Lagartos en el salón
Desde pequeño, a Nacho Vleming (Madrid, 1981) le hablan de Curazao. La familia del poeta -que ganó el premio de poesía Pablo García Baena y que acaba de publicar su poemario Clima artificial de primavera (Editorial La Bella Varsovia)- es originaria de la pequeña isla caribeña.
¿Qué embrujo destila?
No lo tengo muy claro, pero a mi bisabuelo le conquistó. Era holandés y cuando comenzó la II Guerra Mundial emigró a la isla. Se enamoró de una curazoleña y acabó escribiendo el tratado más importante de cultura de la isla.
¿Habla papiamento?
Es una lengua criolla, mezcla de castellano, portugués, holandés e indígena; mi padre me cantaba canciones en ese idioma. Lo entiendo y puedo mantente una charla.
¿Se defiende como para regatear?
Sí, por ejemplo en el mercadillo de Willemstad, la capital. Hay una zona dedicada a la fruta y me encantan los plátanos enanos, son muy energéticos. Parecen fruta condensada, me recuerdan a la comida de los astronautas. En Curazao todo tiene otra escala: hay frutas reducidas, pájaros diminutos como los colibrís y lagartos enormes.
Qué susto.
Los reptiles están por todas partes. Recuerdo que cruzaban el salón mientras mi oma (abuela) veía telenovelas venezolanas.
¿Y el mar?
La isla está rodeada de arrecifes de coral, sumergirse con un snorkel te traslada a un colorido mundo paralelo. Mi playa favorita es la de Ávila, exuberante y animada.
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