaría donde lo hacían sus padres, la villa que hoy vemos como si fuera un cuadro, enmarcada por el amplio ventanal del café del museo, detalle de los arquitectos. El elegante arco de la entrada abre el edificio a la calle y lo orienta hacia la citada villa y hacia la casa contigua, que fue hogar de Margot Begemann, amante prohibida del pintor. Decía Rilke que la vida artística siempre es el resultado de haber estado en peligro. Quién sabe si el arte no sea una manera de quitarse problemas de encima. Lo único claro es que en una batalla entre el deseo y el sentido común difícilmente ganará el segundo. Margot tenía 40 años y tres hermanas solteras mayores. Vincent tenía 30 años y un hermano que le enviaba material para que pintara lo que viera ante la incomprensión de sus padres. Se enamoraron, pero las hermanas de ella impidieron que avanzara el romance. Ella quiso saldar el agravio tomando una buena cantidad de estrictinina, pero en el último momento logró salvarse de la tentativa de partida. Al recuperar la conciencia, la enviaron a Utrecht. Luego, Vincent, igual de triste, iría a Francia.
La relación de Van Gogh con su padre no era idílica, de hecho el pastor protestante Theodorus Van Gogh murió aquí de un ataque al corazón causado por estrés. Durante una época de tensiones, Van Gogh se vio obligado a vivir en casa de una familia de agricultores, algo que le marcaría notablemente. Cuando el hijo le dijo que quería ser artista el hombre le cedió un cobertizo en el jardín, la lavandería, para que lo usara como estudio, un local que todavía queda a la vista del viajero. El parterre y los campos que rodean la casa de Nuenen inspiraron a Van Gogh. Adrian Rijken, el jardinero, posó como modelo en un dibujo, y en el sendero Achter de Heggen ofrece la misma perspectiva que le sirvió para pintar la iglesia de St Clemens desde el estanque, a través del hueco de un seto.
Fascinado por un entorno natural vibrante y por la presencia de tejedores y de agricultores que trabajaban el campo, Van Gogh creó aquí más de una cuarta parte de su obra. La devoción de Nuenen por Van Gogh es incontestable. Además de este museo extraordinario, se le dedica una ruta por todos aquellos escenarios en los vivió y en los que plantó su caballete para pintar al aire libre y captarlo. En la pequeña plaza central destaca un monumento a Vincent (¡el primero en el país!) que certifica que Nuenen fue el último lugar holandés en el que residió antes de partir a París. La escultura representa una rueda de molino (que evidentemente encarna el paisaje de Nuenen) bajo una piedra traída de la Provenza (que simboliza su posterior periodo de luz). A 20 metros resiste la antigua casa del cartero, en la que el artista entregaba sus famosas cartas a Theo y sus cuadros y donde esperaba impaciente las respuestas del hermano, generosas remesas que le servían para conseguir lienzos, pinceles, pinturas.
Desde que regresó a Nuenen en 1883, el entonces treintañero Van Gogh tuvo la intención de perfeccionar su vena artística y, para ello, se inspiró en lo que tenía más a mano: la vida del pueblo. A las chozas de los campesinos con sus tejados de paja los llamaba “nidos de personas”. A pie de calle, a través de las ventanas, distinguía a laboriosos habitantes, rostros curtidos y figuras inclinadas en cuartos oscuros y destartalados con suelos de arcilla. Durante los primeros seis meses se obsesionó tanto por los telares que anotó lo siguiente: “Un gris que ha sido tejido con hilos rojos, azules, amarillos, blancos sucios y negros entremezclados; un azul roto por un hilo verde anaranjado... la gente usa los azules más hermosos que he visto en mi vida, es lino tosco que ellos mismos tejen, pura trama negra, azul...”.
El escenario de una pintura campesina
Una de las salas más emocionantes del museo se encuentra en el segundo piso, donde se ha recreado la atmósfera de la cocina de la familia que posó para que Van Gogh pintara su primera obra maestra: Los comedores de patatas. A principios de 1885, Theo le pidió por carta a su hermano que preparase un cuadro para presentar a una exposición en París. Ansioso por demostrar su valía, eligió representar a unos campesinos alrededor de un plato de patatas porque a la vez le servía para dejar claro que no rehuiría nunca de mostrar las duras realidades de la vida. Hubo muchos borradores y tres pinturas. En la primera versión experimentó con luces y sombras buscando dramatismo; en la segunda agregó otra persona, y más detalles y vitalidad; la tercera fue la definitiva. Van Gogh contó con modelos reales: la familia De Groot, y abordó por primera vez el proceso creativo de un cuadro de manera académica. En una carta a Theo escribió: “Siempre estoy haciendo lo que aún no puedo hacer para aprender a hacerlo”. Mezcló colores para obtener tonos de gris coloreados y trabajó contrastes de claros y oscuros para que el espectador experimentara la pintura de manera especial y pudiera oler el tocino y el humo del vapor de patata. De este modo, podía reflejar también la dureza y la pobreza de la vida campesina, la intimidad de su sencillez a la luz de una lámpara.
“La pintura de los granjeros comiendo patatas es lo mejor que he producido, estos campesinos han excavado la tierra con las mismas manos con las que ahora cogen las patatas. Se han ganado la comida con mucha honra. Es una verdadera pintura campesina. Los que prefieran ver a los campesinos con buen aspecto, háganlo. Yo por mi parte estoy convencido de que a la larga producirá mejores resultados pintarlos en su aspereza que darles las sutilezas convencionales”, escribió a Theo el 30 de abril de 1885. El cuadro, hoy expuesto en el Museo Van Gogh de Ámsterdam, destaca por el poder simbólico de la expresión de los rostros de la familia.
Vincent envió el lienzo apenas estuvo seco en un estuche plano el 6 de mayo de 1885. Theo trabajaba en París como marchante de arte en la firma Boussod Valadon & Cia y con enorme ilusión trató de vender la obra y convencer a los expertos parisienses del talento de su hermano, pero las críticas fueron nefastas y aquellas eminencias opinaron que las figuras estaban llenas de errores y la paleta de colores desactualizada. Claro, los colores frescos de los impresionistas franceses estaban triunfando y ya eran populares. La puntilla la dio su amigo Anthon Van Rappard cuando, el 24 de mayo de 1885, escribió a Vincent desde Utrecht cosas como estas: “Estarás de acuerdo conmigo en que este trabajo no es serio. Puedes hacerlo mucho mejor. Por qué estudiar todo tan superficialmente, por qué no estudiar los movimientos, esa manita coqueta de la mujer de atrás, ¡no es verdad!, y esa tetera, ¿qué hace?, no se sostiene, no está de pie, y por qué el hombre de la derecha no deber tener rodillas ni estómago ni pulmones, y por qué su brazo es un metro más corto…”. Vincent clausuró la amistad. Él quería expresar una emoción pero nadie se percató (entonces) de ello.
Si el Van Gogh Village Museum es ideal para conocer a Van Gogh como persona, los exteriores de Nuenen permiten seguir su desarrollo como pintor. A pie o en bicicleta (como corresponde en los Países Bajos) es muy fácil evocar al artista durante el verano en el campo, entre granjeros, dando vida a esas figuras humildes que para él debían acercarse a las de El Ángelus de Millet, una de sus grandes referencias. Cavar, sembrar, segar, cosechar eran las actividades que le interesaba pintar. Nidos, ollas, canastas, frutas eran sus elementos favoritos para las naturalezas muertas. Hay en Nuenen y sus alrededores más de 20 columnas con información acerca de Van Gogh y en muchas de ellas se pueden escuchar fragmentos de sus cartas a Theo. Hay varias casas de tejedores con los tejados de paja idénticas a las que pintó.
La ciudad es en sí misma un museo al aire libre. Entre las obras de arte intactas que pintó Van Gogh conviene detenerse en la iglesia protestante que dio lugar al cuadro Salida de la iglesia protestante, expuesto también en el Museo Van Gogh de la capital. Pintó la iglesia de la que su padre era pastor como un regalo para su madre durante el tiempo en que se vio incapacitada de caminar y de asistir a los servicios dominicales. Fue una manera de permitirle estar allí en espíritu. El templo se contempla hoy en un entorno sin cambios ante las miradas y las fotografías de los escasos turistas que siguen la ruta de Van Gogh en Brabante. El cuadro estuvo colgado en el salón de casa, pero cuando falleció su padre lo rescató de la pared y volvió a pintar encima un grupo de gente acudiendo a un entierro (se considera uno de los primeros photoshops de la historia) que, evidentemente, era el del propio pastor.
En las inmediaciones de Nuenen el viajero, como le ocurrió a Van Gogh —gran amante de la naturaleza—, no puede más que fascinarse con un paisaje llano y generoso en vistas que aún ofrece álamos o abedules como los que él pintó. A principios de agosto de 1865 escribió a Theo: “Como estoy en el campo cosechando maíz estoy bastante ocupado porque como sabes solo toma unos días y es de lo más hermoso que hay…”. Si Vincent quería capturar el estado de la naturaleza en sus trazos trabajando de forma rápida, y a veces toscamente, el viajero pedalea lento y hace paradas técnicas que bien valen una comida, como la que se ofrece en el Parkpaviljoen de la vecina localidad de Laarbeek, un microcosmos de naturaleza y buen gusto con vistas a los irisados colores de un estanque que hubiera pintado Monet.
Molinos imprescindibles
En el recorrido entre los campos abundan árboles de troncos nudosos, que Van Gogh adoraba porque veía en ellos algo poderosamente humano. En su imaginación una hilera de sauces podados representaba una procesión de hombres. Donde unos veían sombras, él veía emoción y alma. Aunque a decir verdad, si algo resultaba especialmente atractivo a Van Gogh eran los reflejos del agua y los molinos. Conviene recordar que en su época había muchos molinos, los arroyos eran las venas palpitantes de la sociedad de Brabante. Desde finales del siglo XX, el paisaje ha ido cambiado drásticamente y hoy solo quedan 10, tres de ellos fueron pintados por él y dos son absolutamente imprescindibles en nuestra ruta.
Uno es The Watermill o Collse Water Mill, obra determinante que se expone en el Museo de Brabante en Den Bosch. Fue el primero de una serie de cuatro molinos de agua pintados por él. Su conservación no puede ser más fidedigna al estado del cuadro. El paisaje primaveral que lo envuelve en el lienzo sigue siendo una representación colorista del presente. Van Gogh lo pintó en funcionamiento (ahora funciona sábados y domingos). Cuando aún eran amigos escribió a Van Rappard una carta en la que le decía: “Desde tu partida he estado trabajando en el molino de agua por el que pregunté en la posada de la estación donde nos sentamos a hablar. Será magnífico en otoño”. Y el otro, quizás más impactante, es The Opwetten Watermill, ubicado a orillas del pequeño río Dommel. Perteneciente al Museo Thyssen-Bornemisza, es uno de los cuadros y de los enclaves más celebrados en Eindhoven. El Molino de agua en Gennep fue uno de los primeros que pintó a orillas del río al aire libre en pleno invierno. El molino gira como entonces. Estamos ante uno de los cuadros más determinantes en su trayectoria, pues, según los expertos, fue el primero en el que usó el color y marcó por tanto el inicio de una nueva carrera. Y además, estamos sentados en De Watermolen van Opwetten, uno de los restaurantes más queridos por la gente de Eindhoven, emplazado en un lugar mitificado. Pintoresco y nostálgico, el diálogo entre el interior y el exterior hacen de este un lugar prácticamente hedonista.
Para rizar el rizo, a la salida del restaurante y del molino, conviene visitar el Van Gogh-Roosegaarde Cycle Path y esperar a que caiga la noche. Solo entonces se aprecia el homenaje que el arquitecto y diseñador Daan Roosegaarde quiso hacer al artista mediante la instalación de un carril bici luminiscente cuyo empedrado se carga de día con la luz del sol y brilla en la oscuridad, centelleante, tomando como referencia el famoso cuadro La noche estrellada. Qué maravilloso lugar para recordar al artista que percibía el colorido de las cosas con intensidad inusual, creador de una obra intensa y febril, a base de pinceladas tan fogosas como su temperamento artístico. Este es un llamativo proyecto cuyo placer estético sorprende al anochecer a los viajeros convencidos por unos instantes de captar el fugaz esplendor de la vida, eso que hará que la memoria quede luego atrapada en estas luces.
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