Pura Vida, hospitalidad a la riojana

Cualquier viaje sensorial a través de La Rioja gravita indefectiblemente alrededor de Ezcaray y los Paniego, una familia que ha interpretado como ninguna la buenaventura del paisaje y los atavismos de la hospitalidad. Su leyenda ha inspirado la carta de muchos restaurantes y el encanto de no pocos hoteles. El último acaba de surgir muy próximo a ellos, en Valgañón, donde se extiende el mayor acebal de la región, fruto del sueño hecho realidad de dos amigos de la pandilla de Francis Paniego, el matrimonio formado por Ascensión Bernal y Javier Bonilla.

Desde su tienda de muebles en Ezcaray, ambos empezaron a urdir la rehabilitación de una casita con mampuesto de cantos rodados que recibieron luego con cemento y cal, según la tradición lugareña. Su compromiso con la sostenibilidad económica y medioambiental les llevó a diseñar un sistema de calefacción general con biomasa como combustible, entre otras iniciativas tendentes a evitar el despilfarro energético y aumentar el confort natural interior.

Los resultados se aprecian nada más entrar por la pulcritud de las instalaciones y ese ambiente suave, muy casero, que han logrado imprimir en cada rincón. Ellos viven dentro, lo que evita cualquier estridencia decorativa. A lo largo del día, el gran salón del vestíbulo facilita el encuentro con los propietarios, siempre animados a dar consejos sobre los atractivos paisajísticos en torno al hotel. Durante los meses fríos, el amor de la chimenea suele acompañar la charla. En los cálidos, la terraza exterior o el jardín con tumbonas invitan a la exaltación de la pereza.

Es verdad que las habitaciones, vestidas en pose elegante y muy luminosas, ofrecen un wifi algo apretado. Condicionantes del mundo rural, explican los anfitriones.

Casi todas las habitaciones ofrecen vistas al verde, aunque las preferencias se decantan rápidamente hacia las abuhardilladas situadas en la planta superior, como la número 21, con dosel de gasas y consola de teca decapada; o la júnior suite que lleva el número 22, de doble altura iluminada con dos bolas de vidrio apalancadas en un falso altillo.

Javier Bonilla y Ascensión Bernal cuidan de que no falte nada a la hora del desayuno. Elaboraciones hogareñas para recordar, sin alharacas. Mientras el café humea y las rebanadas de pan tostado se aderezan a voluntad, los anfitriones sugieren el alquiler de unas bicis para desmigar los hitos del paisaje hasta el almuerzo, donde los Paniego oficiarán una ceremonia de exaltación a la croqueta en su fogón natal, el Echaurren, que cuenta con dos estrellas michelin.

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