El sabor de La Malagueta
Así es un día de playa y espeto de sardinas en la playa más popular de la capital de la Costa del Sol
La reapertura, el año pasado, del Gran Hotel Miramar ha devuelto el glamur que la playa de La Malagueta tuvo en 1926, cuando el mismísimo Alfonso XIII inauguró el lujoso alojamiento —primero se llamó Príncipe de Asturias— casi a pie de playa, aunque entonces eran muy pocos los que se atrevían a darse un chapuzón. Con más de un kilómetro de costa al este del concurrido Puerto de Málaga, es uno de los arenales urbanos más populares de la capital de la Costa del Sol. Y aunque sus aguas no sean turquesas y, a veces, esté demasiado concurrida, dejarse llevar por la indolencia en esta orilla es todo un placer.
Después de un baño y un paseo para empaparse del ambiente, en la zona se mezclan públicos de lo más variopinto, se puede disfrutar de una cerveza bien fría y un espeto de sardinas como aperitivo en el chiringuito Tropicana, donde se puede comer por una media de unos 35 euros. Aunque el local del paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso, contagiado por su lujoso vecino el Hotel Miramar, es más un restaurante que uno de esos desenfadados merenderos preglamur.
Para comer, o cenar porque estos establecimientos permanecen abiertos hasta tarde, puede visitarse otro local, justo al lado, algo más informal y también más barato: El Cachalote tiene un precio medio de unos 20 euros. Como todo chiringuito en una playa malagueña que se precie de serlo, tiene espetos de sardinas, pero también cocina de este modo los calamares y algunos pescados medianos. Claro que un buen día de playa no está completo sin alguna ración de pescaíto frito, boquerones victorianos o salmonetitos, a los que acompañan bien la ensalada de pimientos asados, una fresca pipirrana o un gazpacho. La sobremesa puede alargarse cuanto el comensal quiera, eso de mirar al mar relaja mucho, y para librarse del sopor de la digestión sumada a la del tinto con Casera, nada como un buen baño en La Malagueta.
Una buena opción para la tarde es visitar algunos de los espacios abiertos al público del Hotel Miramar, un edificio emblemático en el paseo de Reding que ha tenido muchos usos desde que el arquitecto Fernando Guerrero Strachan lo diseñara en la década de 1920. Después de ser hospital de campaña durante la Guerra Civil y Palacio de Justicia entre 1987 y 2007, el edificio languidecía abandonado a su suerte hasta que la cadena Hoteles Santos lo reabrió en enero de 2017. Además del spa y del café bar de su patio interior o del restaurante, más formal; en la terraza, en el séptimo piso, se puede contemplar con tranquilidad la puesta del sol y saborear un cóctel en el Media Luna Chill-Out.
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