_
_
_
_
fin de semana

Victorina dijo no

Pasión y bidés del siglo XIX en la mansión de los Sierra Pambley, junto a la catedral de León

Marta Sanz
Uno de los salones de la mansión Sierra Pambley en León.
Uno de los salones de la mansión Sierra Pambley en León.Fundación Sierra Pambley

Casi todo el mundo está al corriente de que Teruel es célebre por sus míticos amantes; de que Verona es la ciudad en la que Shakespeare ambientó Romeo y Julieta;o de que Calisto y Melibea comparten un huerto con hermosas vistas en Salamanca. La ficción sentimental se filtra en el urbanismo jugando con el límite que separa fantasía y realidad. Holmes sigue viviendo su pasión con Watson en el 221B de Baker Street y Fortunata sorbe un huevo crudo mientras pasea por Madrid y recuerda al cerdo de Juanito Santa Cruz. Pero, ¿sabían que León, además de San Isidoro, las vidrieras de la catedral, el hostal de San Marcos y el MUSAC, además de la plaza del Grano, la calle Ancha o las callejas del barrio Húmedo, encierra una magnífica historia de amor romántico? Un amor que protagonizan criaturas de carne y hueso en las que reconocemos el espíritu de época. Y mucho miedo a pasar frío.

Don Segundo Sierra Pambley nació en León en 1807. Cursó estudios jurídicos y llegó a ser diputado en 1835. Los Sierra Pambley fueron una familia ilustrada que despertó las suspicacias de los sectores reaccionarios de la sociedad leonesa. Tal vez la creencia en la utopía y la felicidad junto con la racionalidad y una actitud tolerante es lo que hizo de Segundo un amante infeliz. Porque se enamoró de su sobrina Victorina, para quien había sido como un padre desde que los progenitores de la muchacha fallecieron.

La fachada amarilla de la mansión de los Sierra Pambley en la plaza de la catedral de León.
La fachada amarilla de la mansión de los Sierra Pambley en la plaza de la catedral de León.B. Boensch

Segundo levantó frente a la catedral una mansión donde cada detalle estaba pensado para su amada: los enseres para el aseo personal, el cuarto de juegos, la orientación de las habitaciones, todo estaba dispuesto para el disfrute de una confortable vida marital. Pero ella dijo no. Don Segundo podía haber obligado a Victorina a casarse con él, pero su conciencia no le permitió tal cosa y la muchacha contrajo matrimonio con un señor de Oviedo. Segundo se sumió en la depresión y nunca llegó a habitar la casa. Murió en Madrid legando su fortuna a sus tres sobrinos: Pedro, Victorina y Francisco (el artífice de la actual fundación Sierra Pambley). Pero ésa es otra historia de la que hablaremos luego.

Espacio doméstico

En este caso el contraste entre los adverbios arriba y abajo no sirve, como en la serie británica de los años setenta, para marcar una diferencia de clase, sino para separar dos espacios: el que don Segundo concibió para la intimidad con la esposa, y el que destinó a ser escaparate, recipiente de una vida social ineludible para él. Arriba, una cálida casa de pueblo; abajo, un palacio francés. Arriba todo está pensado para la comodidad de una existencia humilde, pero sin privaciones. Don Segundo aplicó los principios de un incipiente higienismo: ventanas en las habitaciones y un cuarto de baño donde sorprende el primer modelo de bidé que hubo en España. La curvilínea modernidad del bidé resultaba insólita en una ciudad en la que todavía se escuchaba: “¡Agua va!”. Teresa, nuestra guía, nos relata estas cosas en una de las visitas guiadas a la mansión. Insiste en la fusión de lo nuevo y lo tradicional, lo foráneo y lo autóctono: los techos bajos o la rusticidad de los suelos de madera que conservan mejor el calor contrastan y a la vez sintonizan con el rasgo innovador de las dobles ventanas. El sentido de utilidad gobierna el diseño de una vivienda que refleja el talante ilustrado y la sensibilidad hacia lo bello —también el poder adquisitivo— de Segundo: cómodas de caoba, cuberterías de plata, vajillas de Sargadelos y juegos infantiles como la oca o el bádminton.

El contraste con la planta de abajo es brutal. En ella destacan las lámparas italianas, los relojes franceses, las tapicerías de seda china y, sobre todo, unos papeles pintados a mano con un virtuosismo capaz de emular texturas que van del terciopelo al mármol. La biblioteca pone de manifiesto ese progresismo que integra el ADN familiar de los Sierra Pambley: un ejemplar de mano de la Constitución de Cádiz y, en un lugar privilegiado, L’Encyclopédie. Tal vez este sea el objeto más valioso de una casa para vivir sin frío que paradójicamente se transforma en helada metáfora del contrariado amor.

Guía

Información

  • Fundación Museo Sierra-Pambley (987 22 93 69). Sierra Pambley, 2. León. Abre de martes a domingo, de 11.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00. Precio de entrada adulto, 3 euros.

Don Francisco Fernández-Blanco y Sierra Pambley, don Paco, era sobrino de Segundo y hermano de Victorina. Él es el artífice de la Fundación Sierra Pambley. La casa no es solo el recuerdo de una fracasada historia sentimental, sino también el testimonio de una vocación altruista: la educación de los niños pobres. Para cumplir este propósito, don Paco contó con la colaboración de ilustres miembros de la Institución Libre de Enseñanza como Giner de los Ríos. Hay una hermosa exposición que da fe del nivel de progreso de las escuelas leonesas en épocas anteriores al estallido de la guerra civil. Es asombroso comprobar cómo los niños desfavorecidos de León contaban con medios audiovisuales, pipetas, buretas y retortas para desarrollar experimentos, plumieres, muestras de minerales y ediciones de Veinte mil leguas de viaje submarino… Son conmovedores los diarios de clase o los exámenes de geografía. Después de la guerra en León represaliaron o mataron a muchísimos maestros.

Don Paco habitó tres habitaciones de la casa. El mobiliario evidencia un gusto teresiano o tal vez se deba interpretar como una profecía minimalista: en la alcoba, cama y orinal. Sin estufa. Digno representante de una familia que nunca se batió en duelo e introdujo la homeopatía en su ciudad, don Paco llevó a rajatabla los principios de progreso, salud y futuro. A los 87 años, hizo obra: instaló el primer retrete de León. La fundación Sierra Pambley testimonia un cambio de época y nos invita a mirar la ciudad con unos ojos incluso mejores que los de costumbre.

» Marta Sanz es autora de Daniela Astor y la caja negra (Anagrama).

{ "active": true, "code": "187492", "elementType": "offerExtension", "id": 14, "name": "LEON", "service": "tripadvisor" }

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_