Vidrieras de Bilbao fuera de las iglesias
Un recorrido por el rico patrimonio de ilustraciones en cristal civiles de la ciudad vasca
Más allá del arte sacro, Bilbao posee un riquísimo y pintoresco patrimonio de vidrieras civiles construidas entre finales del siglo XIX y principios del XX. Proponemos aquí un recorrido por algunas de las más representativas de estas ilustraciones en cristal, en las que se puede leer la crónica de un tiempo: el del esplendor industrial de la villa.
Pocos lugares podemos encontrar como BIlbao, donde las artes decorativas se rinden a la exaltación del humo de las fábricas y a la velocidad de los tiempos modernos. Así ocurre en el caso de la magnífica vidriera policromada que preside las escaleras de la Diputación, realizada en 1900 por el famoso vidriero modernista catalán Antoni Rigalt sobre un boceto de Anselmo Guinea: una representación alegórica de Bizkaia frente a la Casa de Juntas y el árbol de Guernica a la que homenajean personificaciones de la maternidad, la pesca o la agricultura, pero también las bellas artes, las ciencias o la industria. Son aspectos de la nueva sociedad burguesa que la propaganda institucional no quiso olvidar y que queda reflejada en un enorme sol naciente cuyo color dorado se filtra a través de las hojas del roble en contraste con algunas hojas otoñales en el suelo simbolizando ese cambio de siglo. En el horizonte, sobre un cielo que recuerda a Gaudí, se percibe de nuevo la contraposición y, si a la izquierda del roble aparece la basílica de Begoña, patrona de la ciudad, a su derecha nos topamos sorprendidos con una imagen singular: los Altos Hornos de Vizcaya, estandarte de la industrialización vasca a punto de ser inaugurados, con el humo de sus chimeneas dotando de movimiento al conjunto.
Podemos contemplar otra hermosa vidriera art nouveau, ésta de 1890, en las escaleras de la biblioteca municipal de Bidebarrieta, antiguo palacio de la Sociedad El Sitio, histórico foro del liberalismo vasco. Encargada a una casa vidriera de Flandes, de motivos florales y sofisticada mezcla de diferentes técnicas, posee un decidido aire japonés, síntoma de una sociedad que se abría al mundo: un jarrón rojo preside el centro; la opacidad del cristal del fondo evoca la ventana de un jardín en el que acabara de llover. Y sobre la delicadeza del conjunto, en el escudo de la ciudad aparece grabado, aunque resulte prácticamente inapreciable, el enigmático número 5369: son las bombas carlistas que cayeron sobre el Bilbao sitiado.
Pero es en edificios privados donde la imaginación fue más allá, como en las vidrieras que decoran el vestíbulo del suntuoso hotel Carlton, realizadas en 1927 por la empresa Vidrieras de Arte de Bilbao. Lo primero que llama la atención es que estas vidrieras prescinden de la policromía: realizadas en blanco y negro, el dibujo se reduce a las guías del emplomado y, en vez de color, juega con las diferentes texturas del cristal. La influencia estética de las nuevas artes como el cine, la fotografía o incluso el cómic resulta aquí incuestionable. De estilo futurista, sus motivos son las fábricas, los rascacielos, los aeroplanos, los automóviles y hasta la playa de Ereaga sembrada de sombrillas, símbolo del ocio de la burguesía vasca erigida en nuevo mecenas del arte.
Motivos semejantes encontramos en una pequeña joya oculta en la calle Diputación 8, en lo que es hoy un edificio de oficinas. Tres ventanas interiores en cada planta presentan el ciclo de la modernidad comenzando por el último piso y siguiendo el descenso por las escaleras. Realizadas en 1947 en colores sepia (de nuevo la influencia de la fotografía), la composición empieza con una evocación rural para dar paso después a la minería, la industria naviera, los Altos Hornos, rascacielos, aeroplanos, ferrocarriles… E incluso iconos más curiosos como periódicos, teléfonos o señores con gabardina y sombrero saliendo con prisa de la oficina. Nada que ver con los santos de las catedrales a los que estamos acostumbrados.
La vidriera que preside la estación de Abando−Indalecio Prieto es, sin duda, la más conocida de Bilbao. Con más de 250 metros cuadrados, ofrece una bienvenida imponente al viajero. Realizada por la Unión de Artistas Vidrieros de Irún en 1948, representa el País Vasco más arcaizante y rural, con pelotaris, bueyes y cantineras. No hay asomo de industria, con la salvedad de la minería del siglo XIX. El cuadro es estático, con personajes de rasgos marcados que recuerdan al cubismo de Arteta y contrastan con la gracilidad del retrato de la Diputación o la rotunda modernidad del mencionado edificio de oficinas, de la misma época. Historicista y anacrónica para su tiempo, lo más llamativo de esta vidriera es lo que no se ve, lo que no quiere mostrar: el mismísimo Franco asistió a su inauguración y en ella solo da testimonio del paso del tiempo el reloj central.
Hoy otras muchas más que merecen igualmente una visita: las del mercado de la Riviera, las del quiosco del Arenal… En el blog Vidrieras de Bilbao ofrecen visitas guiadas de la mano de la artista vidriera Paula Mónica Betanzos. Cuando no está nublado, eso sí.
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