Dulce descanso

Bajo la marca Sheraton, recién llegada a Madrid, es innegable que este hotel ha ganado en cosmopolitismo. Antes nadie reparaba en su existencia, asfixiado entre los bloques residenciales del barrio de Mirasierra. Ahora la popular enseña norteamericana lo ha claveteado en el mapa, y hasta el buscador Google Hotel Finder (en fase experimental) jalea sus precios con un 25% de descuento. ¿Qué de interesante tiene un hotel tan alejado de todo para toparse indistintamente en el lobby con un futbolista profesional, un hombre de negocios o un oftalmólogo asistente a un congreso?

A diferencia de lo observado en su etapa anterior como hotel independiente, la entrada es un animado ir y venir de gente y de coches. Parece como si estuviera todo organizado para el rodaje de una película. O para una rueda de prensa, que a veces es lo mismo. Por dentro, esta glamurosa atmósfera se repite. Espacios grandiosos (más que grandes), ambientes estudiados, detalles de bienvenida... Y mucho efectismo visual. Seguro que un sociólogo habrá intervenido en su diseño.

La atención es profesional, eficiente, con algo de alma funcionarial. Pero cálida, detallista. Por ahí, el rincón comunal de Internet Link@Sheraton Microsoft. Por allá, el spa, gestionado por entrenadores de Core Performance. Afuera, en el jardín, el lounge La Biguine. En el décimo piso, el privado Godello, para cenar a la luz de las velas. Y también está el restaurante Verdil, en el que el chef Ernesto Honejal cocina sus famosas hamburguesas de Kobe. Como se ve, aquí todo lleva un nombre.

El reino de las habitaciones (estas solo llevan número) incluso supera en comodidades a las zonas comunes. No solo por los estores que atemperan el color y el clima, ni por la precisa insonorización de las ventanas, ni siquiera por el pulcro interiorismo que firma Nacho García de Vinuesa, con telas elegantes, maderas oscuras, alfombras de algodón egipcio y pura lana virgen. Tampoco por el abrigo de saberse reconocido por el servicio cuando llama a la puerta y recita el nombre del huésped. Lo mejor es, sin duda, dormir sobre una cama de nueva generación como la Sweet Sleeping Bed, de capa blanda superior amoldable al cuerpo, una de las máquinas más perfectas que se han diseñado para el descanso (a la venta en la web del hotel).

¿Lo peor? Esos 28 euros diarios que te clavan por acceder a Internet en la habitación.

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