Monacato turístico
CONVENTO SAN FRANCISCO, en Santo Domingo de Silos
Maitines, laudes o vísperas... Las horas canónicas en Santo Domingo de Silos se cantan en buen gregoriano, lo que por siglos ha constituido el mayor atractivo de la abadía y el pueblo. Extramuros, en el pago de Santa María del Paraíso, ejerció también el oficio pastoral una comunidad franciscana establecida en 1301 al amparo de la abadía, aunque el convento medieval que la albergaba fue sustituido en el siglo XVIII por otro neoclásico de fachada barroca que sufrió la Desamortización de Mendizábal. A partir del año 1890, sus ruinas fueron adquiridas por el Real Monasterio de Silos y parte de la fábrica destinada a reparar el ángulo noroeste del monumento benedictino.
Convento San Francisco
Categoría: tres estrellas. Dirección: Pago de Santa María del Paraíso. Santo Domingo de Silos (Burgos). Teléfono: 947 39 00 10. Web: www.conventosanfrancisco.es. Instalaciones: jardines, salón, biblioteca, iglesia sin culto, 4 salas de reuniones (220 personas), bar-cafetería, restaurante. Habitaciones: 7 individuales, 7 dobles, 2 dobles superiores. Servicios: no tiene cuartos adaptados para discapacitados, no admite animales. Precios: desde 86,50 la doble, con desayuno e IVA.
Un siglo más tarde, con la colaboración de la Asociación de Amigos de Silos y el impulso decisivo del arquitecto José María Pérez, Peridis, el antiguo convento franciscano resucitó para gloria benedictina y de los numerosos turistas. Sin perder el carácter austero de toda arquitectura frailuna, la nueva hospedería asegura un silencio beatífico apenas herido por el rumor del tráfico. Se oyen las campanas de Silos y, según los días, el afilador.
Puntuación: 6 | |
Arquitectura | 6 |
Decoración | 6 |
Estado de conservación | 8 |
Confortabilidad habitaciones | 7 |
Aseos | 6 |
Ambiente | 5 |
Desayuno | 3 |
Atención | 7 |
Tranquilidad | 9 |
Instalaciones | 5 |
Junto a la entrada, un panel reseña los horarios canónicos de la abadía en contraste con los del hotel. Aquí no hay maitines, ni laudes, ni vísperas. Asistido por la espectralidad de los pasillos y escaleras de acceso a las habitaciones, iluminados por unos detectores de presencia algo fallones.
El hotel se ve muy vacío, incluso en pleno verano. Por consiguiente, el servicio es escaso. Empleado a fondo, eso sí. Los salones son verdaderamente inhóspitos, alguno relegado al fondo de un intríngulis de corredores, en la primera planta. Para qué decir el bar... La luz fría del comedor remite a la sala de operaciones de un hospital. Los dormitorios, tal vez por exigencias del guion, ofrecen unas dimensiones monacales. Limpias, pero muy expuestas al desgaste del tiempo. Funcionales, aunque el mobiliario no sea de la mejor calidad. Se nota un ahorro excesivo en la cama (colchones de tres al cuarto) y en los cuartos de baño (ducha escasa, falta de repisas, ajuar de calidad menor, que raspa).
En cualquier caso, lo más destacado de la hospedería es el claustro y sus salas adyacentes, convertidos en un museo de prolijas y didácticas panelaciones sobre la historia del monacato cristiano desde sus orígenes en Egipto hasta los tiempos actuales en Europa. Tras la visita se comprende mejor el sesgo austero de las instalaciones hoteleras. La experiencia es única.
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