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Aires moriscos en el valle de Ricote

De Abarán a Archena, pasando por Ojós, los pueblos de esta comarca del norte de Murcia fueron el último refugio musulmán antes de su expulsión de la Península

Vista de Villanueva del Río Segura, en Murcia.
Vista de Villanueva del Río Segura, en Murcia.Rudolf Ernst (Getty)

Abarán, Ricote, Blanca, Ojós, Ulea, Villanueva del Río Segura y Archena son las siete poblaciones que jalonan la vega alta del río Segura y conforman el valle de Ricote, comarca en el norte de Murcia. Un sueño árabe que exhi­be toda su feraz belleza en mitad de las agrestes y duras sierras del Oro, de la Pila, de la Navela y de Ricote. Pero antes de adentrarnos en él, y apreciar el legado de la cultura morisca que aquí se despliega, hagamos un poco de historia.

cova fernández

Este valle comenzó a poblarse de musulmanes desde muy poco después de producirse la invasión islámica de la península Ibérica; y el pueblo de Ricote fue el epicentro de un microcosmos andalusí que se terminó convirtiendo, 900 años más tarde, en el último reducto de los moriscos en España. Aunque el recóndito valle de Ricote ha estado poblado desde la prehistoria, y ha visto pasar íberos, romanos y visigodos, fue con la dominación musulmana cuando adquirió verdadera entidad y relevancia histórica. La primera referencia a Ricote se tiene en el año 738, cuando su fortaleza es ocupada por un señor musulmán. El valle permanece después en su apacible y tranquilo aislamiento durante siglos, albergando una población, mezcla godo-romana y árabe-bereber, que desarrolla —gracias al benefactor río Segura, que crea a su paso un edén de ricos vergeles— unas prósperas comunidades agrícolas y ganaderas.

A principios del siglo XIII surge aquí la figura del caudillo Ibn Hud, quien se rebela contra los almohades y conquista buena parte de Al Andalus. En 1243, al igual que toda la taifa de Murcia, el valle pasa a integrarse en la Corona de Castilla y a depender después de la Orden de Santiago. Vive entonces un nuevo periodo, que se prolonga 250 años, de pacífica convivencia y de respeto a la diversidad cultural y religiosa de sus moradores, lo que favorece la aparición de una importante escuela de pensamiento y filosofía, con figuras de gran relieve intelectual como Al Ricotí, al que el propio rey Alfonso X el Sabio concede la fundación de La Madrasa, un gran centro de estudios de la época, que con el tiempo daría origen a la Universidad de Murcia. Después de que los Reyes Católicos decretaran la conversión de los musulmanes al cristianismo en 1501, la comunidad mudéjar o morisca de la zona pudo seguir viviendo en el lugar de sus antepasados todavía un siglo más, hasta que Felipe III ordenó su definitiva expulsión, algo que en el caso de los conversos del valle de Ricote se produjo en 1614; siendo estos los últimos moriscos que abandonaron la Península. El drama humano que supuso la expulsión de los moriscos de España se recoge incluso en varios pasajes del Quijote, a través de la figura de un vecino de Sancho Panza, apellidado, cómo no, Ricote.

Noria de agua en el pueblo de Albarán, en el valle murciano de Ricote.
Noria de agua en el pueblo de Albarán, en el valle murciano de Ricote.Rafael Pola

Norias gigantes de madera

Para recorrer el valle de Ricote lo mejor es hacerlo en el sentido del curso del río Segura, es decir, comenzando por Abarán. Para algunos, el viaje podría empezar algo más arriba, visitando primero Cieza, donde conocer el imponente cañón de Almadenes, el yacimiento arqueológico andalusí de Siyâsa y las pinturas rupestres de la cueva de los Monigotes y de la sima de la Serreta, ambas declaradas patrimonio mundial. Pero volvamos a Abarán, pueblo cabecera del valle de Ricote que atesora una excepcional muestra viva de antiguas norias de madera en pleno funcionamiento. Las norias o ñoras se utilizaban desde la época árabe para elevar el agua de las acequias a las tierras o huertos más elevados. En la ruta peatonal que enlaza las norias —de algo más de un kilómetro—, una de las que se puede visitar es la Noria Grande, que con sus casi 12 metros de diámetro está considerada como la mayor de Europa en uso. En la parte más alta del pueblo, junto a la ermita de Cosme y Damián, hay un mirador con magníficas vistas sobre el río y el valle.

El siguiente pueblo a visitar será Blanca, a unos siete kilómetros. Conserva restos de una antigua fortaleza islámica y cuenta con el magnífico mirador de Bayna. En las afueras de la villa, junto al río, se halla el Solvente, un gran pino alrededor del cual se reunían las aljamas o concejos moriscos para tratar los problemas que afectaban a sus comunidades mudéjares.

Siguiendo la ruta hacia el sur, llegamos a Ricote, corazón del valle al que da su nombre. Pueblo rodeado de altas sierras y dominado por el castillo-fortaleza Los Peñascales, desde el que disfrutar de algunas de las mejores vistas del valle. A la entrada de la población está la que llaman la “olivera gorda”, un viejo olivo que, en su día, probablemente viera pasear a los sabios y místicos musulmanes que vivieron aquí. Como en el resto de los pueblos del valle, a cada paso y a cada mirada se perciben resonancias de los nueve siglos de presencia morisca: el trazado de las calles, las antiguas mezquitas reconvertidas en iglesias, los aljibes, los artesanos del esparto, el rumor del agua…

Ojós, el siguiente en la ruta, posee un conjunto de interesantes palacios y casas solariegas, además de un azud (un pequeño embalse) que regala unas magníficas imágenes del lugar. A la salida del pueblo, echando la vista atrás y con un poco de imaginación, uno podría decir que se encuentra en cualquier paraje del valle marroquí más perdido o del Yemen más ignoto. Un oasis de palmeras, frutales, acequias y cursos fluviales… en medio de una sierra árida y desnuda con pequeños pueblos mimetizados en sus laderas. Muy cerca de Ojós se encuentra el Salto de la Novia, un precioso paraje asociado a una antigua leyenda de amores medievales.

Como en esta comarca todo está muy cerca, llegamos rápidamente a Ulea, una villa entre el blanquecino perfil de la sierra y el intenso verdor de la vega que se extiende a sus pies. Tiene, entre otras cosas, la interesante iglesia de San Bartolomé del siglo XVI, con artesonado mudéjar, y la torre del Gurugú, un curioso edificio de diseño árabe. Después toca seguir hasta Villanueva del Río Segura, en una posición privilegiada que ofrece unas magníficas vistas del río y de Ulea, de la que únicamente está separada por un puente. Y con un inspirador conjunto urbano con recoletas calles y plazas de inequívoco aire morisco.

Y por fin llegamos a Archena. Aquí es imprescindible hacer dos cosas: la primera, visitar la necrópolis ibérica del Cabezo del Tío Pío y los restos romanos de la zona de los baños; y la segunda, poner un relajante colofón a nuestro viaje conociendo su famoso balneario, cuyos inicios se remontan al siglo V antes de Cristo, cuando los pobladores íberos ya aprovechaban las bondades de las aguas termales de este enclave murciano.

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